viernes, 2 de noviembre de 2012

Abrazados a la tristeza



Estaba sentada en la terraza de un bar de University Avenue, escribiendo cosas para el blog, cuando se me ha acercado un hombre. Primero se ha fijado en mis botas y parece que le han dado buena espina. A partir de ahí, me he convertido en su confesora. Podría haber escogido a cualquier persona, pero he sido la afortunada. O al menos eso pienso yo, porque a tenor de las miradas de horror y de incomodidad de la gente que teníamos en las mesas más cercanas, gustarle ha sido mi mayor desgracia. Ellos veían a un hombre destrozado, sucio, con muy pocos dientes en la boca, y hablando con vehemencia y nerviosismo. Pero no sabían la verdad: que era un espía. Un espía en una misión muy peligrosa. Me ha hablado de todo lo que está ocurriendo en el país sin que la población se esté enterando de la misa a la media. Incluso el FBI y la CIA estaban en el ajo (como siempre). Intrigada por sus historias, le he ofrecido un cigarrillo y eso le ha hecho abrirse todavía más. Me hablaba a veces a gritos, a veces susurrando, y mirando hacia los lados por si alguno de los 'malos' nos descubría.
 
 
Me ha hablado de unos camiones que van moviéndose por Estados Unidos repletos de provisiones, por si estalla una guerra o el mundo se termina. Mi misión era sencilla: buscar esos camiones, comer y beber todo lo que tienen dentro, y después olvidarlo todo... o al menos no contárselo a nadie. Al principio le ha costado, pero cuando se ha cerciorado de que era una mujer de fiar, me ha dado su tarjeta secreta, en la que podría encontrar su contacto en el caso de que corriese peligro, porque conocer toda esa información era realmente peligroso. Cuando se ha marchado, después de más de media hora de confidencias, y tras varias apariciones esteleares para cerciorarse de que había comprendido la peligrosidad de todo el asunto, he mirado la tarjeta, que había guardado en mi mano sin mirar, como el espía me había dicho, y me he percatado de que era un ticket de parking. Aunque no descarto que contenga algun mensaje en clave que todavía no he conseguido descifrar, así que la tengo en la mesa de estudio, por si acaso, bien escondidita.
 
 
Y todos nos miraban. ¿Qué hace esta chica con ese hombre? Pero nadie ha venido a interceder, a ver si realmente él me estaba molestando. Y no lo estaba haciendo, la verdad. Ha sido maravilloso poder entrar en su mundo por un rato y ayudarle a sentirse comprendido. He guardado muchos de sus secretos -que no revelaré, porque nuestra integridad física puede correr peligro- y me ha regalado el bolígrafo con el que he escrito las primeras palabras de este post como muestra de su confianza en mí. El boli se ha quedado en seguida sin tinta, pero el detalle me vale igual.
 
 
Esta y otras muchas situaciones que vivo en California me despiertan emociones a veces tan intensas que no soy capaz de describirlas con palabras. Pero hay una canción que me acompaña desde hace muchos años y que nunca antes había tenido tanto sentido para mí. Cuando escucho los versos desgarradores de Manolillo Chinato siento que podría estar escuchando a cualquiera de las personas que vagan por las calles de estas ciudades. Y como Fito y Robe, a veces yo también creo que todo son mentiras.
 
Sé que estamos a miles de kilómetros de distancia, pero espero que os llegue, al menos un poquito. 
 
 
 
 
Soledad de amores, triste y pura...
 
... soledad de amores y locura.
 

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