El Lago Tahoe tiene una población de 65.000 habitantes, pero cada año recibe la friolera de tres millones de visitantes. Todo tipo de deportes acuáticos en verano y esquí (y derivados) en invierno en un lugar en el que el sol brilla 274 días al año. E lago es tan gigantesco que -perdonad mi ignorancia- parece que estás viendo el mar. Su circunferencia total es de 72 millas (aproximadamente 116 kilómetros), y tiene unos 500 metros de profundidad. Por si no lo sabíais, 2/3 del lago están en California y un 1/3 pertenece al estado de Nevada (el de los casinos, sí).
Hace unos 10.000 años -que se dice pronto-, los indios Washoe fueron habitantes regulares del lago durante los veranos, porque encontraron en su belleza un valor espiritual (no me extraña). Ellos nombraron el lugar como 'Dao w a ga' (el borde del lago). Pero cuando llegaron los pioneros, con esto de que no eran muy buenos en la pronunciación, lo llamaban 'Da ow', y de ahí en un inesperado doble salto mortal, pasaron a llamarlo Tahoe. En 1945, Lake Tahoe pasó a ser el nombre oficial de esta maravilla de la naturaleza. ¡Qué dirían los primeros Washoe si se enteraran! Por cierto, que desde que en 1978 se fundara la Washoe Hunting and Fishing Commission, sus descendientes se encargan de regular la caza y la pesca y proteger los recursos naturales para conservar el hábitat natural de la zona.
A finales del siglo XIX, gracias a las nuevas infraestructuras de transporte, el Lago Tahoe se convirtió en un lugar popular para las vacaciones entre la población adinerada de San Francisco. En 1927 se abrió el primer casino de la zona, del que también fue dueño, en los años 60, Frank Sinatra. Por él pasaron habitualmente estrellas de la talla de (quería utilizar esta expresión) Dean Martin, Sammy Davis Jr. o Marilyn Monroe.
Pero vamos a lo nuestro. Nunca olvidaré el momento en el que iba en el coche entre montañas nevadas y, de repente, apareció ante mis ojos. ¡Fue mágico! Mira que yo no soy de las que se emocionan demasiado con los paisajes naturales, pero Lake Tahoe es algo grandioso. Igual que grandiosa fue la sensación térmica al saltar del vehículo (era un 4x4). ¿Muchísimo frío? No, lo siguiente. Fotos en una playa helada, en la que ni siquiera se podía coger algo de arena, y vuelta al coche; caminata con la nieve impoluta cubriéndome las rodillas y corriendo al coche; cualquier otra actividad y pitando al coche. En un alarde de romanticismo y dada la belleza del paisaje, decidí fumarme un cigarrillo y se me congeló. Tuvimos que amputarlo.
Y a la mañana siguiente... la gran noticia: -25 grados centígrados. lo nunca visto (por mí).Y durante la noche había llegado a pasar de los -30, pero por supuesto, incluso los moteles modestos están preparados para el frío, así que no lo noté. Primero me hice la valiente: "Va, cuando pasas de -10 ya ni se nota la diferencia... sólo siento un poco de frío en los pies..." A los dos minutos, estaba a punto de echarme a llorar. ¡Pero cómo puede hacer tanto frío! ¡¿Por qué?! ¡¿Para qué?! La suerte fue que no hacía viento y lucía el sol, porque si no ya me veía volviendo a casa cual Juanito Oyarzabal (pobre Juanito, cuánto me da de sí). Me dolían los ojos, la cabeza, hasta las fosas nasales, con un dolor tan agudo que creía que se iban a explotar los capilares. Desagradable, ya lo sé, pero cierto. De vez en cuando me miraba los dedos para comprobar que seguían teniendo su color habitual (más bien blanquecino). No es broma. Que yo me he tragado todas las ediciones del Conquistador del Aconcagua y sé dónde está el riesgo.
Pero sobreviví, y de hecho escribo estas líneas desde mi casita Palo Alto, con una temperatura de casi 80 grados (Farenheit, tranquilos). El calor empieza a ser insoportable, pero necesito volver a sentir lo que es sudar, después de mi experencia religiosa en el lago. Por cierto, que también fue muy místico el momento en el que una señora nos propuso sacarnos una foto con mi cámara frente a un marco incomparable (no pensarías que lo teníamos sólo en Donosti), y mientras trataba de enfocar se resbaló con la nieve y cayó al suelo cual saco de tubérculos. No le pasó nada. A la cámara, digo (vale, a la señora tampoco). Y en el documento gráfico salimos con los pies cortados, pero dadas las circunstancias es más que suficiente.
Maravilloso el Lake Tahoe. Pero la próxima vez, en verano.
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