viernes, 7 de diciembre de 2012

Comprar la ilusión



Llega la Navidad. Esa época del año en la que todos estamos felices y contentos, cantamos villancicos, vestimos gorritos de Papá Noel y comemos, bebemos y gastamos más de la cuenta. Los resultados de una encuesta llevada a cabo por el American Research Group indican que los ciudadanos norteamericanos tienen intención de gastar una media de 854 dólares en regalos estas Navidades (200 dólares más que el año pasado). No está mal, si tenemos en cuenta la cantidad de gente que no tiene ni para ir al médico. Lo que indica que varios 'afortunados' van a ser muy pero que muy generosos con sus seres queridos. Pero no sólo se trata de lo regalos; no puede haber una festividad que se precie sin toda su parafernalia decorativa. Según la National Retail Federation de Estados Unidos, en 2011 los consumidores gastaron seis billones de dólares en decoración navideña, un 8% más que en el año anterior. Es mucho, pero no creáis, en Halloween sí que lo dan todo, con cerca de 7 billones de gasto en el mismo año (aunque en esa cifra también están incluídos los disfraces y los caramelos, no sólo la decoración). El gasto en los árboles navideños fue de 3,4 billones de dólares. Porque ahora resulta que en las casas americanas está de moda tener no uno sino dos árboles de Navidad, además de toda la decoración exterior. A veces me pregunto si son de Bilbao.
 
 
Y lo de los jardines de las casas es espectacular. No he sido capaz de encontrar datos sobre la cantidad de luces que se venden en esta época, pero el gasto -tanto el económico como el energético-  tiene que ser descomunal. Vivienda tras vivienda vas atravesando un mundo de luz y color, en el que hay hasta muñecos de nieve gigantes hechos de bombillas, nacimientos iluminados, y columnas dóricas, jónicas o corintias construidas a base de cable de led. Precioso, pero excesivo.  
 
 
Este fin de semana estuve en el monte con el científico. En la ruta de vuelta a casa con el coche de alquiler, nos encontramos con varios ranchos que vendían árboles para Navidad. Atraídos por la idea de las películas en las que la niña protagonista se sube a los hombros de su padre para elegir el árbol más bonito de entre todos los que hay expuestos, mientras un grupo de personas con orejeras cantan villancicos en corro, nos atrevimos a preguntar.
 
Nos acercamos a una caseta en la que había un hombre vestido de cowboy. Bajamos la ventanilla y el tipo, sin mediar palabra, nos dió una sierra de tamaño descomunal. Con ella en las manos, ojipláticos, no teníamos claro lo que teníamos que hacer. ¿Tengo que cortar mi propio árbol? Efectivamente. ¿Y los precios? 40 dólares. ¿Y si es un árbol muy pequeñito? Todos cuestan lo mismo. Nos miramos y sin decir nada le devolvimos ese gigantesco bicho de metal. Si al menos hubiera sido un hacha... Nada, nos compramos uno de plástico para poder reciclarlo. Además, no sé si sería capaz de cortar un árbol. Sé que está ahí para eso, pero tiene realmente mucho sentido -además del monetario- plantar millones de abetos (en 2011 se vendieron más de 30 millones) para que hordas de familias enloquecidas vengan a cortarlos, llevárselos a casa y tirarlos al cabo de un mes? Me temo que no seré yo la que contribuya a ello.
 
 
No tengo la pretensión de enseñar nada a nadie con esta entrada. Porque creo que todos lo tenemos claro. Que al final parece que todo es lo mismo y cansa. Que lo verdaderamente emotivo se ve devorado por el insaciable consumismo. Sólo importa tener con qué celebrar, no la celebración en sí. Y reconozco que me encantan las calles iluminadas, el olor a castañas, los árboles con bolas rojas,... incluso empiezo a tomar cariño al Papá Noel que sube por los balcones. ¿Pero es necesario hacer tanto? Parece la misma competición que se da en otros ámbitos. Que si mi casa tiene más luces que la tuya, pero las mías son de colores, pero yo además tengo un trineo iluminado en el jardín...
 
 
 
 
En un par de semanas, por primera vez en mi vida, voy a pasar el día de Navidad lejos de mi familia. Y lo pasaré nada más y nada menos que en la 'meca' de esta celebración. Sólo espero que el espíritu navideño que tanto se respira por estos lares les haga también preocuparse un poco más los unos por los otros. Porque ya se sabe que una vez al año, no hace daño.  

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