Estoy sentada en una mesa del bar al que vengo habitualmente a escribir, con una taza de café en la mano y en la radio canciones de Navidad de esas cantadas por crooners que son capaces de hacer llorar hasta a un rudo camionero tejano.
Y así estoy yo hoy, un poco llorona. En las últimas semanas están pasando muchas cosas y me invade una sensación de pérdida importante. Y es inevitable que el espíritu navideño que todo lo inunda te haga sentir un poco peor. Porque, al fin y al cabo, si a estas fiestas les quitamos la parte religiosa, y no estamos con la familia ni tenemos turron ni las campanas de Nochevieja, lo único que nos queda es lo de comprar y comprar y comprar. Pero ni siquiera vas a poder dar los regalos cuando toca, así que es un fraude total.
Empieza a hacer frío y estamos teniendo por primera vez días frescos y soleados, de los de salir con abrigo, bufanda y gafas de sol; de esos que me encantan. Stanford se va vaciando de estudiantes que se marchan a sus casas y Palo Alto se llena de autóctonos dispuestos a comprar los mejores regalos. Y yo en una especie de limbo.
Igual que el hombre de las montañas. Me gustaría saber lo que significan para él estas fechas. Supongo que poco, aunque quizá consiga algo más de atención, visto que son días para 'hacer cosas buenas por los más necesitados'. Por ahora ya ha ocurrido algo que me ha hecho tremendamente feliz: tiene un abrigo nuevo. Un abrigo en condiciones, para la lluvia y el frío. Es rojo y le sienta como un guante. No podía creerlo cuando lo ví. Ya os comenté que estaba muy preocupada porque había empezado la temporada de lluvias y no tenía más que una triste cazadora de verano. Y el caso es que -por lo que intuyo- el hombre de las montañas (o Papá Noel, como yo lo llamo) sufre de artritis o artrosis. Paso mucho tiempo observándolo, y se frota las rodillas a todas horas, igual que hace con las palmas de sus manos. Por las tardes, en su banco, dedica unos minutos a hacer una tabla de ejercicios. Sentado, estira una rodilla y la vuelve a doblar; hace lo propio con la pierna contraria y luego se pone de pie. Se sienta y vuelve a empezar. Cuando ha terminado la serie, se dispone a dar su largo paseo diario por la zona. Sé lo mala que es la humedad para este tipo de enfermedades, así que he pasado las últimas semanas más preocupada por él que de costumbre. Al estar lloviendo, había días en los que no podía hacer sus ejercicios, y lo veía caminando con dificultad bajo la lluvia, su pelo largo y amarillento y su barba chorreando, su ropa empapada.
Pero hoy lo tengo delante y me siento aliviada. Es una emoción difícil de describir, y quizá de comprender, pero la empatía que siento por este hombre misterioso va a más. Sólo quiero que esté bien, que se cuide, que no le pase nada malo. Supongo que es la representación en esta ciudad de todo lo que me importa y me preocupa en la vida. Ahora lo veo en el banco, con el pelo seco y el abrigo puesto, tomándose el café del día. Después se fumará un cigarrillo y se marchará a pasear, con su lento caminar y su mirada perdida, aprovechando el precioso día soleado que tenemos en Palo Alto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario