Yo pensaba que los científicos trabajaban duro para conseguir que tuviéramos un mundo mejor; para poder encontrar curas a enfermedades, poner en práctica técnicas que puedan mejorar nuestra calidad de vida y eviten algunos males. Pero resulta que la mayoría de ellos sólo piensan en salvaguardar su carrera y no acabar como representantes de productos de laboratorios o como el protagonista de Breaking Bad, dando clases a alumnos sin ningún interés en la ciencia mientras su premio Nobel se llena de polvo en el salón de casa.
En Palo Alto vivo rodeada de personas que se dedican a la investigación científica; todos ellos están trabajando en Stanford, una universidad de gran prestigio y un referente en la investigación biomédica. Son gente brillante, los mejores de su promoción, los que más becas y ayudas han conseguido por sus méritos académicos. Pero resulta que no valen más que una firma en un artículo. La carrera científica, tal y como está concebida, sólo puede mantenerse gracias a la presencia de uno en revistas del ramo. A mejor revista más posibilidades de progresar. Cuanto antes aparezca nuestro nombre en la lista de autores de un artículo, más facilidad de no destrozarnos la carrera. ¿Cómo es posible que algo tan importante como el descubrimiento científico se vea condicionado por la urgencia de conseguir una publicación? Pues así es. Si no publicas, no consigues financiación. Y sin financiación, adiós a tu carrera. La precariedad de estas personas es increible. Las ansiedad les acompaña de forma constante, porque si no consiguen resultados en un plazo determinado pueden ver cómo esfuerzos de años se convierten en nada.
A veces los envidio por la posibilidad que tienen de pensar en grande; quiero decir, que pueden llegar a ser personas relevantes en su campo, descubrir algo que pueda ser de ayuda para la Humanidad, viajar por el mundo dando conferencias y conociendo a profesionales de su ámbito... inlcluso soñar con el Premio Nobel no es del todo descabellado. Y eso cuando la mayoría de las personas se conforman con conseguir un trabajo digno que les permita vivir sin aprietos. Pero esa envidia se desvanece cada vez que escucho las historias sobre la competitividad y el individualismo de esta profesión. En un ámbito que debería caracterizarse precisamente por la unidad para conseguir objetivos comunes, la falta de seguridad laboral hace constantes las puñaladas traperas, las zancadillas, la desconfianza y el miedo. Y si eres de los que creen en hacer las cosas bien, si eres honesto y legal, puedes pasar muy malos ratos. Incluso llegar a decepcionarte tanto que te planteas dejar la carrera que tanto te apasiona. Porque nadie les dijo, cuando empezaron a interesarse por la ciencia, que tendrían que entrar en este sistema de competición atroz por conseguir puestos y mantenerse en ellos.
Es muy triste ver a gente a la que admiras a punto de tirar la toalla por lo difícil que se lo ponen para poder seguir haciendo lo que les gusta. A la precariedad laboral se le unen unos sueldos que la mayoría de las veces no se corresponden en absoluto con el tiempo y el esfuerzo que le dedican a su trabajo. Y es normal que en un momento dado te preguntes: ¿Merece la pena? ¿Merece la pena tanto esfuerzo para vivir con esta presión y la angustia de no saber si va a servir de algo el sacrificar mi vida personal por esto? El día en el que realmente entendamos lo importantes que es la investigación -tanto la científica como la social- para mejorar nuestra sociedad y las valoremos como se mercen, habremos dado un paso fundamental para salir de la situación en la que nos encontramos. Mientras tanto, los seguiremos perdiendo, y dando pasos atrás sin remedio. Porque hasta la pasión por el conocimiento tiene un límite.
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