Segunda y última etapa (por el momento) de nuestra visita guiada a la Universidad de Stanford. Y si la primera os pareció too much, agarraos los machos (expresión que me vuelve loca) porque hay todavía grandes sorpresas por descubrir.
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Con lo tranquilita que estaba yo antes de que llegaran todos... |
Cuando aterricé por aquí, a principios de agosto, me pareció un lugar tranquilo -casi moribundo, diría yo- pero con la llegada de los estudiantes el campus se llena de gorras y camisetas con la S mayúscula. Estudian (mucho), pero la mayoría también viven aquí. En 2011, concretamente, 6.306 estudiantes universitarios y 4.768 estudiantes de posgrado compartieron código postal en diferentes bloques de apartamentos, residencias, villas adosadas y unas pocas hermandades. Vamos, que es aquí donde se cuece todo. De hecho, hay tanta gente joven viviendo en el campus que hasta Ronald McDonald ha decidido mudarse!
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Indicaciones para llegar a casa de Ronald. |
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La biblioteca Green. |
Dada mi condición de 'señora de' ("Yo no soy la señora de nadie!!!, excalamaba yo al llegar, como si eso pudiera cambiar algo), tengo derecho a acceder a todas las instalaciones del campus como una alumna más. La que más aprovecho, por el momento, es el gimnasio. También voy mucho a la biblioteca de humanidades y ciencias sociales, pero he de admitir que todavía no he sido capaz de descifrar las signaturas de los libros y su correspondencia con los números y letras que están escritos en las baldas. Prometo que lo intento cada día, pero por ahora sólo he aprendido a encender la luz que tiene cada pasillo. Que parece poco, pero es la única manera de leer los títulos. Un importante primer paso.
Decía que, sobre todo, utilizo el gimnasio. No pretendo abrumaros con cifras, pero podéis imaginar que Stanford tiene unas instalaciones deportivas de miccionar y no echar gota. El gimnasio principal, el Arrillaga Sports Center, tiene casi 7.000 metros cuadrados de instalaciones. Y hay piscinas grandes, pequeñas, con trampolines, redondas, cuadradas, ovaladas... De hecho, tienen un equipo de fútbol americano que despierta pasiones: los Stanford Cardinals. Su mascota es un árbol con falda.
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Aunque no está demostrado, se cree que jamás en la historia del fútbol se ha visto una mascota tan fea como la de los Cardinals. |
Pero entre todo ese poderío deportivo, todavía se mantiene un gimnasio pequeñito y escondido, que gestionan dos hombres mayores con gorra y algo de barriga. Tiene pocas máquinas y la mayoría de ellas son viejas, y no tiene duchas ni taquillas. Ni siquiera un baño. Entras, sudas y sales tal cual. Naturalmente, es el que más me gusta. Esos señores me hacen sentir como si fuera la protagonista de Million Dollar Baby, y me crezco cada día en la máquina de abductores. "Mo cuishle!", me grito a mí misma en cada ejercicio. ¿Y quién necesita una ducha cuando las emociones se sienten tan a flor de piel?!
Mis 'entrenadores' suelen pasar los ratos muertos charlando con otros dos hombres de su quinta, responsables del local de al lado: la peluquería de la universidad. En realidad, ellos no lo llaman peluquería y eso me gusta. En la puerta puede leerse: Stanford Hair. Mensaje sencillo, claro, directo. Sabes que de lo que se trata allí dentro es de pelo. Nada de volúmenes, vaciados, mechas californianas o alisado japonés. Teniendo en cuenta que los salones de belleza de Palo Alto cobran la friolera de 100 dólares por cortar y marcar, creo que Stanford Pelo (a mí me gusta llamarlo 'El Pelos', en confianza) es la opción más atractiva. Y sí, también voy a comprarme una gorra, por si las moscas.
¿Conseguirán mis entrenadores moldear mi cuerpo cual Venus de Milo? ¿Será capaz El Pelos de mantener mi corte elegante a la par que desenfadado? ¿Encontraré algún día el libro que busco en la biblioteca?
La respuesta a estas y otras preguntas, en próximos capítulos.
Cheers.
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