lunes, 19 de noviembre de 2012

El hombre de las montañas

He tratado de colocarme estratégicamente para verlo bien, pero resulta que la mejor mesa, la que está a mi lado, está ocupada por una familia francesa. Desde donde estoy, no alcanzo a ver su 'casa'.
Quería tener la oportunidad de observarlo detenidamente, sin temor a ser descubierta, y sin incomodarlo. No sé bien qué especie de fascinación siento por este hombre, sólo sé que necesito conocerlo. Podéis pensar que es algo morboso (quizá lo sea), pero cuando vi su mirada por primera vez, caí fulminada. No es una mirada vacía, como la del resto de los habitantes invisibles, es más bien una mirada de dolor, de cansancio y de pena. Nunca directa, nunca a mis ojos.
Ahí está ahora. Tomando un café en un vaso de plástico. Diría que me ha visto, pero no es posible. Estoy dentro de un bar al otro lado de la calle. Sorbe su café de pie, con la cabeza en esta dirección, como haciéndome saber que me ha descubierto pero no le importa.
Yo le llamo Papá Noel porque la primera vez que lo vi estaba sentado en su banco con las luces de los árboles de University Avenue iluminándole la cara. Parecía Navidad, y su larga barba blanca me lo sugirió al instante. Ahora sigo llamándole así pero la verdad es que parece un hombre de las montañas. Una mezcla entre el abuelo de Heidi y el mago bueno del Señor de los Anillos.
Hoy está lloviendo y me preocupa cómo pasará la noche. No creo que duerma ahí, porque no lleva nada con él. Ni carrito, ni bolsas ni mantas. Y alguna vez le he visto llevar ropa distinta. Supongo que pasa las noches en algún lugar más resguardado y durante la jornada ese banco es su 'cuartel general'. Pero tiene el pelo y la barba empapados y no lleva más que una chaqueta ligera sobre su camisa, nada de abrigo.
Me quedo mirándolo unos minutos. Saca una y otra vez de su bolsillo los pocos dólares que tiene. Luego una especie de palo rojo... es un bolígrafo, y parece que escribe algo en unos papeles. Lo de estar un poco cegata no me acompaña demasiado en mi labor de 'espía'. Ahora se ha encendido un cigarrillo y se lo fuma también mirando hacia aquí. Pero no me está mirando a mí, simplemente ve los coches pasar entre nosotros. Sigue lloviendo y la gente busca cobijo, pero a él parece no importarle.
Recuerdo que una vez le ofrecí un cigarro, pero no lo quiso, sólo un gesto negativo con la cabeza. ¡Es tan difícil acercarse a él! Ultimamente he decidido sonreirle de forma exagerada cuando paso por su lado -lo cual sucede varias veces al día-. Puede ser sólo una sensación, pero creo que estoy haciendo tímidos avances. A veces no agacha la cabeza frente a mí. Sigue sin mirarme a los ojos, pero creo que me reconoce. Recuerdo que un día nos encontramos solos en una calle, ambos mirando un plano en el que se indican los servicios de la ciudad. Se colocó a menos de un metro de mí. Quería hablarle, pero me quedé paralizada. ¿Y si me manda a la mierda? ¿Y si se siente ofendido por algo?
Mientras, sigo fantaseando. Me enternece verlo recogiendo papeles, colillas o lo que haya delante de su banco y tirándolos a la papelera. Cuida su espacio. Es un hombre que me habría llamado la atención en cualquier circunstancia: con su altura, su porte, ese rostro duro pero con un gesto de nostalgia, de ternura. Podría ser mi padre. Puede ser el padre de alguien. Y no dejo de preguntarme qué le habrá llevado a esa situación.
Ahora lo veo andar lentamente hacia el semáforo. Se va a dar su paseo de las tardes. Dentro de un rato volveré a verlo caminando por aquí. Y sé que esta noche, al volver a casa, lo encontraré de nuevo sentado en su banco, al único abrigo de las luces navideñas que siempre iluminan Palo Alto.

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