Como una rosa amanecí el 1 de enero. Tanto, que acompañé al Científico a buscar setas, con éxito absoluto. Y eso que el día anterior había sido muy largo... Porque, aunque me lo olía, no era consciente de lo estresante que puede llegar a ser celebrar la entrada del año nuevo por partida doble y con tantas (nueve, en concreto) horas de diferencia.
Tranquilo todo el mundo. No voy a contaros con todo lujo de detalles lo que dio de sí la celebración, porque al fin y al cabo las fiestas de Nochevieja no son tan diferentes al otro lado del Atlántico (cenar, esperar a que den las doce, brindar y bailar). Pero sí hubo detalles que me sorprendieron (más), y creo que merecen algunos comentarios.
- Comer las uvas a las tres de la tarde y confundirlas con las aceitunas del aperitivo. Porque sólo pudimos encontrar uvas negras. No todo puede ser perfecto.
- Quedar para cenar a las siete de la tarde. Todo por aquí se hace antes porque los días son más cortos en lo que a ocio se refiere. Pero entre saludar a las familias vía internet, ducharnos y acicalarnos, sucedió lo inevitable: la comida se juntó con la cena.
- Cenar en un tailandés. Para mí es sólo un dato curioso, pero las caras del Científico mientras engullía sus rollitos de verduras eran un poema. Frente a mí, y rodeado de las más de quince personas que compartían mesa con nosotros, me susurraba palabras como 'jamón', 'lomo' o 'kokotxas en salsa verde', con una mirada de deseo que pocas veces había visto antes.
- Cenar con una corona de princesa en la cabeza. Lo que resulta extraño es más bien el momento en el que se la ponen: justo al llegar al restaurante. Para mí tendría más sentido en los postres, cuando una ha perdido ya algo del sentido de la vergúenza. Y no me entendáis mal; pocas cosas me gustan más que colocarme una tiara en la cabeza, aunque sea de cartón. Y además resulta especialmente útil para encontrar a tu grupo en una sala hasta los topes en cualquier fiesta de Nochevieja. Pero conversar con el resto de comensales sobre temas de trascendencia tratando de pasar por alto que llevan puesto un sombrero con confeti es una tarea complicada.
- Pasar la noche en un club con gente semidesnuda. Y la etiqueta no lo requería. Ningún prejuicio, de verdad. Pero me llaman la atención los atuendos que se gasta el personal en una fría noche de invierno (porque en California también hace frío). Espontáneas bailando en ropa interior, faldas que parecen camisetas talla L, hombres con corbatas o pajaritas sobre torsos desnudos... Me sentí como una ursulina.
- 'Chanchullos' en la cola del guardarropa. Sí, porque también había gente con abrigos sobre sus prendas escuetas. Después de pasar un buen rato (el rato no fue muy bueno, es una expresión hecha) esperando para deshacerme de la ropa que me impedía darlo todo en la pista de baile, cuando estaba ya a la altura del mostrador, se me acercaron dos de las protagonistas de Jersey Shore (o similar) diciendo que me pagarían 20 dólares si les guardaba también sus abrigos. Podéis pensar que soy tonta (puede que sí, teniendo en cuenta el precio de las copas), pero dije un NO rotundo, sin tener que pensarlo ni un sólo segundo. Primero porque no me parece de recibo coger dinero de gente desconocida así como así, y segundo porque me duele por todas las personas que, como yo, han estado aguantando la santa cola como gente civilizada. Me hubiera sentido sucia. Porque de eso a adjudicar contratos a dedo para eventos deportivos en Mallorca hay sólo un paso.
- En todas partes cuecen habas. En una de mis incursiones al baño, me encontré con una pobre mujer que acababa de vomitarse encima. ¿Y qué hice? ¿Girarme y concentrarme en vacíar mi acuciante vejiga? Pues no. Me puse, junto con otro alma caritativa que andaba por allí, a limpiarla como pude. Mientras la chica 'se dejaba hacer' e intentaba mantenerse en pie con notable dificultad, no dejaba de darnos las gracias y de comentar cosas tan sorprendentes como "creo que he bebido demasiado". Ya se sabe que los borrachos y los niños... En fin, hay que ganarse el cielo.
- El mundo termina a las 2 AM. Cuando dejan de servir alcohol. De repente, en una fiesta que dura hasta las seis de la mañana, el personal desaparece y quedan sólo las ascuas. Y no es para menos, porque el adjetivo 'estricta' se queda corto para la aactitud que tienen los locales. Ahí me encontraba yo, tomándome una de las pocas copas de la noche, cuando una de las camareras se acercó a mí y, sin mediar palabra, me hizo saber que tenía que bebérmela de inmediato si no quería problemas. Lo hizo con un gesto universal, que consiste en cruzar el dedo índice lentamente a lo largo del cuello. Sobran las palabras. Eran exactamente las dos menos dos minutos, y se quedó ahí de pie, frente a mí, hasta cerciorarse de que había dejado el vaso vacío de un trago.
- Un crooner para amenizar la velada. En nuestras salidas a la 'zona de fumadores' (un pequeño espacio vallado en la acera) tuvimos la oportunidad de conocer a personajes de todo tipo, como siempre ocurre en esta ciudad tan fascinante que es San Francisco. Pero el más destacable fue un hombre que se empeñó en contarnos la historia de su familia a través de grandes éxitos musicales. El momento álgido: su versión 'chirriante' de You are not alone, que escuché con emoción hasta que uno de los mostrencos de seguridad lo mandó a freir espárragos. Mítico.
Y así transcurrió, a grandes rasgos, una noche inolvidable -por diferente-. Y no puedo dejar de decirlo, en un local espectacular, en el que además de cuatro salas con distinta música tienes un bar con pizza las 24 horas. Sólo queda un año para la siguiente fiesta de Nochevieja, y como sea la mitad de intensa voy a necesitar un chute de jalea real para aguantar. Que la edad no perdona.