lunes, 14 de enero de 2013

Wonderful Lake Tahoe




Uno de los lugares que más me han impresionado en la vida.

Las fotos no le hacen justicia.

(Mañana, el relato).










 
 




 
 
 

 
 
 
 



viernes, 11 de enero de 2013

Acoso vs. Derribo

 
Cada día, cuando cruzo University Avenue, intento esquivar a los promotores de Greenpeace que tienen las aceras dominadas. Suelo ir de incógnito con gorras, gafas de sol, pasamontañas,... incluso un día cogí a un señor que pasaba por ahí y me lo puse delante para que no me vieran. Lo de hacer como que hablas por el móvil no les afecta en absoluto porque, ¿quién no va hablando por teléfono en esta ciudad? He tratado, también, de mimetizarme con los arbustos vistiendo ropa de camuflaje y con algunas ojas pegadas al casco. Pero eso parece que les motiva todavía más, por lo del amor a la naturaleza.
 
 
Tengo que aclarar que no tengo nada en contra de los chavales que me acosan en sí, pero sí contra los métodos que utilizan. Y sé que probablemente les habrán 'entrenado' para agobiar al personal, y que sus ingresos dependerán de la cantidad de miembros que capten para su entidad. Pero a mí no me cuadra que la gente se sienta atraída por la causa con preguntas del tipo: ¿Tienes ganas de salvar el mundo esta mañana? o ¿Estás segura de que quieres seguir caminando y no contribuir a la pervivencia de nuestro planeta? Y esos saludos desde tan lejos, gritándote incluso cuando estás al otro lado de la carretera.
 
 
¡¡Buenos días!!, ¡¿Cómo estás hoy?!, ¡No te escapes, que te veo!, ¡¡Muchas gracias por (no) atenderme!!, ¡¡¡¡Disfruta de tu día!!!
 
 
Si algún día decido pararme será para decirles que sí a lo que sea que me propongan, pero a condición de que me pongan una chapa o una pegatina acreditativa en la solapa para que, POR FAVOR, no me acosen nunca más. Sí, como véis, mi donación será por motivos muy ligados al medio ambiente.
 
 
La otra cara de la moneda de la gente que pide por la calle (porque, no nos engañemos, lo que hacen los de Greenpeace o cualquier otra ONG que contrata a promotores a pie de calle, es pedir), decía que, la otra cara de la moneda son los mendigos. Desde que vivo aquí, diría que nunca me han incomodado al pedirme alguna ayuda. Se la das o no se la das, pero no te agobian para que lo hagas. Y entre todos ellos, algunos han ideado fórmulas cuanto menos ingeniosas. Hay un hombre en la entrada de Stanford que porta un cartel en el que pone: "Mi mujer y mis hijos han sido raptados por unos Ninjas. Necesito dinero para clases de karate". El tipo lleva su cartel orgulloso y sonriente, mientras da vueltas por las inmediaciones de la universidad, esperando que la gente baje las ventanillas de sus vehículos para darle algo de cambio. Hasta que llega el Sheriff de Stanford y le ordena que salga del campus.  
 
 
En San Francisco, a la entrada del nada recomendable (bajo mi punto de vista) recinto (super) turístico Fisherman's Wharf, hay un  hombre de mediana edad sentado en un banco con un cartel delante que reza algo así como "Para qué engañar. Me gastaré el dinero en tomarme una cerveza". La imaginación al poder. Ganarse a los viandantes con humor y apelando a la empatía. Efectivamente, la estrategia es discutible y puede haber incluso quien se sienta ofendido. No voy a entrar en eso. ¿Pero no es más limpio hacerlo así? Sin agresión, sin acoso. Quizá con una intención de derribo, pero  derribo de nuestra indiferencia.
 
 
No soy una experta en marketing (no estoy hecha para vender motos), pero recomendaría, con mucha humildad, que quienes pretenden involucrarnos en asuntos de interés social lo hagan con delicadeza y respeto. Tratándonos como personas adultas con criterio. Y sin gritar, por el amor de Dios.
 
 

jueves, 10 de enero de 2013

Insomniac



Hace días que no duermo. Parece el título de una canción de amor, pero es la realidad. Bueno, algo exagerada, porque echo cabezaditas, pero nada de lo de a pierna suelta. La vida tan lejos de casa, los constantes papeleos que implica residir en los Estados Unidos y mi inminente viaje a Donostia me tienen atacada. Porque a lo de ver a mi gente después de casi seis meses se le une todo el tema del viaje. El de ida, que va a ser larguito (San Francisco-Salt Lake City-París-Bilbao), pero sobre todo el de vuelta.
 
 
En los viajes que he compartido con una amiga fantástica, made in Chile, he sufrido horrores por todo lo que le hacen pasar al intentar entrar en Europa. Las preguntas impertinentes, las eternas colas y los controles a los que se veía sometida constantemente, me ponían enferma. Sobre todo teniendo en cuenta que yo viajaba casi entre algodones, por el simple hecho de pertenecer a la UE (eran, entonces, mejores tiempos para nuestro país).
 
 
No sabía que yo misma iba a sufrir algo parecido en USA. Mi visado, el B2, es foco de grandes sospechas. Por ello, las ristra de preguntas es interminable, las miradas escrutadoras hacen daño y es practicamente imposible no sentir nervios en la cola de control. Aunque sepas que tienes todos los documentos en regla, que has hecho las cosas bien, no puedes evitar pensar que buscarán el más mínimo resquicio para sospechar de tus intenciones. Pero una vez más, si para mí es difícil, no quiero pensar en el infierno que tiene que resultar todo el trámite para cualquiera que provenga de Latinoamérica.
 
 
Estoy intentando vivir la espera de la forma más relajada posible, pero es increíble pensar en todas las dificultades que me ponen para entrar en un país en el que lo único que voy a poder hacer es consumir sus productos, pagar por sus servicios y contribuir a su economía -mal que me pese, a veces-. Y lo más curioso es que, para eso, no hay practicamente control. ¿Enseñar algún tipo de identificación cuando pagas con tajeta de crédito? Nunca. ¿Demostrar que eres el destinatario cuando recoges una entrega en la oficina de correos? Para nada.
 
 
En el futuro, espero poder ir comprendiendo mejor las razones para lo que, a mis ojos, son puras contradicciones. Eso sí, aunque creo que no es necsario que os lo recuerde, lo que cuento en mis Daily Tales son sólo mis impresiones y las conclusiones que saco a partir de lo que veo. Pero no tengo la verdad, sólo mi opinión.
 
 
Ahora voy a tumbarme en la cama para intentar conciliar el sueño. Lo de contar ovejas a mí nunca me ha funcionado, así que creo que probaré con  alguna película de José Luis Garci. Terapia de choque.    

miércoles, 9 de enero de 2013

I love you

 
 
Estos han sido días de dar las gracias y pensar en los afortunados que somos por la gente que tenemos alrededor. Y también -por qué no decirlo-, días para echar de menos a las personas que nos hacían felices y ya no están. No voy a hablar de ellas, aunque las llevo siempre conmigo. Pero respecto a los que me siguen acompañando físicamente, no tengo más que palabras buenas y profundas.
 
 
Estoy jodida en muchas cosas -como casi todos en este momento-, pero no me canso de repetir lo afortunada que soy por la gente que tengo en mi vida. Recuerdo cuando de pequeña era una niña 'especial', y el hombre sabio y la artista me repetían sin descanso eso de "el tiempo pondrá las cosas en su lugar". He conocido a montones de personas indeseables -y las que me quedan-, pero puedo presumir -y de hecho, presumo- de tener la mejor familia y los mejores amigos que cualquiera podría pedir. Soy absolutamente consciente de mi personalidad 'peculiar', y de hecho, este post va dirigido a todos esos adolescentes (chicos y chicas) que sienten que no pertenecen al mundo en el que habitan. Yo también me sentí así. Pero conseguí superar todos mis miedos gracias a las personas maravillosas que creyeron en mí, en mis locuras, y que vieron en esta personalidad extravagante un filón para el buen rollo, la empatía y la amistad verdadera. Y en los tiempos en los que lo único que contaba para ser la mejor era la velocidad en clase de gimnasia, o la adecuación a temas intrascendentes, eso tiene mucho mérito. Por eso, I, mi fiel compañera, nunca lo olvidaré.
 
 
Durante toda mi  vida he tratado de ser una buena persona y una buena amiga. Hoy en día sigo recogiendo los frutos en este lugar en el que no tienen muy claro lo que son los amigos, la fidelidad, el respeto profundo. Cuando pienso en la gente que tengo conmigo no puedo evitar esbozar una sonrisa de orgullo, y cuando hablo de la gente indeseable casi ni pestañeo. El tiempo se ha encargado de poner las cosas en su sitio, y si dentro de ti hay basura lo único que saldrá será mal olor.
 
 
Ahora mismo, en este bar, rodeada de personas que no le dan tanta importancia a la amistad, me gustaría subirme a la silla en la que estoy sentada, como alguno de los protagonistas de El Club de los Poetas Muertos, y proclamar al mundo que no hay nada más importante que sentirse querido y poder compartir las alegrías y las tristezas con la gente que nos comprende.
 
 
No podría nombrar en esta entrada a todas las personas que hacen mi vida mejor y más feliz, porque son muchas. Vosotros sabéis quiénes sois y sabéis también que sin vosotros no sería nada. Soy la mujer más orgullosa del mundo. No tendré dinero, no tendré trabajo. Pero os tengo a vosotros, y ese es el mayor tesoro.  
 
 

lunes, 7 de enero de 2013

Mi paraíso particular

 


Tengo un lugar secreto en Palo Alto que descubrí poco después de llegar, y visitarlo de vez en cuando se ha convertido en una especie de ritual para mí. Es un jardin encantado en medio de todos los edificios de oficinas que pueblan la ciudad. Tiene las flores más bonitas, bancos de película y una gran fuente que, cuando cierro los ojos, me hace rememorar mi añorada Andalucía. Es el lugar al que vengo para relajarme, para meditar y a veces -como hoy- a escribir. Y no es que en Palo Alto falten parques o árboles, todo lo contrario. Pero la paz que se respira aquí me hace sentir que podría estar en cualquier lugar. Sueño con que salgo por la cancela de la entrada y estoy en la calle 31 de Agosto de Donosti, o en la Plaça de la Revolució de Barcelona, o en una de las callejuelas del barrio de la Viña en Cádiz. Todo está en armonía en este lugar tan bello. Un lugar que, por cierto, no he compartido con casi nadie desde que lo encontré, porque me resisto a que pierda la magia que tiene en soledad.
 


¿Pero es mi paraíso particular un jardin ideado por el Ayuntamiento de esta ciudad para el goce y disfrute de sus habitantes? En realidad, no. Es un espacio privado que pertenece a una de las mayores entidades de capital de riesgo del país -los ya archiconocidos hombres de negro-, que ha decidido cedernos este (su) tesoro durante un cuantas horas al día, eso sí, bajo la estricta vigilancia de decenas de cámaras que siguen cualquier movimiento que se haga en este bucólico emplazamiento. Te lo advierten claramente en la entrada, te van a controlar bien cotroladito. ¿Y cómo puede ser que precisamente gracias a esos señores tan malos pueda evadime de los problemas? Cosas de la vida. ¿Miedito? Sí, un poco.
 
 
Aun así, me he acostumbrado a sentirme permanentemente observada en este país. Al final, acaban consiguiendo que le des la vuelta a la tortilla y pienses que va a ser mejor para ti que todo lo que haces esté registrado, por si pasa algo malo. Misión cumplida. Ahora, aquí sentada, reflexionando sobre lo que han podido ver de mí estas cámaras de seguridad, me he quedado tranquila al pensar que poco más habrán captado que mis momentos de reflexión mientras sorbo el café humeante, las huídas a lo Benny Hill que protagonizo cuando se me aceca una avispa o similar, y mi amplia sonrisa cuando cierro los ojos y dejo que el sol me acaricie el rostro. Pues que lo disfruten.     


viernes, 4 de enero de 2013

El impacto de la crisis en la familia

 
 
Por fin sé de dónde viene todo. Un estudio que acaba de publicar la revista JAMA Psychiatry afirma que las personas nacidas durante la recesión económica de los años 1980-1982, tienen más probabilidades de desarrollar problemas de comportamiento -como abuso de drogas y delincuencia- durante su adolescencia, que los nacidos en periodos con un bajo nivel de desempleo.
 
 
Yo soy del 81, así que me veo perfectamente reflejada. Lo de la delincuencia no es lo mío; una vez cogí un chupa-chups gigante (de los de 25 pesetas) en una tienda de chuches sin pagarlo, y para cuado llegué a la altura de la puerta estaba hiperventilando tanto que tuve que volver a dejarlo en su sitio. En cuanto a las drogas... lo de ser adolescente en Euskadi tiene otro peligro que se une al tema de la recesión: el kalimotxo. Confieso que he pecado.
 
 
Fuera de bromas, el desempleo prolongado en las familias, como es obvio, puede generar un mal ambiente que repercutirá en los menores. Aunque, como dicen los autores del estudio, "no sólo el desempleo, también un trabajo poco satisfactorio puede llevar a una baja autoestima y a menores ingresos, y afectar negativamente a la crianza de los hijos".
 
 
El American Journal of sociology dice también, al hilo del tema del desempleo, que el paro, más que la infelicidad en la pareja, predice el divorcio (especialmente en los hombres). Los investigadores de Ohio dicen que "para los hombres, no tener trabajo incrementa la capacidad de iniciativa para dejar la relación". Y añaden: "Los hombres siguen estando bajo un patrón antiguo que los estigmatiza si están haciendo el trabajo que se presupone que pertenece a la mujer". Una de las profesoras de la Universidad Estatal de Ohio que firma la investigación dice, concretamente, que "sigue siendo inaceptable para los hombres quedarse en casa y cuidar de los niños", aunque sea una consecuencia de los efectos del desempleo en las familias.
 
 
Me da pena. Alguna vez, viviendo en California, hemos hablado de esta cuestión. Y he escuchado a mujeres que decían que no se sentirían bien con un marido que se quedara en casa cuidando de la prole, porque es "poco masculino". Yo reconozco que a veces no sé cómo reaccionar porque son prejuicios que nunca me han entrado en la cabeza. En mi caso concreto, tanto mi padre como mi madre han trabajado fuera de casa, y han sido siempre los dos quienes me han llevado al médico cuando estaba mala, quienes me contaban cuentos antes de  dormir y también los que me han echado la bronca cuando estaba siendo (algo) insoportable. Pero también me he encontrado con mujeres poco mayores que yo que me argumentaban que sus maridos no iban con sus hijos al médico porque "no sabían", o porque "no los habían educado así y eso ya no se cambia", y montones de estupideces parecidas.
 
 
Sí, estupideces. Y sobre todo en un momento como el actual, en el que la vida de los miembros de una familia puede dar un vuelco de un día para otro por motivos económicos. Y puede que, en un hogar en el que el padre ha sido siempre el mayor procurador de ingresos, lo echen del trabajo y sea su mujer la única encargada de conseguir el dinero para que la familia subsista. ¿So what? Son tiempos jodidos para todos. No puede ser que por ello tengan que pagar los más pequeños -que ni siquiera saben lo que les está ocurriendo a sus padres- y tampoco que las dificultades lleven al traste montones de matrimonios por un 'simple' problema de falta de adaptación a las nuevas circunstancias. El mundo, hoy en día, es el que es. Y si no queremos que nos coma y que destruya nuestras parejas y nuestras familias, no tenemos más que plantarle cara juntos, sin diferencias y sin vergüenzas. Porque, desde luego, en ningún caso somos nosotros los que tenemos que sentirnos avergonzados.
 
 

miércoles, 2 de enero de 2013

Menuda nochecita

 
 
Como una rosa amanecí el 1 de enero. Tanto, que acompañé al Científico a buscar setas, con éxito absoluto. Y eso que el día anterior había sido muy largo... Porque, aunque  me lo olía, no era consciente de lo estresante que puede llegar a ser celebrar la entrada del año nuevo por partida doble y con tantas (nueve, en concreto) horas de diferencia.
 
Tranquilo todo el mundo. No voy a contaros con todo lujo de detalles lo que dio de sí la celebración, porque al fin y al cabo las fiestas de Nochevieja no son tan diferentes al otro lado del Atlántico (cenar, esperar a que den las doce, brindar y bailar). Pero sí hubo detalles que me sorprendieron (más), y creo que merecen algunos comentarios.
 
 
- Comer las uvas a las tres de la tarde y confundirlas con las aceitunas del aperitivo. Porque sólo pudimos encontrar uvas negras. No todo puede ser perfecto.
 
 
- Quedar para cenar a las siete de la tarde. Todo por aquí se hace antes porque los días son más cortos en lo que a ocio se refiere. Pero entre saludar a las familias vía internet, ducharnos y acicalarnos, sucedió lo inevitable: la comida se juntó con la cena.
 
 
- Cenar en un tailandés. Para mí es sólo un dato curioso, pero las caras del Científico mientras engullía sus rollitos de verduras eran un poema. Frente a mí, y rodeado de las más de quince personas que compartían mesa con nosotros, me susurraba palabras como 'jamón', 'lomo' o 'kokotxas en salsa verde', con una mirada de deseo que pocas veces había visto antes.
 
 
- Cenar con una corona de princesa en la cabeza. Lo que resulta extraño es más bien el momento en el que se la ponen: justo al llegar al restaurante. Para mí tendría más sentido en los postres, cuando una ha perdido ya algo del sentido de la vergúenza. Y no me entendáis mal; pocas cosas me gustan más que colocarme una tiara en la cabeza, aunque sea de cartón. Y además resulta especialmente útil para encontrar a tu grupo en una sala hasta los topes en cualquier fiesta de Nochevieja. Pero conversar con el resto de comensales sobre temas de trascendencia tratando de pasar por alto que llevan puesto un sombrero con confeti es una tarea complicada.
 
 
- Pasar la noche en un club con gente semidesnuda. Y la etiqueta no lo requería. Ningún prejuicio, de verdad. Pero me llaman la atención los atuendos que se gasta el personal en una fría noche de invierno (porque en California también hace frío). Espontáneas bailando en ropa interior, faldas que parecen camisetas talla L, hombres con corbatas o pajaritas sobre torsos desnudos... Me sentí como una ursulina.
 
 
-  'Chanchullos' en la cola del guardarropa. Sí, porque también había gente con abrigos sobre sus prendas escuetas. Después de pasar un buen rato (el rato no fue muy bueno, es una expresión hecha) esperando para deshacerme de la ropa que me impedía darlo todo en la pista de baile, cuando estaba ya a la altura del mostrador, se me acercaron dos de las protagonistas de Jersey Shore (o similar) diciendo que me pagarían 20 dólares si les guardaba también sus abrigos. Podéis pensar que soy tonta (puede que sí, teniendo en cuenta el precio de las copas), pero dije un NO rotundo, sin tener que pensarlo ni un sólo segundo. Primero porque no me parece de recibo coger dinero de gente desconocida así como así, y segundo porque me duele por todas las personas que, como yo, han estado aguantando la santa cola como gente civilizada. Me hubiera sentido sucia. Porque de eso a adjudicar contratos a dedo para eventos deportivos en Mallorca hay sólo un paso.
 
 
- En todas partes cuecen habas. En una de mis incursiones al baño, me encontré con una pobre mujer que acababa de vomitarse encima. ¿Y qué hice? ¿Girarme y concentrarme en vacíar mi acuciante vejiga? Pues no. Me puse, junto con otro alma caritativa que andaba por allí, a limpiarla como pude. Mientras la chica 'se dejaba hacer' e intentaba mantenerse en pie con notable dificultad, no dejaba de darnos las gracias y de comentar cosas tan sorprendentes como "creo que he bebido demasiado". Ya se sabe que los borrachos  y los niños... En fin, hay que ganarse el cielo.  
 
 
- El mundo termina a las 2 AM. Cuando dejan de servir alcohol. De repente, en una fiesta que dura hasta las seis de la mañana, el personal desaparece y quedan sólo las ascuas. Y no es para menos, porque el adjetivo 'estricta' se queda corto para la aactitud que tienen los locales. Ahí me encontraba yo, tomándome una de las pocas copas de la noche, cuando una de las camareras se acercó a mí y, sin mediar palabra, me hizo saber que tenía que bebérmela de inmediato si no quería problemas. Lo hizo con un gesto universal, que consiste en cruzar el dedo índice lentamente a lo largo del cuello. Sobran las palabras. Eran exactamente las dos menos dos minutos, y se quedó ahí de pie, frente a mí, hasta cerciorarse  de que había dejado el vaso vacío de un trago.
 
 
- Un crooner para amenizar la velada. En nuestras salidas a la 'zona de fumadores' (un pequeño espacio vallado en la  acera) tuvimos la oportunidad de conocer a personajes de todo tipo, como siempre ocurre en esta ciudad tan fascinante que es San Francisco. Pero el más destacable fue un hombre que se empeñó en contarnos la historia de su familia a través de grandes éxitos musicales. El momento álgido: su versión 'chirriante' de You are not alone, que escuché con emoción hasta que uno de los mostrencos de seguridad lo mandó a freir espárragos. Mítico.
 
 
Y así transcurrió, a grandes rasgos, una noche inolvidable -por diferente-. Y no puedo dejar de decirlo, en un local espectacular, en el que además de cuatro salas con distinta música tienes un bar con pizza las 24 horas. Sólo queda un año para la siguiente fiesta de Nochevieja, y como sea la mitad de intensa voy a necesitar un chute de jalea real para aguantar. Que la edad no perdona.