martes, 18 de septiembre de 2012

¿Qué comemos hoy?



Todo.


No es ninguna novedad decir que en Estados Unidos se come mucho, y la mayoría de veces se come mal. Tampoco es mi intención aburrir con las innumerables fuentes de datos que hay sobre esta cuestión. Sólo algunas ideas: según la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición (NHANES), más de un tercio (35,7%) de las personas adultas en Estados Unidos son obesas, también lo son el 17% de los y las jóvenes, y la tasa de obesidad infantil se ha triplicado en las últimas tres décadas. En 2008, los costes médicos asociados con la obesidad alcanzaron los 147 billones de dólares y los gastos médicos de las personas obesas superaron en 1.429 dólares a los de la población con un peso corporal normal.  
 
Aunque hayas estado antes en este país, nunca dejas de sorprenderte con el tamaño de las cosas. Los coches son más grandes, las tallas de la ropa también, pero sobre todo los alimentos. ¿Alguien en su sano juicio se pediría una Coca Cola de 580 ml? Es el tamaño Jumbo, que el alcalde de Nueva York acaba de prohibir en los restaurantes de comida rápida, cines y teatros. Una vez más, la prohibición antes que la educación. El problema no es que la población tenga acceso a esos tamaños desmesurados, sino el hecho de que crean que consumirlos no es una barbaridad. Y me da igual si se trata de sodas, de palomitas o de zumos (estos últimos no los ha prohibido el alcalde Bloomberg), porque por mucho que lleve fruta, si se consume como un refresco entre comidas nos aportará muchas más calorías de las necesarias, a no ser que sigamos una rutina digna de Michael Phelps.
 
Pero esto es California. La cuna del healthy way of live, donde la gente hace deporte, lleva siempre consigo una cantimplora con agua para no deshidratarse, huye del humo del tabaco como de la peste y compra comida orgánica en supermercados ad hoc. ¿Y esto ha solucionado el tema? Pues la verdad es que no. La primera vez que entré en un supermercado de la cadena Hole Foods, los ojos me hacían chiribitas. Era como estar en el paraíso de la vida sana. No en vano, es el super en el que dice comprar Obama.




Estanterías de madera, plantas y flores en la entrada, esterillas para hacer yoga, productos de comercio justo... y pasillos y pasillos de alimentación sana, orgánica, natural y a precio de oro. Pero a medida que avanzaba por las estanterías la emoción iba dando lugar al mareo, visión borrosa, palpitaciones, y en la zona de cajas casi tuve que coger una de sus bolsas de papel reciclado para respirar dentro. Era demasiado. Como todo aquí, demasiado. Verduras, fruta,... bien, no puedo permitirme ninguna con estos precios, así que vamos al pasillo de las pastas y arroces. Y allí, cientos de paquetes de pasta, con envoltorios de diferentes colores que indican con o sin gluten, con o sin sal, integral, orgánico, producto solidario, estilo oriental, estilo mexicano, de punta redonda, de punta cuadrada,... sí, me los estoy inventando, pero no voy nada desencaminada (y seguro que me dejo alguno). Dado que no soy capaz de decidirme, voy a por unos cereales para el desayuno. Pero es todavía peor. Que si sabor tal o cual, pero receta tradicional, para veganos, para celiacos, para perros, para diabéticos, sin hormonas, sin antibióticos... Y no toco el tema de las salsas ni el de los frutos secos porque podríamos estar aquí leyendo hasta mañana. En fin, ¿no puede una comprarse cuatro cosas normales en el supermercado sin tener que hacer un curso de especialización para entender las etiquetas? Pues va a ser que no. Estuve a punto de acercarme al pasillo de las vitaminas y hacerme un cocktail, pero una vez más los precios fueron más fuertes que mi mono (ya os contaré otro día cómo discurre mi vida sin vino). Pasé al lado del papel higiénico, que también es reciclado (y no pienso hacer ningún comentario escatológico al respecto).Total, que pagué, no pude resistir la tentación de comprarme una de esas bolsas de tela de la tienda que luego nunca te acuerdas de llevar pero que sientes que te hace ser mejor persona, y cuando la abrí para ver mi compra descubrí aterrada que había comprado un paquete tamaño jumbo de nachos verdes sabor espinaca con algas wakame. Bueno, tranquila, es orgánico. Es sano. Es verde. No engorda.
 
La principal solución para las altísimas tasas de obesidad que hay en este país es bien simple: comer menos. No se trata de comprar y comer la misma cantidad de productos en tiendas que los venden como alimentos sanos y que ni siquiera son asequibles para la población en general, lo que contribuye a aumentar las diferencias sociales. Lo que se consigue con eso no es ayudar a la población a tener un peso adecuado para evitar problemas de salud, sino engordar a las cadenas 'verdes' que tienen precios imposibles para la mayoría. El resto, seguirá yendo a comprar una hamburguesa a McDonalds, porque le sale más barato.


 

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