Desde luego, si pretendíais que este blog os sirviera para cuando visitárais San Francisco, lo tenéis crudo. Porque, cada vez que vengo, es una odisea. Hoy me he perdido. Y el caso es que sabía que no estaba yendo al sitio que había planeado, pero me ha dado pereza levantarme y salir pitando del Muni (una especie de 'topo' que tienen aquí) antes de alejarme demasiado. ¡Me estaba llevando por unas zonas tan bonitas! Por un momento me ha parecido estar subiendo al Parque del Monte Igueldo en el funicular -el de toda la vida. Una verdadera gozada lo de las colinas en esta ciudad.
Pues resulta que, aunque os había adelantado que iría a conocer el barrio hippie de San Francisco, nada de nada, sigo con eso pendiente. Al bajarme del Muni -cuando he visto que estaba subiendo tanto que aquello parecía Autopista hacia el Cielo-, no tenía ni la más remota idea de dónde estaba. Pero así me gusta a mí visitar las ciudades: perdiéndome. No tenía demasiada prisa y el tiempo estaba estupendo, así que hala, a patear. Casitas de colores pastel, cafeterías que hacían esquina, fruterías (¡¡¡fruterías!!!), galerías de arte, lalalalaaa, todo maravilloso, como dibujado. Y resulta que el barrio era Noe Valley, y resulta, cómo no, que ahora me ha gustado este sitio para vivir. Pero así soy yo: culo veo, culo quiero (sólo en lo referente a lugares en los que vivir). Ya me he visto con la cesta de mimbre, la cantimplora y la yoga mat (eso siempre, obligatorio) entrando a mi casita con miradores y flores en las escaleras de la entrada. Sí, peliculera se le llama a eso.


La última parada de mi periplo ha sido en el Revolution Cafe, donde había quedado con unos amigos. Este es un lugar que me atrae y me espanta a partes iguales. A primera vista es todo lo que me gusta: decoración decadente, muebles viejos, piano viejo y con polvo, música rock de fondo... no me lo pensé dos veces la primera vez que lo vi, y entré a tomar una cerveza. siempre me he sentado dentro, porque la parte de fuera (una especie de porche) siempre está hasta los topes. Y lo está porque se puede fumar. O mejor dicho, no se puede, ñpero hacen la vista gorda. Y la gente se pone ciega de marihuana. Es esa asombrosa mezcla la que me inquieta: dentro, personas solas tecleando en sus ordenadores MacBook gracias al wifi del local, y fuera todos los 'revolucionarios'. Es como volver a finales de los 60. La primera vez me pareció ver a Jim morrison sentado en una de las butacas, os lo prometo, fumándose un peta al solete, al lado de la puerta. Hay montones de hombres de pelo largo y lacio, rubios, con collares de cuentas, foulares, faldas... Rastafaris de verdad, pintores, chavales con guitarras que no parecen en condiciones de tocar, hombres negros imponentes con el torso descubierto, la gente descalza... no sé bien cómo definirlo, son anacrónicos. Es como si se hubieran quedado en el Summer of Love pero en realidad la mayoría ni siquiera había nacido. En fin, definitivamente es una gran lugar para sentarse a observar a los habitantes de este barrio con tanta vida, y comprender cómo se relacionan.
De ahí a otro barecito, pero la noche va cayendo sobre San Francisco y yo soy como Cenicienta, que si no pillo el Caltrain a tiempo se me convierte en calabaza (y sabéis que estoy de las dichosas calabazas hasta el mismísimo). Así que tras varios transbordos y esperas en estaciones, por fin me monto en el tren de vuelta a casa. Y pienso en lo diferente que es la vida en lugares que están tan próximos. Y sí, no niego que me da mucha envidia poder disfrutar de todo lo que ofrece la capital sin límite de hora, pero creoq ue mi cabeza loca también agradece de vez en cuando la tranquilidad (vale, aburrimiento) de Palo Alto. Y lo bueno es combinar, no?
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