lunes, 5 de noviembre de 2012

De bares

 
 
Nada más llegar a Palo Alto una de mis primeras misiones fue la de encontrar bares en los que sentirme como en casa. El bar como punto de encuentro, como espacio familiar en el que poder desconectar de las vicisitudes cotidianas. Una vez más, una tarea complicada.
 
 
University Avenue, la arteria principal de la ciudad, no tiene más que bares, restaurantes y comercios. De hecho, por lo que yon sé, practicamente nadie vive en estos edificios. Un paraiso hecho realidad para una 'donostiarra de pro', acostumbrada a alternar como la que más. Pero resulta que el tufillo 'Googleliano' se deja sentir en casi todos los locales de la ciudad. Precios obscenos, estética fría y arrogante y un ambiente idem de idem. No es mi estilo.
 
 
Preguntando a la gente que iba conociendo, me centré en los bares que permitían fumar, por eso del encanto del vicio tradicional, y funcionó bastante bien. Y una vez localizados, empecé con la búsqueda de la happy hour. Tema fundamental en esta ciudad. Porque aunque leais que siempre estoy en algún local de ocio, aquí no puedo beber más de dos vinos o cervezas como mucho. El fin de semana quizá tres con la happy hour. Pero hay un problema de la hora feliz: que los horarios en Estados Unidos son distintos. Si cenan a las 6 de la tarde, el poteo tiene que ser antes, así que la mayoría de descuentos funcionan entre las 3 y las 6.
 
 
Por eso fue tan maravilloso encontrar el Madame Tam. Un lugar en el que nunca en mi vida hubiera entrado si estuviese en otra ciudad, pero que en Palo Alto me ofrecía hora feliz desde las tres hasta el cierre. La gloria. Y ahí estamos practicamente siempre. No es el bar de mi vida, no se puede comparar a nada de lo mejor que haya probado y el vino deja mucho que desear (sobre todo a la mañana siguiente). Pero es lo más barato, puedo fumar en la entrada y las camareras son las personas más amables del universo. Hasta hace un par de semanas tenía metido en la cabeza que las dos que mejor me caen eran una sola persona y estaba agobiadísima por lo mucho que trabajaba la pobre mujer, hasta que le dije que neceitaba tomarse algún día de vacaciones y me dijo que sólo trabajaba tres días a la semana. Efectivamente, me había equivocado. Eran dos, y además no se parecen en nada, pero las dos hacen mi vida un poco mejor. Me ponen el vino en la copa que me gusta, me dejan papel y boli cuando me olvido el cuaderno para escribir los posts, y siempre que paso delante del local (varias veces al día) me saludan con la mano, encantadoras.
 
 
¿Y qué mas necesita una en la ciudad en la que vive? Se trata siempre de hacer comunidad, sea en la iglesia, en el gimnasio en los bares. En mi caso está claro, soy vasca. Y aunque, obviamente, nada aquí vaya a asemejarse a mis tardes-noches en el Sport, encontrar lugares en los que poder pasar un rato escribiendo o charlando, tomando un vinito o una cerveza, es fundamental para hacer de este lugar una especie de hogar temporal, con gente que te conoce, que te aprecia y que te echará de menos cuando ya no estés.  

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