Ayer volví a ver Toy Story 3, y me pasé llorando a moco tendido casi la mitad de la película. Sí, son juguetes, pero son nuestros juguetes, es nuestra infancia. Hace años que esa época para mí; soy joven, pero también realista. Y sin embargo, no deja de ser difícil lidiar con el paso del tiempo. Crecemos, y a medida que eso pasa, la gente que tenemos alrededor se hace mayor. Sí, una obviedad. Pero una realidad complicada de asumir, especialmente cuando se trata de nuestros abuelos. Ellos son una parte importante de nuestras vidas, sobre todo ligada a la infancia. Si somos afortunados, podemos tenerlos con nosotros también durante parte de nuestra edad adulta, pero es ley de vida que en algún momento los perdamos físicamente.
La lejanía se nota con ellos de forma especial. Gracias a internet tenemos la oportunidad de comunicarnos a pesar de todos los kilómetros que nos separan, y eso es una fortuna. Son impagables los momentos del estilo: "Pero bueno, si parece que estás aquí mismo!!", "Desde luego, qué cosas pasan en el mundo, eh... esto de los cambios de hora es una cosa increíble", o "Tú ten mucho cuidado de ir sola, a ver si te pasa algo y no les vas a entender". Pero es difícil sentir cómo su luz se va apagando poco a poco -a veces de golpe-, y no poder estar cerca para tocarlos, olerlos, abrazarlos. Recuerdo el profundo dolor que sentí al despedirme de mi abuela el día antes de venir a California. Ella lo vivió como un adiós definitivo, en una época de terribles pérdidas. Y aunque yo sabía que podría hablar con ella por teléfono y saber de sus anécdotas y problemas cotidianos, lo sentí en parte como un abandono. He vivido fuera de la ciudad en que nací muchos años, pero nunca antes a más de 9.000 kilómetros de distancia. Entonces era más joven y estos miedos no me atenazaban. Pero la vida pone las cosas en su lugar y nos enseña que nada es para siempre. Que nuestra existencia se divide en partes en las que compartimos momentos con distintas personas. Y que unas a otras, van dándose el relevo. El aitona se fue, llegaron Olivia y Teo. Pero los que se marchan, los mayores, nunca nos dejan del todo. Porque con nosotros quedan sus enseñanzas, sus caricias, las risas. el suyo es el recuerdo de una parte importante de nuestras vidas, e igual que el recuerdo no desaparece, ellos permanecen.
Mi amona (abuela) está leyendo todas las entradas que aquí publico con el entusiasmo de una adolescente. Sé que mis palabras le hacen sentirme cerca. A veces se asusta, porque sabe que soy lanzada y este le parece un lugar muy diferente y potencialmente peligroso. Pero soy consciente de que comprende los motivos por los que he tenido que alejarme físicamente de ella. Sólo espero que lo que escribo le dé todavía más fuerza para continuar en esta última etapa de su vida. Que sienta que la acompaño, que la quiero y que es muy importante para mí que pueda seguir compartiendo la evolución de su nieta hacia la edad adulta, con esa forma única de orgullo, cariño y comprensión que sólo los abuelos son capaces de transmitir.
Ane: la amona está encantada no solo con el blog, que tiene la culpa de que se duerma durante el día porque se queda leyendo hasta las tantas, sino con que seáis felices. Ella sabe perfectamente lo que es luchar por lo que se quiere!.
ResponderEliminarmuxu handi bat