A veces, nada más levantarte de la cama, lo notas. Sabes que será un día difícil porque el dolor ya está ahí, quizá latente, pero está. Tratas de no darle importancia, de seguir haciendo tu vida como si no pasara nada. Pero hay momentos en los que no puedes más. El dolor se hace tan intenso que parece que te paraliza un lado completo del cuerpo, desde el dedo meñique del pie hasta la órbita de tu ojo izquierdo, al que le cuesta incluso pestañear. Cuando eso ocurre intentas refugiarte en algún lugar en el que nadie te vea y no puedan oírte llorar o lamentarte. Y si no puedes, es posible que el humor te cambie y no tengas fuerzas para sonreir. Incluso puedes utilizar un tono desagradable al hablar. Pero no puedes contarle a nadie lo que te pasa -"no lo entenderían"-. Y así transcurre la jornada. como un infierno pero también como si estuvieras representando una obra de teatro. Y llegas a la cama agotada, deseando sólo que el dolor te deje dormir y que al día siguiente te dé un poco de tregua.
Dado que mis Daily Tales pretenden contar lo que me pasa, lo que veo, lo que siento, en mi día a día, no quería dejar de lado un aspecto importante de mi vida desde hace varios años: el dolor crónico. Un problema que sufren unos cuatro millones personas en España, y que, según el esudio internacional PainSTORY, afecta profundamente a la calidad de vida de quienes lo padecen, hasta el punto de que "seis de cada 10 declaran que el dolor controla su vida. Muchos de ellos manifiestan dificultad para caminar, levantarse, vestirse o dormir. El 73% confirma que tiene problemas para realizar actividades domésticas, familiares y de ocio e incluso dormir (casi el 58% de los encuestados). Además del impacto físico, el dolor causa depresión y ansiedad en dos tercios de los pacientes y el 50% afirma que, en ocasiones, su dolor es tan horrible que desearía morirse".
Hace más de siete años que sufro un dolor en mi pierna izquierda, constante, que no mejora con el reposo, imposible de tratar con medicamentos o rehabilitación y, al menos hasta el momento, no diagnosticado. Cualquiera que tenga un problema similar se sentirá identificado con el triste peregrinaje por consultas médicas en las que te hacen las pruebas más variopintas para no encontrar nada. Es habitual que la desesperación te pueda en esos momentos. ¿Por qué nadie sabe lo que te pasa? Porque, si no se sabe lo que es, cómo encontrarle solución. Y al desconocimiento, lamentablemente, suele unírsele la desconfianza de la gente. La falta absoluta de empatía de algunos médicos que me he cruzado en este largo y tedioso camino, y la condescendencia de muchos, me han hecho, incluso, llegar a sentir culpable de lo que me ocurre. Si ellos me dicen que no hay nada, ¿me lo estaré inventando?
Y no sólo la actitud de los profesionales de la medicina es dolorosa para las personas que nos encontramos en esta situación. Incluso para los más cercanos es difícil de entender. Y ellos sufren, porque te ven sufrir a ti, y a veces se enfadan porque no saben qué más hacer para que te encuentres bien. A quienes convivimos con el dolor crónico no nos queda más que tratar de esconder nuestro sufrimiento para no hacer daño a nuestros seres queridos. Y en el trabajo, más de lo mismo. Porque no puedes llamar por teléfono el día en el que te encuentras especialmente mal para decir que vas a quedarte en casa, porque no hay un motivo 'real'. Ningún médico de cabecera te dará una baja por un dolor que no responde a ninguna enfermedad. Y tratar de explicarlo en el trabajo, incluso a los compañeros, es muy costoso y cansado.
Así que, al final, desistimos. Y tratamos de vivir como si el dolor no existiera. Yo soy plenamente consciente de algunas actividades que agravan mi malestar, pero he optado por no dejar de hacerlas. Un simple paseo por el campo puede dejarme destrozada durante una semana entera. Igual que el gimnasio, igual que caminar descalza por la playa, o correr unos segundos para coger el autobús. ¿Pero voy a renunciar a esos pequeños placeres por una 'enfermedad caprichosa'? El dolor me limita, efectivamente, pero hace años que me propuse, si no vencerlo, al menos tratar de controlarlo mentalmente. A veces sueño despierta con que un día me levantaré y ya no sentiré dolor. Pero otras veces me despierto bañada en sudor después de una pesadilla en la que la otra pierna también empezaba a dolerme. Mi pierna izquierda lucha cada día por hacerse notar; reclama atención de forma casi permanente desde hace siete años, que se dice pronto. Pero mi cabeza es más fuerte y no voy a dejar que me gane.
Ane.
ResponderEliminarNunca imaginé que pudieras estar sufriendo de esta manera. A mí, que no me duele nada "tangible", siempre he supuesto que sería más soportable un dolor físico que uno anímico, que podría aguantar más fácilmente la vida con dolor en una pierna (por poner un ejemplo) que con el alma lacerada.
Vivimos el dolor como algo íntimo, forma parte de la esencia del ser humano también. Tu pierna, mi alma...Es una "música de fondo" que no nos abandona y que hemos incorporado a nuestra peculiar B.S.O.
Haces muy bien en compartirlo, en expresarlo, en sacarlo al aire para que no se enmohezca.
Los que nos aman saben que sufrimos. Los que nos aman saben que gozamos. Así nos aceptan, así les aceptamos también a ellos.
Mi abrazo solidario para ti.
Cecilia