He llegado corriendo y con la lengua fuera, como de costumbre. Pero en mi caso es lo mejor para este tipo de situaciones, porque así no tengo tiempo de ponerme nerviosa. En la sala de espera, otra chica, que me ha empezado a hablar de inmediato. Es coreana -hay mucha gente de Corea por aquí-, y también es una 'spouse'. Nos hemos reido un rato hablando de nuestra situación y compartiendo las frustraciones que a veces conlleva. Ella, como muchas otras parejas de post-docs, ha decidido quedarse embarazada. Y en ello está, según me ha dicho. Es un buen momento para hacerlo si se tienen unos mínimos ingresos, porque al volver al propio país la mayoría volverá a trabajar al ritmo habitual, así que el parón que ofrece nuestro estatus permite vivir el embarazo y los primeros meses de maternidad con menos presión. Además, los hijos e hijas nacidas en este país conseguirán la nacionalidad estadounidense, y eso nunca viene mal. Mientras lo comentábamos, he estado a punto de decirle que si se compra una casa cara en España también puede ser ciudadana allí. Pero me lo he callado; demasiado absurdo como para que otros lo comprendan.
Lo curioso ha sido que las dos habíamos pedido la beca para el mismo curso -la verdad es que soy gafe para estas cuestiones-. Pero, en vez de inquietarnos por ello, con el buen rollo que se ha creado entre nosotras, nos hemos deseado sinceramente lo mejor. Y ha llegado mi turno.
En la sala -un espacio acogedor repleto de estanterías con libros, varias butacas y hasta una chimenea-, cinco mujeres me estaban esperando. Lejos de intimidarme, sus miradas amigables me han hecho sentir cómoda. Al fin y al cabo, ellas pasaron por lo mismo que yo cuando llegaron a Stanford hace años, acompañando a sus parejas en su carrera profesional. Hemos estado charlando durante un buen rato. Estoy convencida de que la ilusión se transmite, y ellas han visto las ganas que tengo de realizarme como persona y como profesional. Les he hablado de mi idea de combinar la escritura con el dibujo, y del curso que quiero hacer para conseguirlo. Les ha encantado.
Pero su posición es difícil. Tienen un presupuesto limitado y medio centenar de personas (la mayoría mujeres), que les han pedido ayuda para poder llevar a cabo sus proyectos. Por eso, cuando me han planteado si lo que yo quería realmente era estudiar dibujo o estudiar en Stanford, no lo he dudado. Es verdad que sería una ilusión poder hacer un curso en una universidad como ésta, a la que ni en mis mejores sueños podría acceder de otra forma. Pero lo más importante para mí es aprender, y eso puedo hacerlo también en otros lugares con unos precios más razonables. Por eso les he dicho que prefiero que muchas de nosotras consigamos becas de menor cuantía económica a que sólo unas pocas tengamos la oportunidad de estudiar en Stanford. Y sorprendentemente, se han quedado ojipláticas. Porque la solidaridad no es una de las virtudes más presentes en esta sociedad. Las cinco mujeres me han dado las gracias por mis palabras y me han dejado claro que, para ellas, es muy importante escuchar a alguien hablar así.
¿Y cómo podría ser de otra manera? Quiero decir, que si se tratara de becas de investigación de la que dependieran nuestras carreras, entendería la competitividad, a pesar de que no sea mi estilo. Pero de lo que hablamos aquí es de sentirnos autosuficientes, de mantener nuestra propia identidad fuera de la condición de 'mujer de'. Se trata de ser personas. ¿Cómo dejar de lado mi pensamiento feminista, de sororidad, en una cuestión tan básica? Ocurra lo que ocurra, me siento bien conmigo misma. Tengo la satisfacción del trabajo bien hecho. Sé que he luchado por mis ilusiones sin perder de vista lo que me han enseñado, lo que he aprendido, lo fundamental: mis valores.
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