lunes, 7 de enero de 2013

Mi paraíso particular

 


Tengo un lugar secreto en Palo Alto que descubrí poco después de llegar, y visitarlo de vez en cuando se ha convertido en una especie de ritual para mí. Es un jardin encantado en medio de todos los edificios de oficinas que pueblan la ciudad. Tiene las flores más bonitas, bancos de película y una gran fuente que, cuando cierro los ojos, me hace rememorar mi añorada Andalucía. Es el lugar al que vengo para relajarme, para meditar y a veces -como hoy- a escribir. Y no es que en Palo Alto falten parques o árboles, todo lo contrario. Pero la paz que se respira aquí me hace sentir que podría estar en cualquier lugar. Sueño con que salgo por la cancela de la entrada y estoy en la calle 31 de Agosto de Donosti, o en la Plaça de la Revolució de Barcelona, o en una de las callejuelas del barrio de la Viña en Cádiz. Todo está en armonía en este lugar tan bello. Un lugar que, por cierto, no he compartido con casi nadie desde que lo encontré, porque me resisto a que pierda la magia que tiene en soledad.
 


¿Pero es mi paraíso particular un jardin ideado por el Ayuntamiento de esta ciudad para el goce y disfrute de sus habitantes? En realidad, no. Es un espacio privado que pertenece a una de las mayores entidades de capital de riesgo del país -los ya archiconocidos hombres de negro-, que ha decidido cedernos este (su) tesoro durante un cuantas horas al día, eso sí, bajo la estricta vigilancia de decenas de cámaras que siguen cualquier movimiento que se haga en este bucólico emplazamiento. Te lo advierten claramente en la entrada, te van a controlar bien cotroladito. ¿Y cómo puede ser que precisamente gracias a esos señores tan malos pueda evadime de los problemas? Cosas de la vida. ¿Miedito? Sí, un poco.
 
 
Aun así, me he acostumbrado a sentirme permanentemente observada en este país. Al final, acaban consiguiendo que le des la vuelta a la tortilla y pienses que va a ser mejor para ti que todo lo que haces esté registrado, por si pasa algo malo. Misión cumplida. Ahora, aquí sentada, reflexionando sobre lo que han podido ver de mí estas cámaras de seguridad, me he quedado tranquila al pensar que poco más habrán captado que mis momentos de reflexión mientras sorbo el café humeante, las huídas a lo Benny Hill que protagonizo cuando se me aceca una avispa o similar, y mi amplia sonrisa cuando cierro los ojos y dejo que el sol me acaricie el rostro. Pues que lo disfruten.     


No hay comentarios:

Publicar un comentario