martes, 4 de diciembre de 2012

Matrimonio de conveniencia

 
 
Entré en Estados Unidos con un visado B2, o visado de turista, que me permite permanecer en el país durante un total de un año (en mi caso concreto), con la condición de que salga al menos una vez en un plazo de seis meses. Para conseguirlo, como muchas otras personas, tuve que hacer mucho papeleo y acudir a una entrevista en la Embajada de Madrid. Pero merecía la pena. Sin el visado, me habría visto obligada a abandonar el país en un plazo máximo de tres meses. Esa es la ventaja de este tipo de documento. ¿La desventaja? Que no te permite trabajar.
 
 
Cuando conocí a las esposas de Stanford (sorprendentemente, aún no he tenido el placer de conocer a ningún esposo), creía que todas -o la mayoría de ellas- estarían en mi misma situación: tu pareja encuentra trabajo en esta universidad, una oportunidad excepcional para su carrera, así que os vais a vivir juntos esta nueva aventura. Y ello implica que tú no podrás trabajar en ese periodo. Al menos, no de forma remunerada. Sin embargo, descubrí que todas ellas estaban casadas, y la mayoría lo habían hecho para poder tener la oportunidad de buscar empleo en los Estados Unidos. Porque, al contraer matrimonio, tu estatus cambia y consigues otro tipo de visado que te da la opción de tener un trabajo, siempre que tu pareja siga manteniendo el suyo.
 
 
¿Y es la única posibilidad para conseguir ser una persona laboralmente activa? Pues, en nuestra sitación, parece que sí. O, si no el único, al menos sí el más realista. Porque también podrían contactarte desde una empresa y que le gustaras tanto que se decidieran a hacer todo tipo de papeleos para contratarte de acuerdo con la legalidad en Estados Unidos, en lugar de coger a un ciudadano norteamericano, con todas las dificultades y los gastos que conlleva.
 
 
Es curioso como, después de décadas de lucha feminista por liberarse del matrimonio por obligación y poder ser autosuficientes económicamente, ahora resulta que sólo puedo conseguir mi libertad si estoy casada -una libertad relativa, se entiende-. La institución del matrimonio ha perdido su papel fundamental como aseguradora de los derechos de las parejas. En un momento histórico en el que podemos vivir en pareja sin tener que firmar ese contrato -aunque haya otros muchos que firmar, como el del alquiler, la hipoteca, el teléfono,...-, creo que el matrimonio puede adquirir un valor puramente emocional, si se quiere; de protesta y reivindicación de derechos (como en el caso de muchas parejas homosexuales); o incluso de negocio, como puede verse en esos bodorrios en los que el cubierto de cada invitado ronda los 150 euros, más los gastos de vestuario.
 
 
Y cómo no, también hay matrimonios de conveniencia. Matrimonios para conseguir 'papeles'. Y quién me iba a decir a mí que en algún momento de mi vida estaría sopesando dar ese paso por este motivo. La mayoría de las mujeres que he conocido en estos meses lo han hecho por eso, justo antes de venir o nada más llegar al país. Algunas -las menos- se lo han tomado como un mero trámite, pero para muchas ha sido desagradable. Porque es una decisión difícil de tomar. Puedes pensarlo en frío, considerar que es tan sólo un papel que te servirá para buscar un puesto de trabajo de forma legal. Te vas a Las Vegas y lo haces por el módico precio de 40 dólares. Pero, ¿y si va contra tus principios? ¿O tienes el sueño de 'pasar por el altar' cuando estés preparada, cuando lo consideres oportuno? El dilema también se presenta, como es obvio, para la parte de la pareja que trabaja en Stanford, que se siente culpable por 'haberte traído' a un país en el que puedes hacer poco más que seguir cursos de corta duración. Y quizá casarse tampoco entraba en sus planes.
 
 
Y si yo tengo los mismos derechos en Stanford que los maridos y mujeres de los empleados extranjeros, ¿por qué no puedo tenerlos también en esta cuestión? Digo yo que, o todos o ninguno. Y a veces me pongo 'burra' y me niego a pasar por el aro del sistema. Pero los meses van pasando, las necesidades económicas aprietan y la ansiedad va minando esa fortaleza. No sé lo que tengo que hacer, no sé cómo me sentiré conmigo misma haga lo que haga. Pero no estoy en una posición cómoda para poder decidir.
 
 
Soy de las personas que le dan al matrimonio un sentido simbólico, de confirmación de la pareja. Creo en la celebración con la gente querida, la celebración del amor de dos personas que deciden compartir su vida y un proyecto de futuro. Creo en ello igual que creo en quienes no necesitan firmar nada ni hacer una fiesta para adquirir ese compromiso. En definitiva, creo en la libertad individual. Y no deja de ser una paradoja que, en este país, necesite casarme para poder ser una mujer autosuficiente, una mujer libre.
 
 

3 comentarios:

  1. Decidas lo que decidas estará bien, lo importante es plantearse y sopesar la relevancia de las decisiones que una toma. ¡Te mando muchos ánimos desde aquí! Musu handi!!!!!

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  2. Como decía no sé qué filósofo: "Hagas lo que hagas, te arrepentirás", así que, por lo menos, que puedas obtener algún beneficio... porque la libertad interior, ésa no te la va a quitar nadie. En fin. !Ánimo y vota por el amor!

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  3. Ya que las dos anteriores lo han expresado muy bién, yo me apunto a lo que dicen ellas.
    Eutsi gogor!!!

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