domingo, 30 de diciembre de 2012

Mis mejores deseos




Ante todo, quiero brindar por los que este año nos han dejado, y también por los recién llegados.

Otro brindis porque este año sigamos luchando, porque no nos ganen.

Y porque os sigan interesando mis historias, que al fin y al cabo dicen mucho de mí, y me hacen sentiros más cerca.











 
Urte berri on

Feliz Año Nuevo

Happy New Year...

... y a darlo todo esta noche!






viernes, 28 de diciembre de 2012

Dilemas para el Nuevo Año

 
 
Estamos preparando la nochevieja. Y no es tan sencillo como puede parecer, porque quiero impresionaros, para qué voy a mentir. No muchas veces una donostiarra puede recibir el nuevo año en California. Y claro, desde allí tenéis que sentirlo como una celebración a lo grande, como todo por aquí, nada de medias tintas. En esas hemos estado todo el día de hoy, desde que he quedado con unos amigos alemanes a las 11 de la mañana, hasta altas horas de la noche (es verdad que en medio ha habido risas y demás).
 
 
Sabemos que tenemos que ir a San Francisco, porque pasar la víspera de Año Nuevo en Palo alto es lo más cercano al coma que se me ocurre. Pero ir a la gran ciudad también tiene sus inconvenientes: gente, gente y más gente. Porque, aunque todo el mundo por aquí cree que soy muy joven, a una le van pasando los años y las grandes aglomeraciones me dan cada vez más pereza. Eso, unido a  las dificultades que ya os comenté que tienen los lugareños para compartir acera sin chocarse, hacen qque la perspectiva sea cuanto menos difícil. Al menos hemos descubierto que van a poner cinco trenes de más esa noche, para volver de San Francisco a las otras ciudades de la Bahía. Dicen que se trata de una apuesta para que los "juerguistas" (sí, así nos llaman) utilicen el transporte público y, al menos una vez al año, dejen el coche en casa. El último tren sale a las 2.15am. Efectivamente. ¡Fiesta!! Pero es que, por si no lo sabéis, en California la ley prohibe vender alcohol a partir de las dos de la mañana, incluso en los bares. Así que la fiesta suele darse por finiquitada sobre esa hora, a no ser que quieras estar dándolo todo en la pista con un moca-latte, que oye, bien mirado, también tiene su punto.
 
Esa noche seremos unas veinte personas en busca de algo digno con lo que celebrar el año nuevo lejos de nuestra gente: vascos, alemanes, asiáticos de distintos países, dos Drag Queens de la zona... Salga lo que salga de todo este potpourri, seguro que será interesante.
 
 
Eso será varias horas después de la Nochevieja de (casi) todos vosotros. Así que estaré disponible vía internet y me compraré un arsenal de uvas para poder repetir el ritual en cada una de las conexiones. Y estoy pensando: ¿vale igual el vino blanco? Porque también son uvas, sólo que machacadas...
 
 
Anyway, os diré cómo termina todo esto y si, al final, sale algo curioso, que es lo más probable. He pasado este día en distintos lugares a lo largo de mi vida, pero nunca tan lejos y con semejante diferencia horaria. Teniendo en cuenta que a las tres de la tarde tengo mi primera conexión con familia y amigos para festejar, y que me juntaré para cenar no más tarde de las seis con el variado grupo de 'juerguistas' de Palo Alto, la entrada en el 2013 promete ser, como poco, muy pero que muy larga.



Happy New Year to all of you!!!
 
O, lo que es lo mismo,
 
¡Feliz Año Nuevo!!! 

jueves, 27 de diciembre de 2012

Sorpresas

 
 
Pues parece que ya ha pasado. No se acabó el mundo (al menos no de forma obvia) y volvimos a celebrar la Nochebuena y la Navidad como cada año (aunque esta vez con algunas ausencias, la más comentada la de la vaca y el burro en el discurso del Rey). Es posible que el mundo no se haya terminado, pero sí parece que se ha dado la vuelta. Porque resulta que en Esukadi han estado cantando los villancicos en bikini, poniéndose ciegos de mojitos y caipirinhas, y nosotros en sunny California poniéndonos como sopas. Unas tormentas terribles han estado azotando el centro y el sur del Estado en las últimas semanas, y aunque al principio me hizo gracia lo de chapotear y todo el tema de Singing in the rain, creo que he crecido ya algunos centímetros de lo mucho que me he mojado estos días, y lo peor, me están saliendo branquias. Así que espero ansiosa la vuelta a la tranquilidad, porque esto de cinco minutos lloviendo a cántaros, cinco minutos de sol, diez de diluvio universal, dos de verano y vuelta a empezar... cansa mucho y no es serio. Estoy pensando incluso en reclamar que me devuelvan el dinero. Lo que no sé es a quién.
 
 
Pero al margen del clima -o con él-, esta semana ha venido cargada de sorpresas. No sólo los regalos, que este año han llegado de manos tanto del Olentzero como del mismísimo Santa Claus. -Me chifla lo del 'Hohoho!!'. Tendríamos que inventar algo así para Mari Domingi-. Pero a lo que iba; que por fin he vivido el encuentro que tantos meses llevaba esperando: por fin me he encontrado con Mark Zuckerberg! Sí, sí, como os lo cuento. Y no por la calle, rodeado de seguridad y montándose en un Jaguar, sino en uno de mis (dos únicos) bares preferidos de Palo Alto, un sábado por la noche con un grupo de amigos (¿o quizá empleados?). El caso es que lo vimos cuando estaba intentando acceder al local (en el que te piden una identificación que acredite que eres mayor de 21). Entró sin ningún revuelo. En el post que escribí hace unas semanas sobre él y la película que cuenta la historia de la creación de Facebook, ya dije que no es santo de mi devoción. pero cuando lo ví... aun no lo comprendo, pero tuve un momento fan, a lo niña de Justin Bieber. Me senté en la mesa de enfrente y empecé a hacerle fotos disimuladamente con el teléfono. Lo más probable es que no se diera cuenta, porque yo pretendía estar leyendo mis correos, y he de decir que soy una actriz del Método. ¿Y para qué hice todas esas fotos (borrosas)? No lo sé, porque no voy a publicarlas en Facebook, ni en mi blog, ni por supuesto tienen nada digno de vender a las revistas carroñeras (sólo se tomó una Coca Cola). Fue un acto deleznable y no digno de mí, pero era la única forma de cerciorarme de que lo tenía delante, de que vivo en Palo alto rodeada de millonarios que aparentan 16  años y visten sudaderas con capucha, y que salen de bares como si nada. Porque al final, por muy viajada que esté, a una siempre le queda una parte de Paco Martínez Soria con su cesta de gallinas en el 'nuevo mundo'.
 
 
Total, que no puedo decir nada bueno ni malo del amigo Mark, porque no tuve el placer de hablar con él (tranquilos, todo se andará). Y podéis estar orgullosos de que no me arrancara el pelo a mechones de la emoción o me escribiera sus iniciales en la cara con boli; me controlé. Pero sí coincidí con él en la barra al ir a pagar nuestras respectivas cuentas, y aunque actué con absoluto desdén, sin mirarle ni una sola vez, reconozco que alargué el cuello hasta el infinito y más allá para ver su recibo. y tengo que decir que, con una cuenta de 20 dólares, mister Zuckerberg dejó 10 dólares de propina, lo que significa el 50%. ¡Un Hurra por Mark, que se enrolla! Yo fui bastante más miserable, pero también soy algo más pobre que el muchacho.
 
 
Y temas de famoseo aparte, poco he hecho estos días más que festejar. Y felicitar a todas las personas con las que me he cruzado en la calle, en las tiendas, en los bares, el señor de FedEx con los paquetes,... Eso sí, felicitando las fiestas en general, pero no la Navidad, porque se ve que aquí lo de decir Merry Christmas (o 'feliz Navidad') ya no se lleva por no ser respetuoso con las personas que no son de religión cristiana. Así que lo que hay que hacer es desear a todo el que nos crucemos que tengan unas fiestas muy felices, pero así, sin concretar, no vaya a ser que a alguno que resulte ser judío, o hinduista, o incluso ateo, le vaya a dar un tantarantán al escuchar la dichosa expresión. Ya sabéis, amiguitos, una lección más de lo que significa respetar al prójimo en este país. ¿Cómo? ¿Qué decís? ¿Que el hombre que mató a dos bomberos esta semana en Nueva York dejó escrito que lo que más le gustaba en el mundo era matar a gente? Sí, puede ser. Pero seguro que ese buen americano sabía felicitar las fiestas como se debe; ante todo, con mucho respeto.  

jueves, 20 de diciembre de 2012

Por si no se acaba el mundo

 
 
Es probable que no lo hayáis escuchado, pero dicen que el mundo se va a terminar hoy. Así, sin más. Flop. Y desaparece. Al principio era un poco escéptica, pero en los últimos días he estado pensando y, bien mirado, hay montones de señales. Muchas razones de peso para dar esto por finiquitado.
 
 
Hoy mismo, por ejemplo, he visto la promo del programa Hijos de papá. Había una chica rubia con un chiguagua que decía que no le gustan los "catetos", porque no cuidan su imagen. Efectivamente, el Universo podría pasar perfectamente sin ella. Pero no sólo la Barbie de Marbella. Cualquiera de esos pequeños monstruos incitan a prenderle fuego a la Tierra (pero no lo hagáis nunca, amiguitos). Hay muchas razones para bajarse del tren. ¿Gandía Shore? ¿Gangnam Style? Perdonen, pero yo me apeo. Y no voy a entrar en más detalles de la basura que nos rodeea en el mundo, porque si este es vuestro último día tampoco os lo voy a fastidiar con discursos reivindicativos.
 
 
A mí lo que me puede es el concepto del final. El Científico me explicó que el tiempo es absoluto, y que somos nosotros los que lo relativizamos con el tema del sol y los hemisferios. Entendido. Pero resulta que he leído que la hora del fin del mundo son las cinco de la tarde. Para todos. ¿Pero las cinco de quién? Reflexionando (poco), he llegado a la conclusión de que se trata de las cinco del centro del mundo, o lo que es lo mismo, de nuestras cinco de la tarde. Porque si van a venir los alienígenas, no pueden aparcar la nave en otro lugar que no sean los Estados Unidos. No conocen nada más.  
 
 
Así que la mayoría de vosotros tendréis todo el día de hoy para disfrutarlo a tope. Yo no sé lo que haré durante la mañana. Pensaba ir a por los regalos de Navidad, pero no merece la pena si luego no los vamos a poder abrir. También podría marcharme a Las Vegas a ver a Celine Dion en concierto, pero en lo que tardo en llegar... flop. Así que tampoco. Creo que me dedicaré a la vida contemplativa. Pasear entre árboles, sentarme al sol, abrir una buena botella de tinto, fumarme un cigarrillo (Oh, Dios Santo!!). Y por supuesto, hablar con mi gente, aunque sea vía Skype y con retardo. Sí, las cosas buenas de este mundo tan terrible y tan injusto.
 
 
Y si al final no pasa nada, y el sábado vuelve a salir el sol, creo que me tomaré un par de días de 'descanso' del blog (¿o sería mejor decir 'os daré un par de días de descanso'?) para volver a la carga con más fuerza después de las celebraciones navideñas. Hasta entonces, como diría algún actor americano en un anuncio de champán (o cava catalán): "¡Felises fiestas!"


 
 
 

Navidad para el hombre de las montañas

 
 
Estoy sentada en una mesa del bar al que vengo habitualmente a escribir, con una taza de café en la mano y en la radio canciones de Navidad de esas cantadas por crooners que son capaces de hacer llorar hasta a un rudo camionero tejano.
 
 
Y así estoy yo hoy, un poco llorona. En las últimas semanas están pasando muchas cosas y me invade una sensación de pérdida importante. Y es inevitable que el espíritu navideño que todo lo inunda te haga sentir un poco peor. Porque, al fin y al cabo, si a estas fiestas les quitamos la parte religiosa, y no estamos con la familia ni tenemos turron ni las campanas de Nochevieja, lo único que nos queda es lo de comprar y comprar y comprar. Pero ni siquiera vas a poder dar los regalos cuando toca, así que es un fraude total.
 
 
Empieza a hacer frío y estamos teniendo por primera vez días frescos y soleados, de los de salir con abrigo, bufanda y gafas de sol; de esos que me encantan. Stanford se va vaciando de estudiantes que se marchan a sus casas y Palo Alto se llena de autóctonos dispuestos a comprar los mejores regalos. Y yo en una especie de limbo.
 
 
Igual que el hombre de las montañas. Me gustaría saber lo que significan para él estas fechas. Supongo que poco, aunque quizá consiga algo más de atención, visto que son días para 'hacer cosas buenas por los más necesitados'. Por ahora ya ha ocurrido algo que me ha hecho tremendamente feliz: tiene un abrigo nuevo. Un abrigo en condiciones, para la lluvia y el frío. Es rojo y le sienta como un guante. No podía creerlo cuando lo ví. Ya os comenté que estaba muy preocupada porque había empezado la temporada de lluvias y no tenía más que una triste cazadora de verano. Y el caso es que -por lo que intuyo- el hombre de las montañas (o Papá Noel, como yo lo llamo) sufre de artritis o artrosis. Paso mucho tiempo observándolo, y se frota las rodillas a todas horas, igual que hace con las palmas de sus manos. Por las tardes, en su banco, dedica unos minutos a hacer una tabla de ejercicios. Sentado, estira una rodilla y la vuelve a doblar; hace lo propio con la pierna contraria y luego se pone de pie. Se sienta y vuelve a empezar. Cuando ha terminado la serie, se dispone a dar su largo paseo diario por la zona. Sé lo mala que es la humedad para este tipo de enfermedades, así que he pasado las últimas semanas más preocupada por él que de costumbre. Al estar lloviendo, había días en los que no podía hacer sus ejercicios, y lo veía caminando con dificultad bajo la lluvia, su pelo largo y amarillento y su barba chorreando, su ropa empapada.
 
 
Pero hoy lo tengo delante y me siento aliviada. Es una emoción difícil de describir, y quizá de comprender, pero la empatía que siento por este hombre misterioso va a más. Sólo quiero que esté bien, que se cuide, que no le pase nada malo. Supongo que es la representación en esta ciudad de todo lo que me importa y me preocupa en la vida. Ahora lo veo en el banco, con el pelo seco y el abrigo puesto, tomándose el café del día. Después se fumará un cigarrillo y se marchará a pasear, con su lento caminar y su mirada perdida, aprovechando el precioso día soleado que tenemos en Palo Alto.

 

martes, 18 de diciembre de 2012

Beautiful California


 

Una de las cosas que más me están sorprendiendo de California, y de la que rara vez he hablado, es la naturaleza. Esta es una zona llena de contrastes, y en esa diversidad de paisajes reside su encanto. Para acercaros un poco más su belleza, hoy cambio las palabras por imágenes 'caseras'.





 

¡Have a nice day!

lunes, 17 de diciembre de 2012

El precio del sueño americano



El Pew Research Center ha presentado una encuesta sobre las opiniones de la ciudadanía  norteamericana y la europea en determinadas cuestiones como la autonomía, la homosexualidad o las diferencias culturales, cuyos resultados podemos leer con cierto optimismo (porque son mucho mejores que los de las encuestas anteriores), pero también con lógica preocupación. El 49% del país considera que sus ciudadanos no son perfectos, pero su cultura es superior a las otras. Parece mucho decir, pero es que en 2002 eran seis de cada diez las personas que opinaban de esta manera.   


Con respecto a la homosexualidad, los resultados son esperanzadores. Si en 2007 sólo un 49% de la ciudadanía consideraba que esta opción sexual debía ser socialmente aceptada, este año son seis de cada diez quienes opinan así. Efectivamente, son porcentajes mucho menores que los que se dan en Europa (más del 80% en España, Alemania, Francia y Reino Unido), pero parece que las cosas están cambiando, especialmente entre las personas más jóvenes. Según la encuesta, casi siete de cada diez norteamericanos de menos de 30 años creen que la homosexualidad tiene que ser socialmente aceptada, y sólo un 37% cree que su cultura es superior a las demás.


Pero el aspecto de la encuesta que más preocupa, y que considero en parte una base para las opiniones que tienen con respecto al resto de cuestiones, es el individualismo. La gran mayoría de la población de Estados Unidos cree que el éxito en la vida no está determinado por elementos que puedan escapar a nuestro control; es decir, que tú y sólo tú eres el responsable de no ser un triunfador. Unida a ello está la idea de conseguir los retos de la vida sin interferencia del Estado (58%), en contra de la opinión mayoritaria en los países europeos, que consideran que la prioridad es asegurarse de que nadie viva en la pobreza y la exclusión social.  
 
 
Aquí se trata de defenderse a uno mismo, porque no puedes confiar en que el resto lo vaya a hacer por ti, y mucho menos el Gobierno. Hablaba muy bien de ello el corresponsal de El País, Antonio Caño, en un artículo al hilo del tiroteo de hace unos días en la escuela de Connecticut: "En todo caso, en este país ha sobrevivido, ciertamente, un espíritu de desconfianza hacia el estado que lleva a muchos ciudadanos a asumir ellos mismos la responsabilidad de proteger a sus familias. Ello se une a un estilo de vida, en comunidades alejadas de los centros urbanos, que hace difícil el cumplimiento por parte de las autoridades de su obligación de mantener segura a la población".
 
 
Precisamente, este fin de semana he cenado en casa de unos amigos franceses que han alquilado una casa de invitados en una de las ciudades más exclusivas de la Bahía de San Francisco: Los Altos. Y ellos nos contaban cómo, en esa comunidad perfecta en la que los vecinos intercambian pasteles y galletas de chocolate, hay carteles a la entrada advirtiendo a los residentes de que tienen la responsabilidad de llamar a la policía en caso de ver cualquier cosa que les resulte sospechosa. Es probable que sea por las películas, pero en ese tipo de lugares tan silenciosos, con el cesped perfectamente cortado y las luces de Navidad adornando las fachadas inmaculadas, es donde más percibo el miedo y la desconfianza en el ambiente. Es algo así como con nosotros o contra nosotros.
 
 
Y es ese sentido exacerbado de lo que significa la libertad individual lo que lleva a este país a los extremos que muchos no soportamos. Por ejemplo, tengo el derecho a defenderme de los posibles peligros, así que tengo derecho a comprar armas para conseguirlo. Aunque en estos días, como es obvio, lo que más se escucha son palabras de repulsa y consternación por lo sucedido en la escuela de Newtown, también he podido leer muchas (sí, muchas) opiniones sobre lo bueno que hubiera sido que los profesores hubieran estado armados para evitar las muertes de los niños. También hay teorías sobre la conveniencia de que este tipo de asaltos se produzcan en centros educativos o cines, porque saben que allí la gente no irá armada y será más fácil cumplir con su objetivo. Así que lo que proponen es que todos llevemos una pistola en el bolso, por si las moscas. Una vez más, son el miedo y la desconfianza los que hablan, en este país del do it yourself.
 
 
Parece que la encuesta del Pew Research Center refleja actitudes de mayor solidaridad entre los jóvenes, que están más preocupados por el bienestar de la sociedad en general, y que creen algo más que sus padres en la intervención del Estado. Aun así, tengo la impresión de que, mientras sigan obsesionados por protegerse de un enemigo inexistente, seguirán ocurriendo cosas de este tipo. Esperemos que la respuesta de estos días y los buenos propósitos no queden en el olvido -como ha ocurrido en anteriores ocasiones- y que sirvan como punto de partida para la consecución de una sociedad más justa y solidaria, y en la que, como mínimo, sus ciudadanos no tengan que vivir constantemente cubriéndose las espaldas.
 
 

Despedidas

 
 
Supongo que a muchos os habrá pasado alguna vez lo de cansaros de vuestra ciudad, de la gente, de la rutina,... Vamos, que te pones a hacer discursos del tipo: "Si es que aquí somos unos sosos, y es que no hay camareros más bordes en ningún sitio, y la mayoría de la gente no tiene inquietudes, y es que es un pueblo pequeño, blablabla. Y yo lo que quiero es marcharme a conocer otros lugares, otras culturas, enriquecerme como persona, blablabla." Ya sabéis.
 
 
Y entonces vas y lo haces. Y te plantas en un sitio muy muy lejano, a rebosar de personas de distintas nacionalidades, etnias, religiones, culturas... Y los vas conociendo, y vas compartiendo cada vez más tiempo con ellos, y poco a poco empiezas a echar en falta lo que tenías en casa. Y entonces los discursos pasan a ser del tipo: "Si es que como en casa no se come en ningún sitio, y seremos serios pero cuando nos conoces lo damos todo, y que no se nos olvide que somos gente muy noble, y mira lo bien que estaríamos allí de bares, que cierran más tarde, no como aquí, que son unos aburridos, blablabla".  
 
 
En esas estaba cuando tuve la suerte de conocer a dos personas 'de la tierra', que desde el primer instante me devolvieron una parte de lo que sentía perdido por aquí. Porque, que nadie me entienda mal, es genial conocer gente de todas partes, con sus particularidades, y merece absolutamente la pena salir, moverse, viajar, para constatar que lo que nosotros tenemos en casa no siempre es lo mejor. Pero cuando estás tan lejos del hogar, digo yo que es natural que sientas la necesidad de rodearte -no sólo- de personas con las que puedas compartir el idioma, cultura, hábitos, preocupaciones, y para mí algo fundamental: el humor. Porque a veces cuesta que personas de diferentes países nos riamos con las mismas cosas. Así que cada día que he pasado con estos dos amigos ha sido como estar en casa, y eso para mí es decir mucho. Y aunque el tiempo físico compartido no sea demasiado, vivir en común el esfuerzo que conlleva estar en un país nuevo tratando de buscarse la vida une mucho, y hace que las relaciones personales se afiancen con mayor rapidez. Es la familia en el extranjero.
 
Mis nuevos amigos se marchan a casa por Navidad, igual que la mayoría de la gente que conozco por aquí. Pero en su caso, no está claro si volverán o no con el inicio del año; todo depende de sus circunstancias. Y tengo que admitir que nos dejan un poco 'huérfanos', tanto a mí como al Sleepwalker. Porque no es tan sencillo encontrar gente en el camino con la que desde un primer momento conectas de verdad. Y encima con el extra de que son personas auténticas, generosas y muy divertidas. Y eso a una servidora la conquista de todas todas.
 
Vamos, que para qué engañarnos, es jodido despedirse de las personas que te acompañan en experiencias tan importantes de tu vida. Por eso, hoy estoy un poco menos alegre que de costumbre, pero pasará. Y me quedaré con lo que me tengo que quedar: el privilegio de haber compartido una pequeña parte de mi vida con gente 'crujidora' y genial. Y saber que la amistad y el cariño son para siempre, sea aquí, allí o donde nos echen.
 
Cheers!

jueves, 13 de diciembre de 2012

La pela es la pela (o cómo ahorrar en Palo Alto)



La vida no está como para derrochar. Y menos aquí. Así que hay que buscarse la idem para poder sobrevivir cada mes. Sólo con un sueldo para dos -sabéis que no puedo trabajar, por el tema visado- y viviendo en el centro de la ciudad, las cosas se ponen muy difíciles. Así que, por primera vez en mi vida, me he aficionado a recaudar cupones en todos los establecimientos. Cuantos más, mejor. Y observando mi arsenal (5% de descuento en papel higiénico, dos dólares menos al comprar productos vitamínicos, y un largo etcétera), me he dado cuenta de que en estos meses he depurado las técnicas de ahorro que conocía, y puedo decir, no sin sonrojarme un poco, que me estoy convirtiendo en toda una experta. Y como soy de las de compartir, he decidido daros algunas claves. Quizá no os sirvan tanto donde vivís ahora, pero quién os dice que en un futuro no os vayáis  a mudar a esta ciudad de cuento.

TIPS para ahorrar en Palo Alto
 
1. Utilizar cupones para todo. Llevaremos la cartera llena de papelotes, pero merecerá la pena sólo por la ilusión que hace mirar el recibo nada más salir de la tienda. ¡Sí! ¡Me ha tocado bono descuento del 10% en cepillos para el pelo con cerdas naturales!!!  
 
2. Sacarse tarjeta de todos los establecimientos. Ya tengo unas diez y sumando. En este caso, la cartera estará más abultada y será más difícil de cerrar, pero podremos conseguir importantes descuentos sin necesidad de gastar nuestros cupones. ¿Una buena idea para no destrozar carteras? La mayoría de tiendas te dan también una tarjetita pequeña que puedes llevar con tus llaves. Quién le  iba a decir a San Pedro que llegaríamos a estos límites.
 
3. Buscar las ofertas como si te fuera la vida en ello. ¿Por qué tenemos tantas latas de atún? Porque estaban de oferta, 7x6. ¿Y esta lata de una cosa que no alcanzo a reconocer por la foto? No sé lo que es, pero estaba de oferta, 50 céntimos en lugar de dos dólares! Ah, entonces vale, aunque sean excrementos de foca monje.
 
4. Vivir de la Happy Hour y de la Free Food. En este tema estoy intentando sacarme algún título para añadir a mi currículum. Sí, ya sé que por allí también hay montones de personas especializadas en la caza del canapé. Pero ellos lo hacen por gula, yo lo hago por ahorrar.
 
5. Comprar el tabaco en rebajas. Partimos de la base de que en este país el tabaco se vende en farmacias (lo que aquí se conoce como farmacia es también un supermercado, tienda de revelado de fotos y estanco. Vamos, que puedes pasarte medio día dentro). Uno de esos establecimientos en Palo Alto no sólo vende tabaco, sino que hace interesantísimas ofertas que consiguen que las cajetillas salgan incluso más baratas que en España. ¡Así se hace! Todos unidos contra esa lacra social. 
 
6. Cortarse el pelo en casa. En esto sí que me estoy planteando cambiar de vida y abrir un negocio de styling (lo de 'peluquería' por aquí no se lleva) en cuanto tenga permiso de trabajo. Empecé cortándole el pelo al Científico, porque una cosa que él tiene es que es muy agradecido. Pero al ver que iba reduciendo el número de trasquilones por corte, me atreví con mi frondosa melena. Sólo sé hacer melenas Bob, pero es lo que se lleva ahora en todas las pasarelas internacionales, así que fetén. Sé que pensáis que debería ir a Stanford Pelo. Lo sé, no he cumplido lo que prometí. ¿Pero no queréis que me sienta  realizada como mujer y como esposa? Pues eso.
 
7.  Ir a buscar setas (en el monte o en el propio campus). Que sí, que es muy divertido. Pero no siempre. Porque a veces llueve, y te resbalas, y se te manchan las botas, o el pantalón si te caes de culo. Y hay que levantarse al alba y afrontar la posibilidad de cruzarte con un león de la montaña (he aprendido que, en ese caso, hay que agitar los brazos y hacer ruidos raros. Como Leonardo Dantés). Cuando las buscamos en la universidad no hay riesgo de ataques de animales feroces, pero a mí los veinteañeros en bici me asustan, la verdad. Así que no lo hacemos porque nos guste, no. Lo hacemos para alimentarnos; para ingerir proteínas de alta calidad sin tener que pasar por la caja del Whole Foods. Y también para contribuir a la alimentación de nuestras amistades, todas en una situación precaria (Bimbo y queso en lonchas). Porque podéis pensar que somos agarrados, o muy mirados, o incluso catalanes (¡os quiero!), pero sobre todo, compañeras y compañeros, somos solidarios.
 
¡Salud!
 
 

martes, 11 de diciembre de 2012

Jóvenes prodigiosos

 
 
Desde que llegué a Palo Alto tenía pendiente ver otra vez La Red Social, la película de David Fincher y Aaron Sorkin sobre la creación de Facebook, que sorprendentemente, al menos para mí, el director consiguió convertir en una trepidante historia de engaños, traiciones, talento y ambición. Facebook es la mayor red social del mundo mundial (me apetecía darle fuerza), con cerca de un billón de usuarios en el planeta. Por si alguien todavía no lo sabe, fue creada por el jovencísimo Mark Zuckerberg cuando estudiaba programación informática y psicología en la Universidad de Harvard. Con sólo 20 añitos. Angelico.
 
 
Quién me iba a decir a mí, cuando la vi por primera vez, que me mudaría, igual que él y su compañía, a Palo Alto. Parece que Zuckerberg y sus colegas sabían que este era el mejor lugar para dar a conocer su idea. Y parece que así fue. No es casualidad el ambiente que se respira por aquí, con oficinas sin paredes, jefes que comparten mesa con sus empleados, camisetas y chancletas en lugar de traje y corbata... y sobre todo juventud, divino tesoro. Todo maravilloso. Pero para que todas esas ideas puedan ir a parar a alguna parte también tendrá que haber competición entre todos esos jovencitos ambiciosos de buena familia. Esa tensión también se siente en el ambiente, y apesta.
 
 
Una noche, en uno de mis bares habituales, conocí a un hombre joven, de la India, que trabajaba en el 'mundo de los negocios'. Todavía dándole vueltas a los dilemas que nos había planteado la película de Fincher, el Científico -que ya os dije que es experto en preguntar- le planteó si no era difícil mantenerse fiel a sí mismo entre gente tan competitiva y sin demasiados escrúpulos. Casi nos caemos todos de culo cuando nos dijo que él se sentía totalmente identificado con Zuckerberg, y que habría actuado igual en su situación. ¿Traicionando a su único amigo?- Inquirí. "Lo más importante es la empresa. En la empresa no hay amigos". ¿Y qué pasa con la moralidad, con lo que está mal? "Lo único que determina lo que está bien o mal es la legalidad. Depende del ámbito en el que te muevas, habrá cosas que estarán bien o mal vistas. En mi mundo, Zuckerberg lo hizo todo bien".
 
 
No podéis imaginar lo mucho que asusta escuchar en persona a alguien que, según cómo van las cosas, en el futuro puede tener mucho poder, hablar de esa manera. Sin un ápice de humanidad. Igual que la mayoría de los personajes de La Red Social, que asustan por un nivel de determinación que puede hacerles pisar a cualquiera que se encuentren por el camino. ¿Y es sólo por el dinero? En el caso de Mark Zuckerberg, parece que no. Hace unos meses afirmó en una entrevista para la NBC que va siempre vestido igual, y que en su armario guarda unas veinte camisetas grises idénticas. Esas que combina con sus flip-flops, llueva o truene. Es lo que tienen los nuevos poderosos, que se visten como si no tuvieran nada teniéndolo todo. Obsceno. Hasta hace poco vivía en una casita de alquiler en esta ciudad, y cuando se casó se mudó a una un poco más grande, pero nada deslumbrante. También dice que se ha esforzado mucho por que sus empleados lo sigan tuteando. Con una fortuna estimada en 9,4 billones de dólares, Mark es un 'tipo sencillo'.
 
 
 
 
 
 
 
Fincher lo pinta como un chaval con (muchas) dificultades para las relaciones sociales y personales (¿Paradójico? No lo creo), brillante pero también algo repelente , y sobre todo muy resentido. Os recomiendo encarecidamente que veais la película si no lo hicisteis en su momento, para que podamos debatir y compartir impresiones. Porque da mucho juego. Pero en mi humilde opinión, lo de este chico no es más que el ansia de ganar, no por tener dinero o por ser el mejor, sino por darle en el morro a todo aquél que alguna vez le ha hecho sentir pequeño e insignificante. Y esa es una motivación muy peligrosa.  


 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Por nuestros derechos



Hoy es el Día Internacional de los Derechos Humanos. Poco puede decirse al respecto sin querer echar sapos y culebras por la boca. No lo estamos haciendo bien, estamos alejándonos cada vez más de lo fundamental. Nos vendan los ojos y suben el volumen de los televisores para que no podamos escuchar. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada el 10 de diciembre de 1948, reconoce "los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana". Los artículos de la declaración hablan de derechos tan fundamentales que da vergüenza tener que recordarlos año tras año. Pero estando las cosas como están, parece imprescindible que nos los grabemos a fuego sobre la piel. Podéis leerlos aquí.
 
 
Por mi parte, sólo el respeto por lo que significa la celebración de este día, y la repulsa a cualquier manifestación que atente contra los derechos humanos. Uno que sabe mucho de estos temas, y que tiene la habilidad de poner siempre el dedo en la llaga, es El Roto. Creo que él, mucho mejor que yo, con una de sus fantásticas y demoledoras viñetas, puede firmar la entrada de hoy. Que nunca nos quiten la esperanza.
 




Convivir con el dolor

 
 
A veces, nada más levantarte de la cama, lo notas. Sabes que será un día difícil porque el dolor ya está ahí, quizá latente, pero está. Tratas de no darle importancia, de seguir haciendo tu vida como si no pasara nada. Pero hay momentos en los que no puedes más. El dolor se hace tan intenso que parece que te paraliza un lado completo del cuerpo, desde el dedo meñique del pie hasta la órbita de tu ojo izquierdo, al que le cuesta incluso pestañear. Cuando eso ocurre intentas refugiarte en algún lugar en el que nadie te vea y no puedan oírte llorar o lamentarte. Y si no puedes, es posible que el humor te cambie y no tengas fuerzas para sonreir. Incluso puedes utilizar un tono desagradable al hablar. Pero no puedes contarle a nadie lo que te pasa -"no lo entenderían"-. Y así transcurre la jornada. como un infierno pero también como si estuvieras representando una obra de teatro. Y llegas a la cama agotada, deseando sólo que el dolor te deje dormir y que al día siguiente te dé un poco de tregua.
 
 
Dado que mis Daily Tales pretenden contar lo que me pasa, lo que veo, lo que siento, en mi día a día, no quería dejar de lado un aspecto importante de mi vida desde hace varios años: el dolor crónico. Un problema que sufren unos cuatro millones personas en España, y que, según el esudio internacional PainSTORY, afecta profundamente a la calidad de vida de quienes lo padecen, hasta el punto de que "seis de cada 10 declaran que el dolor controla su vida. Muchos de ellos manifiestan dificultad para caminar, levantarse, vestirse o dormir. El 73% confirma que tiene problemas para realizar actividades domésticas, familiares y de ocio e incluso dormir (casi el 58% de los encuestados). Además del impacto físico, el dolor causa depresión y ansiedad en dos tercios de los pacientes y el 50% afirma que, en ocasiones, su dolor es tan horrible que desearía morirse".
 
 
Hace más de siete años que sufro un dolor en mi pierna izquierda, constante, que no mejora con el reposo, imposible de tratar con medicamentos o rehabilitación y, al menos hasta el momento, no diagnosticado. Cualquiera que tenga un problema similar se sentirá identificado con el triste peregrinaje por consultas médicas en las que te hacen las pruebas más variopintas para no encontrar nada. Es habitual que la desesperación te pueda en esos momentos. ¿Por qué nadie sabe lo que te pasa? Porque, si no se sabe lo que es, cómo encontrarle solución. Y al desconocimiento, lamentablemente, suele unírsele la desconfianza de la gente. La falta absoluta de empatía de algunos médicos que me he cruzado en este largo y tedioso camino, y la condescendencia de muchos, me han hecho, incluso, llegar a sentir culpable de lo que me ocurre. Si ellos me dicen que no hay nada, ¿me lo estaré inventando?
 
 
Y no sólo la actitud de los profesionales de la medicina es dolorosa para las personas que nos encontramos en esta situación. Incluso para los más cercanos es difícil de entender. Y ellos sufren, porque te ven sufrir a ti, y a veces se enfadan porque no saben qué más hacer para que te encuentres bien. A quienes convivimos con el dolor crónico no nos queda más que tratar de esconder nuestro sufrimiento para no hacer daño a nuestros seres queridos. Y en el trabajo, más de lo mismo. Porque no puedes llamar por teléfono el día en el que te encuentras especialmente mal para decir que vas a quedarte en casa, porque no hay un motivo 'real'. Ningún médico de cabecera te dará una baja por un dolor que no responde a ninguna enfermedad. Y tratar de explicarlo en el trabajo, incluso a los compañeros, es muy costoso y cansado.
 
 
Así que, al final, desistimos. Y tratamos de vivir como si el dolor no existiera. Yo soy plenamente consciente de algunas actividades que agravan mi malestar, pero he optado por no dejar de hacerlas. Un simple paseo por el campo puede dejarme destrozada durante una semana entera. Igual que el gimnasio, igual que caminar descalza por la playa, o correr unos segundos para coger el autobús. ¿Pero voy a renunciar a esos pequeños placeres por una 'enfermedad caprichosa'? El dolor me limita, efectivamente, pero hace años que me propuse, si no vencerlo, al menos tratar de controlarlo mentalmente. A veces sueño despierta con que un día me levantaré y ya no sentiré dolor. Pero otras veces me despierto bañada en sudor después de una pesadilla en la que la otra pierna también empezaba a dolerme. Mi pierna izquierda lucha cada día por hacerse notar; reclama atención de forma casi permanente desde hace siete años, que se dice pronto. Pero mi cabeza es más fuerte y no voy a dejar que me gane.
 
 

viernes, 7 de diciembre de 2012

Comprar la ilusión



Llega la Navidad. Esa época del año en la que todos estamos felices y contentos, cantamos villancicos, vestimos gorritos de Papá Noel y comemos, bebemos y gastamos más de la cuenta. Los resultados de una encuesta llevada a cabo por el American Research Group indican que los ciudadanos norteamericanos tienen intención de gastar una media de 854 dólares en regalos estas Navidades (200 dólares más que el año pasado). No está mal, si tenemos en cuenta la cantidad de gente que no tiene ni para ir al médico. Lo que indica que varios 'afortunados' van a ser muy pero que muy generosos con sus seres queridos. Pero no sólo se trata de lo regalos; no puede haber una festividad que se precie sin toda su parafernalia decorativa. Según la National Retail Federation de Estados Unidos, en 2011 los consumidores gastaron seis billones de dólares en decoración navideña, un 8% más que en el año anterior. Es mucho, pero no creáis, en Halloween sí que lo dan todo, con cerca de 7 billones de gasto en el mismo año (aunque en esa cifra también están incluídos los disfraces y los caramelos, no sólo la decoración). El gasto en los árboles navideños fue de 3,4 billones de dólares. Porque ahora resulta que en las casas americanas está de moda tener no uno sino dos árboles de Navidad, además de toda la decoración exterior. A veces me pregunto si son de Bilbao.
 
 
Y lo de los jardines de las casas es espectacular. No he sido capaz de encontrar datos sobre la cantidad de luces que se venden en esta época, pero el gasto -tanto el económico como el energético-  tiene que ser descomunal. Vivienda tras vivienda vas atravesando un mundo de luz y color, en el que hay hasta muñecos de nieve gigantes hechos de bombillas, nacimientos iluminados, y columnas dóricas, jónicas o corintias construidas a base de cable de led. Precioso, pero excesivo.  
 
 
Este fin de semana estuve en el monte con el científico. En la ruta de vuelta a casa con el coche de alquiler, nos encontramos con varios ranchos que vendían árboles para Navidad. Atraídos por la idea de las películas en las que la niña protagonista se sube a los hombros de su padre para elegir el árbol más bonito de entre todos los que hay expuestos, mientras un grupo de personas con orejeras cantan villancicos en corro, nos atrevimos a preguntar.
 
Nos acercamos a una caseta en la que había un hombre vestido de cowboy. Bajamos la ventanilla y el tipo, sin mediar palabra, nos dió una sierra de tamaño descomunal. Con ella en las manos, ojipláticos, no teníamos claro lo que teníamos que hacer. ¿Tengo que cortar mi propio árbol? Efectivamente. ¿Y los precios? 40 dólares. ¿Y si es un árbol muy pequeñito? Todos cuestan lo mismo. Nos miramos y sin decir nada le devolvimos ese gigantesco bicho de metal. Si al menos hubiera sido un hacha... Nada, nos compramos uno de plástico para poder reciclarlo. Además, no sé si sería capaz de cortar un árbol. Sé que está ahí para eso, pero tiene realmente mucho sentido -además del monetario- plantar millones de abetos (en 2011 se vendieron más de 30 millones) para que hordas de familias enloquecidas vengan a cortarlos, llevárselos a casa y tirarlos al cabo de un mes? Me temo que no seré yo la que contribuya a ello.
 
 
No tengo la pretensión de enseñar nada a nadie con esta entrada. Porque creo que todos lo tenemos claro. Que al final parece que todo es lo mismo y cansa. Que lo verdaderamente emotivo se ve devorado por el insaciable consumismo. Sólo importa tener con qué celebrar, no la celebración en sí. Y reconozco que me encantan las calles iluminadas, el olor a castañas, los árboles con bolas rojas,... incluso empiezo a tomar cariño al Papá Noel que sube por los balcones. ¿Pero es necesario hacer tanto? Parece la misma competición que se da en otros ámbitos. Que si mi casa tiene más luces que la tuya, pero las mías son de colores, pero yo además tengo un trineo iluminado en el jardín...
 
 
 
 
En un par de semanas, por primera vez en mi vida, voy a pasar el día de Navidad lejos de mi familia. Y lo pasaré nada más y nada menos que en la 'meca' de esta celebración. Sólo espero que el espíritu navideño que tanto se respira por estos lares les haga también preocuparse un poco más los unos por los otros. Porque ya se sabe que una vez al año, no hace daño.  

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sálvese quien pueda

 
 
Pongamos que estás en una estación de metro, esperando, con tu cámara al hombro. Pongamos que oyes gritos y ves cómo lanzan a un hombre a las vías del tren. Está muy cerca de ti, intentando subir al andén antes de que el metro, que ya llega, lo arrolle. ¿Qué harías? Podrías ponerte a hacer fotos del momento, de la lucha de un ser humano por salvar su vida. ¿Que no? Pues eso es lo que pasó hace un par de días en una estación de Nueva York. Un  fotógrafo freelance que trabaja para el New York Post, en esa tesitura decidió, digo yo, que en lugar de ayudar a un hombre al que habían arrojado a las vías, podría ser de más utilidad disparar instantáneas de su agonía antes de que ocurriera lo inevitable. Y digo inevitable porque allí nadie se movió para ayudarlo. Ahora, este fotógrafo se defiende diciendo que no hubiera podido hacer nada por él de haberlo cogido por los brazos y haber tirado como si en ello le fuera la vida (paradójico pensamiento), así que decidió hacer fotos para que el conductor del tren se percatara del flash de la cámara y frenase a tiempo. Curioso que el lugar escogido para hacer señales fuera un encuadre perfecto para captar al hombre a punto de fallecer.
 
 
Las críticas al períódico por su portada, en la que se anunciaba que "este hombre está a punto de morir", han sido notables en los últimos días. Efectivamente, me parece una forma repugnante de vender ejemplares y es por eso que no tengo ninguna intención de reproducirla en este blog. ¿Pero es el New York Post el único culpable? O lo es también el fotógrafo, que dejó de lado sus emociones -si es que las tiene- por un buen negocio. Porque lo que ya me parece la monda es que este señor, en alguna de las entrevistas que ha concedido para excusar su actitud, ha dicho que él ni siquiera miró qué fotos había sacado después del suceso. Simplemente, entregó la tarjeta de memoria al periódico. En fin.
 
 
Pero en la estación también había un número importante de personas esperando al metro, y ninguna de ellas se acercó a ese hombre. Nadie trató de ayudarle. No puedo afirmar con seguridad lo que yo habría hecho en una situación semejante, pero tengo la impresión de que, por mucho que creas que no vas a ser capaz de sacarle de ahí, alguna fuerza tiene que empujarte a hacer lo que puedas por salvarlo. Lo realmente escandaloso no es la actitud del fotógrafo, ni la desvergüenza del periódico. Lo que más me preocupa es lo mucho que un suceso de este tipo dice de una sociedad. ¿Qué habría ocurrido de haberse producido una situación idéntica en otro país? Pues tampoco puedo decirlo. Pero lo que sí sé es que vivimos en la tierra del 'sálvese quien pueda', en la que los héroes reciben premios y homenajes públicos pero en el día a día cada uno se preocupa tan solo de salvar su propio culo -con perdón-, de seguir vivo en una jungla en la que sólo los más 'capaces' podrán sobrevivir. Visto lo visto, lo único que puedo hacer por ahora es mantenerme lo más apartada posible de la línea de seguridad del andén, no vaya a ser que me caiga y me saquen el perfil malo.  
 
 

martes, 4 de diciembre de 2012

Aitonas (abuelos)

 
 
Ayer volví a ver Toy Story 3, y me pasé llorando a moco tendido casi la mitad de la película. Sí, son juguetes, pero son nuestros juguetes, es nuestra infancia. Hace años que esa época para mí; soy joven, pero también realista. Y sin embargo, no deja de ser difícil lidiar con el paso del tiempo. Crecemos, y a medida que eso pasa, la gente que tenemos alrededor se hace mayor. Sí, una obviedad. Pero una realidad complicada de asumir, especialmente cuando se trata de nuestros abuelos. Ellos son una parte importante de nuestras vidas, sobre todo ligada a la infancia. Si somos afortunados, podemos tenerlos con nosotros también durante parte de nuestra edad adulta, pero es ley de vida que en algún momento los perdamos físicamente.
 
 
La lejanía se nota con ellos de forma especial. Gracias a internet tenemos la oportunidad de comunicarnos a pesar de todos los kilómetros que nos separan, y eso es una fortuna. Son impagables los momentos del estilo: "Pero bueno, si parece que estás aquí mismo!!", "Desde luego, qué cosas pasan en el mundo, eh... esto de los cambios de hora es una cosa increíble", o "Tú ten mucho cuidado de ir sola, a ver si te pasa algo y no les vas a entender". Pero es difícil sentir cómo su luz se va apagando poco a poco -a veces de golpe-, y no poder estar cerca para tocarlos, olerlos, abrazarlos. Recuerdo el profundo dolor que sentí al despedirme de mi abuela el día antes de venir a California. Ella lo vivió como un adiós definitivo, en una época de terribles pérdidas. Y aunque yo sabía que podría hablar con ella por teléfono y saber de sus anécdotas y problemas cotidianos, lo sentí en parte como un abandono. He vivido fuera de la ciudad en que nací muchos años, pero nunca antes a más de 9.000 kilómetros de distancia. Entonces era más joven y estos miedos no me atenazaban. Pero la vida pone las cosas en su lugar y nos enseña que nada es para siempre. Que nuestra existencia se divide en partes en las que compartimos momentos con distintas personas. Y que unas a otras, van dándose el relevo. El aitona se fue, llegaron Olivia y Teo. Pero los que se marchan, los mayores, nunca nos dejan del todo. Porque con nosotros quedan sus enseñanzas, sus caricias, las risas. el suyo es el recuerdo de una parte importante de nuestras vidas, e igual que el recuerdo no desaparece, ellos permanecen.
 
 
Mi amona (abuela) está leyendo todas las entradas que aquí publico con el entusiasmo de una adolescente. Sé que mis palabras le hacen sentirme cerca. A veces se asusta, porque sabe que soy lanzada y este le parece un lugar muy diferente y potencialmente peligroso. Pero soy consciente de que comprende los motivos por los que he tenido que alejarme físicamente de ella. Sólo espero que lo que escribo le dé todavía más fuerza para continuar en esta última etapa de su vida. Que sienta que la acompaño, que la quiero y que es muy importante para mí que pueda seguir compartiendo la evolución de su nieta hacia la edad adulta, con esa forma única de orgullo, cariño y comprensión que sólo los abuelos son capaces de transmitir.

 

Matrimonio de conveniencia

 
 
Entré en Estados Unidos con un visado B2, o visado de turista, que me permite permanecer en el país durante un total de un año (en mi caso concreto), con la condición de que salga al menos una vez en un plazo de seis meses. Para conseguirlo, como muchas otras personas, tuve que hacer mucho papeleo y acudir a una entrevista en la Embajada de Madrid. Pero merecía la pena. Sin el visado, me habría visto obligada a abandonar el país en un plazo máximo de tres meses. Esa es la ventaja de este tipo de documento. ¿La desventaja? Que no te permite trabajar.
 
 
Cuando conocí a las esposas de Stanford (sorprendentemente, aún no he tenido el placer de conocer a ningún esposo), creía que todas -o la mayoría de ellas- estarían en mi misma situación: tu pareja encuentra trabajo en esta universidad, una oportunidad excepcional para su carrera, así que os vais a vivir juntos esta nueva aventura. Y ello implica que tú no podrás trabajar en ese periodo. Al menos, no de forma remunerada. Sin embargo, descubrí que todas ellas estaban casadas, y la mayoría lo habían hecho para poder tener la oportunidad de buscar empleo en los Estados Unidos. Porque, al contraer matrimonio, tu estatus cambia y consigues otro tipo de visado que te da la opción de tener un trabajo, siempre que tu pareja siga manteniendo el suyo.
 
 
¿Y es la única posibilidad para conseguir ser una persona laboralmente activa? Pues, en nuestra sitación, parece que sí. O, si no el único, al menos sí el más realista. Porque también podrían contactarte desde una empresa y que le gustaras tanto que se decidieran a hacer todo tipo de papeleos para contratarte de acuerdo con la legalidad en Estados Unidos, en lugar de coger a un ciudadano norteamericano, con todas las dificultades y los gastos que conlleva.
 
 
Es curioso como, después de décadas de lucha feminista por liberarse del matrimonio por obligación y poder ser autosuficientes económicamente, ahora resulta que sólo puedo conseguir mi libertad si estoy casada -una libertad relativa, se entiende-. La institución del matrimonio ha perdido su papel fundamental como aseguradora de los derechos de las parejas. En un momento histórico en el que podemos vivir en pareja sin tener que firmar ese contrato -aunque haya otros muchos que firmar, como el del alquiler, la hipoteca, el teléfono,...-, creo que el matrimonio puede adquirir un valor puramente emocional, si se quiere; de protesta y reivindicación de derechos (como en el caso de muchas parejas homosexuales); o incluso de negocio, como puede verse en esos bodorrios en los que el cubierto de cada invitado ronda los 150 euros, más los gastos de vestuario.
 
 
Y cómo no, también hay matrimonios de conveniencia. Matrimonios para conseguir 'papeles'. Y quién me iba a decir a mí que en algún momento de mi vida estaría sopesando dar ese paso por este motivo. La mayoría de las mujeres que he conocido en estos meses lo han hecho por eso, justo antes de venir o nada más llegar al país. Algunas -las menos- se lo han tomado como un mero trámite, pero para muchas ha sido desagradable. Porque es una decisión difícil de tomar. Puedes pensarlo en frío, considerar que es tan sólo un papel que te servirá para buscar un puesto de trabajo de forma legal. Te vas a Las Vegas y lo haces por el módico precio de 40 dólares. Pero, ¿y si va contra tus principios? ¿O tienes el sueño de 'pasar por el altar' cuando estés preparada, cuando lo consideres oportuno? El dilema también se presenta, como es obvio, para la parte de la pareja que trabaja en Stanford, que se siente culpable por 'haberte traído' a un país en el que puedes hacer poco más que seguir cursos de corta duración. Y quizá casarse tampoco entraba en sus planes.
 
 
Y si yo tengo los mismos derechos en Stanford que los maridos y mujeres de los empleados extranjeros, ¿por qué no puedo tenerlos también en esta cuestión? Digo yo que, o todos o ninguno. Y a veces me pongo 'burra' y me niego a pasar por el aro del sistema. Pero los meses van pasando, las necesidades económicas aprietan y la ansiedad va minando esa fortaleza. No sé lo que tengo que hacer, no sé cómo me sentiré conmigo misma haga lo que haga. Pero no estoy en una posición cómoda para poder decidir.
 
 
Soy de las personas que le dan al matrimonio un sentido simbólico, de confirmación de la pareja. Creo en la celebración con la gente querida, la celebración del amor de dos personas que deciden compartir su vida y un proyecto de futuro. Creo en ello igual que creo en quienes no necesitan firmar nada ni hacer una fiesta para adquirir ese compromiso. En definitiva, creo en la libertad individual. Y no deja de ser una paradoja que, en este país, necesite casarme para poder ser una mujer autosuficiente, una mujer libre.