miércoles, 31 de octubre de 2012

"Chica gorda"




Sí, así de directo, sin eufemismos.


Uno de los establecimientos que más visito en Palo Alto es el CVS Pharmacy. Efectivamente, es una farmacia, pero también una gran superficie en la que puedes comprar cosmética, productos de higiene y limpieza, cuadernos y comida de supervivencia. ¡Ah! Y tabaco, con ofertas que hacen que la cajetilla de Camel nos cueste lo mismo o incluso menos que en España. Fue allí donde descubrí una línea de productos corporales de la marca Bliss, que se llaman Fat Girl (Chica Gorda). Con ese nombre terrorífico hacen juego de palabras para sus diferentes productos. Uno que me gusta especialmente es el aparentemente contradictorio FatGirlSlim (Chica Gorda Delgada), de una crema para tratar la celulitis.
 
 
 
 
 
¿Pero puede haber mujeres que compran estos productos? ¿Mujeres a las que se está insultando de forma tan clara? Yo propongo que busquen aumentar su mercado con nombres más agresivos, del tipo 'crema anticelulítica milagrosa para focas sebosas'. Y en el apartado de cosmética facial, podrían hacer una 'loción regenerante para feas con ganas' o una 'hidratante antiarrugas para viejas con cara de ciruela-pasa'. Quizá debería guardarme estas ideas para mí, alquilar un garaje y hacerme de oro a costa de las inseguridades de otras mujeres.
 
 
Y aunque pueda pareceros difícil de creer, estos no son los únicos productos de este tipo. Existe incluso una marca entera de cosmética con un nombre parecido pero más sutil: Skinny Girl. Si la primera se dirige a las mujeres valiéndose de sus complejos, esta juega con sus aspiraciones. No sé si se aprecia bien en la foto, pero la imagen de la marca es una muñequita delgadísima y muy chic. Una cosa monísima.
 
 
Me recuerda un poco al artículo que leí ayer en Adiós Barbie sobre la adaptación que han hecho los grandes almacenes Barney's de la mítica Minnie Mouse. El director creativo de la firma, David Freedman, tuvo esta idea porque, según él, cuando llegaron al momento en el que todos los personajes de Disney tenían que subirse a la pasarela, hubo una discusión. "La Minnie Mouse estandar no estará muy favorecida con un vestido de Lanvin". Bueno, bueno... ahora resulta que hasta nuestra ratita más famosa es una 'fat girl'. ¿Y qué podemos hacer con ella? Pues convertirla lo antes posible en una 'skinny girl'. Y todos tan contentos. Efectivamente, el vestido le sienta ideal, pero yo personalmente me quedo con la Minnie de siempre, la de la cara redondita. ¡Fijáos además en cómo ha perdido la sonrisa cuando le han quitado los kilos!
 
 
 
 
 
Y si de nuevo creéis que no puede haber nada más fuerte, no estáis pensando con la mentalidad californiana. La marca Skinny Girl, además de productos de belleza para chicas flacas, tiene su propio vino. Dudo que tengan viñedos en Napa o Sonoma, pero sí que venden botellas de la marca, con la misma chica delgadísima en la etiqueta y las calorías indicadas en la parte delantera, donde mejor se vea. Porque las chicas flacas también pueden permitirse beber alcohol, y una copa de vino siempre te hace más chic, pero si estás gordita y quieres ser como la Minnie de Barney's, el vino, of course, sólo si es bajo en calorías.
 
 
He entrado en la página de estos productos, y me ha dado miedo de verdad. Lo que dicen es que quieren que "experimentemos nuestra mejor manera de ser nosotras mismas, nuestro Skinnygirl!!!!". Así lo dicen, con exclamaciones. ¿Y qué es para ellos una Skinny Girl? Pues una mujer "amorosa, divertida y segura de sí misma, que considera su cuerpo un tesoro y busca el bienestar de forma natural". Su misión es conseguir que todas seamos así. Y lo hacen con cocktails y botellas de vino bajas en calorías, para que, además de sentirnos mal por ser como somos -gordas, delgadas, altas, bajitas, pelirrojas, morenas,...-, al día siguiente tengamos una resaca inmunda y prometamos al mundo que nunca, nunca, nunca, nunca más vamos a volver a beber.
 
 

Haciendo amigos



¡Qué difícil es hacer amistades por aquí! Quiero decir, que sí, que son todos muy friendly, ya lo sabéis, pero pasar de eso es un suplicio. Pero no es que no quieran ser amigos nuestros (faltaría más). Es que, simplemente, no se lleva. Estamos en la tierra del 'dating' (que os sonará por montones de series y películas, y en lo que prometo profundizar en una próxima entrada). Aquí la vida va un poco como diría aquél: te quiero Andrés por el interés. Yo no me llamo Andrés (por el momento) y puedo estar orgullosa de haber encontrado gente fantástica (poca) con la que compartir el día a día en mi nuevo hogar. Pero no te lo pueden poner más difícil.
 
 
Hablaba hace unos días con una mujer americana sobre esta cuestión, y ella me lo confirmaba. "Aquí no salimos con amigos. Podemos quedar para tomar un café o unas copas, pero es algo puntual, es una cita". Y yo lo necesito. De todo los que me conocen es sabida mi afición por charlar (vale, hablar por los codos también vale), compartir momentos, reirme, ofuscarme, divagar... Aquí hablan basicamente del trabajo, o del partido de beisbol, pero muy poco -si no nada- de sí mismos. Eso no es friendly. Y me remite directamente a películas como Happiness, American Beauty y tantas otras. Tantas cosas que esconder... tanto vivir de cara a la galería... eso nunca puede ser bueno.
 
 
Pero aquí somos unos bichos raros. Casi cada día en el mismo local, las mismas personas, riendo y hablando acaloradamente. Mis adoradas camareras orientales nos lo dicen, que somos sus clientes favoritos. Y no creo que sea sólo por el dinero que nos dejamos aquí. Diría que es la buena onda que transmitimos. Se nota que nos queremos, que nos gustamos, que estamos desarrollando una verdadera amistad, y eso no lo he viso practicamente nunca por estos lares.
 
 
He conocido infinidad de personas desde que estoy aquí. Nada comparable al resto de lugares en los que he vivido. Pero la cosa nunca prospera. Porque ellos lo viven así: hoy estamos bien, nos divertimos y mañana no nos acordaremos. ¿Será porque no soportan perder el control y no quieren tener cerca a nadie que pueda recordárselo? En fin, que por aquí habrá cosas geniales (que las hay) pero sobre la amistad, sinceramente, no pueden enseñarnos nada de nada. No en vano, en nuestro grupo hay sólo una norteamericana, y ella también está asustada con la superficialidad de las relaciones en la costa oeste. Una vez más, amigas y amigos, os echo muchísimo de menos, Aquí seríamos muy grandes.
 
 

lunes, 29 de octubre de 2012

Dependiente 'Superstar'

 
 
No me resisto. Sé que este no es mi refugio para poner a parir a la gente escudada en el 'encanto' que da lo del blog. Lo sé. Pero me supera. Y como hace unos días hablé de algunas cosas bonitas (aunque también acabé criticando, I know), hoy me permito utilizar este espacio para poner a parir a los/las dependientes/as de las tiendas de ropa de por aquí.
 
 
Estoy en San Francisco, tomándome una cervecita (Modelo Especial por $3, Happy Hour) mientras hago tiempo para la hora del tren de regreso a casa. He venido esta mañana con un objetivo muy claro: abrigarme. Empieza el frío y con eso del tope de kilos de equipaje no pude traerme ropa de invierno, así que había que comprar algo, y por supuesto no en Palo Alto. He venido decidida a llevarme todo lo necesario para los próximos meses por un precio razonable.  
 
 
Y sí, he comprado, y llevo una bolsa gigante y todo eso. Estoy contenta. ¿Pero la felicidad de haber encontrado lo que buscaba compensa el aguante que hay que tener para no saltar por encima del mostrador y agarrar del cuello al dependiente/a de turno?
 
 
Hay una pregunta que solía venirme a la mente cuando iba de tiendas en Donosti, en Barcelona, en Madrid... ¿Por qué los dependientes/as de algunas tiendas te miran por encima del hombro? ¿Por qué parece que flotan y se rien a carcajadas con el resto de dependientes/as y cuando se dirigen a ti ponen cara de perro? Supongo que su familia ya se lo habrá dicho, pero me permito recordarles que la tienda NO es suya, que son simples empleados a los que pueden despedir cuando les salga del mismísimo. Y entonces podrán trabajar en un Starbucks, por ejemplo. ¿También me mirarás entonces con desdén porque tú, y sólo tú, sabes lo que lleva el Long Moka Latte?
 
 
Ya os comenté que los pasos en la tiendas suelen ser los siguientes: ¿Has encontrado todo sin problema? ¿Qué tal tu día? ¿Necesitas una bolsa? Y yo lo aguanto. Pero si me lo dicen con cariño. Si vas a soltarme todo eso como si fueras Ethan Hawke en Reality Bites, AHÓRRATELO. Dime cuánto es y punto pelota.
 
 
Y luego están los que te van cobrando y te dicen: "Este jersey es ideal, porque combina con todo. Puedes llevarlo con tonos pastel pero si le metes un negro te da un toque rock estupendo..." ¿Te he preguntado? ¿Acaso eres mi estilista? Mucho concursante frustrado de Project Runway.
 
 
Y yo me pregunto si cuesta tanto seguir siendo sencillo cuando entras a trabajar en una cadena de ropa cool. Me sorprende el efecto que puede tener en ti el sentirte parte de una empresa que imita a las grandes firmas de moda a precios muy razonables porque la mayor parte de su personal está en China trabajando como idem. Esa pose de Kurt Kobain seguro que cuesta mucho más que ser natural, agradable. Y desde luego no te da propinas.
 
 
¿Qué pasa, entonces? ¿Será que tienen premios al empleado más cool del mes? No al mejor, sino al más guay, al que más mole, al que más cara de disgusto ponga al cobrar y recitar sus frases aprendidas. Lamentablemente, voy a tener que volver a aguantarlo cuando toque comprar para la temporada de primavera-verano. Para entonces, espero haber perfeccionado mi cara de profundo asco cuando les digo que prefiero el recibo impreso que on line. Igual así hasta me gano una sonrisa.
 
 

Pon un científico en tu vida



En el tiempo que llevo aquí, y en los posts que he escrito hasta ahora, siempre he tenido un fiel compañero de aventuras, con el que he compartido los momentos y las emociones que me han dado la inspiración para escribir. Una especie de Sancho Panza, aunque sé que pondrá pegas al símil que he escogido. Es el Científico. Él me dio la oportunidad de venir aquí y descubrir este Nuevo Mundo. Y es el mejor apoyo que podría haber tenido. Porque marcharse a vivir a un lugar nuevo siempre es costoso, pero esta sociedad es -al menos para mí- especialmente difícil. Y la verdad es que las personas que han llegado solas deberían tener también un científico a su lado para hacérselo más fácil. Podría planteárselo a mi amigo el alcalde: "Ponga un científico en su vida". Le daría votos.


Estaréis pensando que también tiene sus incomodidades, y es cierto. El estrés al que está sometido, las eternas jornadas laborales, la imposibilidad de desconectar de un trabajo que le apasiona... y sobre todo, las células. Porque resulta que las células con las que trabaja el Científico necesitan ser alimentadas a diario. Antes de llegar, en un alarde de optimismo, creí que, llegado el momento, sería capaz de hacer que vinieran a comer a casa los fines de semana. O al menos los domingos, como en cualquier familia de bien. Craso error. Estas células no tienen la capacidad de transportarse por sí mismas (ni siquiera con el Margarita, que ya les dije que es gratuito!), así que hay que ir a su casa para darles de comer. Y son exigentes. No en plan californiano, de comida orgánica y vegana, pero sí 'especialitas' en los compuestos que necesitan. Porque si nos les das las dosis justas, se diferencian (y no me preguntéis por qué, pero eso es malo). Así que el Científico va a visitarlas también el sábado y el domingo, como se hace con los abuelos cuando ya están mayores. Por ahora no le dan la paga, pero todo llegará.
 
 
Esas son las pequeñas pegas, como decía, pero las ventajas son inifinitas. Por ejemplo, cuando tengo un cambio de humor brusco, me dice que en realidad no es mi culpa, que resulta que tengo un cocktail de hormonas en mi cuerpo superior a la media. Que tengo "hormonas mutantes", responsables también del indescifrable color de mis ojos. Y si no lo piensas demasiado, que te digan eso tranquiliza.
 
 
El Científico es mentalmente muy fuerte, pero a él también le está costando adaptarse a California. El primer día que vio la lluvia, después de más de dos meses de sol ininterrumpido, salió a la calle feliz y estuvo allí durante mucho rato, empapado, con la sonrisa de un niño, ajeno a que todos los que pasaban le miraban como si fuera Nell, la chica salvaje. Y aunque se queja de que aquí los árboles están plantados en macetas, ha encontrado todos los setales que hay en el campus de Stanford y suele ir a controlarlos, para ver cómo crecen. Sabe que nunca será lo mismo que en casa, pero le pone mucho empeño.
 
 
Con el Científico me río a carcajadas, puedo hablar hasta de la reconversión de la máquina de herramienta, y juntos vamos a la búsqueda de comida y bebida gratis a lo largo de toda la Bahía. Aunque tengamos que lidiar con montones dificultades, ambos sabemos que somos unos privilegiados por poder vivir una experiencia tan fascinante como ésta, contando siempre el uno con el otro.
 
 

viernes, 26 de octubre de 2012

El pecado del amor

 
 
Un obispo de la iglesia episcopal. Estos obispos no tienen voto de celibato. Pueden tener parejas, casarse, formar una familia... ¿Pero qué pasa si eres obispo y la persona a la que amas es de tu mismo sexo? Es el leitmotiv del documental Love free or die, que tuve ocasión de ver hace unos días en el UNAFF Festival. Gene Robinson, obispo de New Hampshire, tuvo la valentía de decir que el hombre con el que comparte su vida desde hace veinte años es su pareja. Ni su compañero de piso, ni su primo lejano. Su pareja.
 
 
Y podéis imaginaros las consecuencias de esa 'tremenda confesión'. Lo han amenazado de muerte. Le prohibieron asistir a una convención de la Iglesia Anglicana en Londres, e incluso pusieron un cartel con su foto para que no se colase en la convención, cosa que él encontró realmente "estúpida". Todo el documental, desde los créditos de inicio hasta el final, merece absolutamente la pena, pero hay secuencias realmentee impactantes  y dolorosas. Como esa en la que le invitan a oficiar una misa en Londres, en protesta por la actitud de su congregación con respecto a su opción sexual, y en la que un tipo enloquecido empieza a gritarle barbaridades desde la bancada. Momentos después, Gene llora. La presión es insoportable. Pero también hay imágenes esperanzadoras. Muchos miembros de su congregación lo respetan, admiran su trabajo y no se cuestionan el sexo de la persona que comparte su vida privada.  
 
 
¿Y de dónde viene ese mal uso de las enseñanzas de Jesús? ¿Que dijo que la relación amorosa o sexual entre dos hombres o dos mujeres es abominable? ¡Anda ya! No he sido educada como cristiana, y tampoco me identifico con ello, pero en mi vida he hablado con mucha gente. Y la mayoría me habla de un Dios que nos quiere de igual manera, seamos como seamos y de la condición que seamos. ¿Y por qué entonces algunos sectores de la Iglesia se han adjudicado el poder de vetar? ¿De decir lo que está bien y lo que está mal? La idea de Jesús, como yo la entiendo (y perdonadme porque soy una completa ignorante en estas cuestiones) es la de un hombre adelantado a su tiempo, un líder, un pensador, un luchador por los derechos humanos. Y sobre todo, alguien que predica el amor. Y por lo que yo he podido ver en el documental, Gene y Mark, por encima de cualquier otra cosa, son dos personas que se aman. ¿Acaso hay algo más importante que eso?

miércoles, 24 de octubre de 2012

El perdón



¿Por qué, a veces, es tan difícil perdonar? Si sabemos que el perdón nos hace libres.
 
 
Esta mañana caaminaba por Palo Alto probando mi nuevo móvil de la manzanita, y en el Spotify, no me preguntéis cómo, ha empezado a sonar una canción que hace mucho tiempo que no escuchaba. De repente, he tenido que pararme y respirar. Me ha traido tantos recuerdos a la mente... Buenos y malos, no sabría decir si más de los unos que de los otros. Pero después de alborozo inicial, me he ido relajando a medida que escuchaba, hasta sentirme tranquila. En paz. La canción me hablaba de una parte de mi vida a la que me cuesta volver. Pero esta vez ha sido más fácil. Y he escuchado los últimos acordes con una sonrisa en la cara. Porque he perdonado.


Esta es la canción. Con un vídeo un tanto ful, pero por si os interesa escucharla.  
 
 
 
Lo jodido -perdonadme la expresión- es que sólo somos capaces de perdonar de verdad cuando estamos bien, cuando nos sentimos bien con nosotros mismos. Y es la pescadilla que se muerde la cola, porque sobrellevar una traición, un desengaño, y no pasarlo mal por lo ocurrido es imposible, así que no hay perdón que valga. Pero hoy he descubierto que sólo hay que tener paciencia. Dejar que la vida nos lleve, seguir siendo fieles a lo que somos, a aquello en lo que creemos. Y entonces, un día, de repente, sin esperarlo, el perdón llegará.
 
 
Tengo una amiga aquí a la que admiro profundamente por su asombrosa capacidad de ver algo bueno en cada persona, incluso en aquellas que la hieren. Ella me ha hecho pensar. Supongo que sus impresiones no han caído en saco roto y por eso hoy, de forma inesperada, he comprendido a alguien a quien nunca le había dado una oportunidad. Y ya lo dice REM: todo el mundo hace daño en alguna ocasión. Todos lo hemos hecho, a todos nos lo han hecho. ¿Y quiere eso decir que todos somos malas personas? ¿O simplemente que nos podemos equivocar? 

martes, 23 de octubre de 2012

Tener o no tener (un iPhone); esa es la cuestión



Me siento sucia. Han sido meses de fuerte lucha interior, pero al final he sucumbido. Me he comprado un iPhone. Ya soy una más en esta ciudad de fanáticos de la manzana. Ha sido esta mañana, hace ya  unas cuantas horas, pero todavía estoy temblando. ¿Y realmente lo necesitaba? Por supuesto que no. Nunca he tenido un teléfono con internet, y he vivido de lo más tranquila. Cuando llegué a California, sin embargo, tenía la idea de que me vendría bien comprarlo para poder hablar con mi gente de forma más cómoda (no nos olvidemos de que tengo nueve horas de diferencia horaria con la familia, y los tiempos para hablar no siempre concuerdan). Pero entonces no tenía casa (y lo que me iba a costar encontrar una...), así que imposible tener un móvil con contrato. Me compré una especie de teléfono de plástico, que por no tener no tenía ni cámara. Perfecto. Lo justo y necesario para estar localizable. Pero resulta que en Estados Unidos las compañías te cobran por hacer llamadas pero también por recibirlas, y lo mismo con los mensajes. Así que ese ridículo aparato se convirtió en una especie de teléfono rojo, que sólo podría utilizar en caso de emergencia.
 
 
Y un día lo perdí. Aprendí a vivir como hace unos años, y comprobé que se puede. Creedme. Basta con que te acuerdes de ponerte un reloj cada día para no sentirte completamente fuera del mundo. Incluso llegué a tomármelo como un elemento distintivo en este lugar en el que la gente parece tener el teléfono pegado a la palma de su mano. Y en los trayectos de autobús, disfrutaba del paisaje. Y no me tropezaba cuando caminaba por la calle. Estaba feliz y liberada, aunque sabía que si me ocurría algo tendría que hacer señales de humo o tocar el tam tam.  
 
 
Fue cuando empecé a trabajar como voluntaria en el festival de cine cuando ví que no todo era perfecto. Nos pidieron nuestros números de teléfono para tenernos localizados en nuestro turno, y claro, yo dejé el espacio en blanco. ¿Y teléfono de contacto, de casa, para cualquier cosa? Pues va a serr que no. Si los voluntarios necesitábamos algo también teníamos que contactar con las responsables vía telefónica (ahí fue cuando pensé en el tam tam). Empecé a plantearme seriamente lo de hacerme con un teléfono, pero uno con el que no tuviera que pagar por las llamadas recibidas. Y ahí estaba él. Esperándome confiado. Sabía que no podría pasar mucho tiempo aquí sin acabar tirándome a sus brazos. He aguantado cerca de tres meses. Pero tengo que admitir que ha podido conmigo.
 
 
La imagen de la vergüenza
Y cuando lo he visto... es tan bonito... Incluso la caja en la que venía, con esos cascos blancos, y el cargador, y el cable USB... Me ha hecho sentir poderosa. De repente, puedo hablar por teléfono, y no sólo eso. También puedo descargar miles de aplicaciones a cada cual más absurda. ¡Pero es todo tan fácil de hacer! Hace unos días leí que una medium decía que Steve Jobs está pasándolo muy mal después de su muerte. Normal, porque le corroe la conciencia. Se ha hecho de oro vendiéndonos un aparato que no sabemos controlar pero que nos parece que somos capaces de dominar sólo con un click. Y puedo tener el Facebook, y puedo bajarme el Spotify, y puedo saber el tiempo que hará mañana en Tegucigalpa... vale, no puedo cambiar la batería, ¿pero qué importa? Estoy en el reino de Apple, y he dado un paso más hacia ellos. Sigo manteniendo con absoluta fidelidad el mp3 de Sony con mi nombre grabado en la parte trasera (maravilloso regalo del hombre sabio), pero nunca se sabe. Sólo os pido una cosa. Sed mis amigos y, si me queréis de verdad, evitadlo, no dejéis que me convierta.  
 
 
  

lunes, 22 de octubre de 2012

Sing your song, Mr. B


Un hombre negro sale a la piscina del hotel en el que está hospedado. Debido al color de su piel, tiene el acceso prohibido a dicha instalación. Camina con paso lento y seguro hasta el trampolín, se sube en él y se queda ahí, sonriendo orgulloso, mientras la gente va saliendo de la piscina de forma apresurada. Unos segundos después, un salto perfecto. Y de pronto, cámaras de fotos y personas que quieren sacarse una instantánea con él, niños y niñas que se tiran a la piscina para tenerle cerca. Son los años 50 y ese hombre es Harry Belafonte.   
 
 
Conocido principalmente por su 'sonido Calypso', Belafonte era en sus comienzos un estudiante de teatro y cantante al uso, principalmente de jazz. Pero pronto vio que necesitaba algo más, volvió a buscar sus raíces jamaicanas y empezó a cantar canciones tradicionales de su pueblo, canciones de la tierra. Era un hombre imponente, con una sonrisa que podía desarmar a cualquiera. Y unos ojos llenos de vida y de ilusión. ¿Quién podría no derretirse ante el señor Belafonte? Pero a Harry nunca le bastó con el éxito. Puede decirse que convivió -y convive- con él, pero siempre, y digo siempre, con la cabeza y el alma puestas en la justicia social.
 
 
Estuve con la boca abierta durante las más de dos horas que duraba el documental Sing Your Song sobre la vida de este hombre, y aun hoy no doy crédito a cómo ha podido estar en los lugares y momentos en los que algo estaba pasando en los últimos 60 años. Fue un luchador acérrimo por los derechos de la población afroamericana en los Estados Unidos; tanto, que se convirtió en íntimo amigo amigo y principal colaborador de Martin Luther King. Pero cuando las cosas empezaron a encauzarse, dirigió su mirada también hacia África, hacia los orígenes, para darle voz, visibilidad y presencia a ese continente gracias a la difusión de su música tradicional. Centró sus esfuerzos en Sudáfrica en los últimos tiempos del Apartheid, y se involucró tanto que fue el encargado de presentar a Nelson Mandela en Estados Unidos tras su liberación. 
 
Activista en contra de la guerra de Vietnam -y décadas más tarde en contra de la de Irak-, señalado en su tiempo como comunista, Harry Belafonte fue el artífice de montones de acciones que han marcado la historia, como el proyecto del tema We are the world, que grabaron juntos en 1985 numerosos artistas (Michael Jackson, Ray charles, Diana Ross, Bob Dylan, Bruce Springsteen,...) bajo el nombre de USA for Africa (United Support of Artists for Africa). Belafonte ha pasado de los 80 años, pero sigue sin poder parar quieto. Por lo que dice el documental, en los últimos tiempos está centrando su activismo en las generaciones más jóvenes, especialmente en aquellos que viven en los barrios marginales. Y ahí anda el hombre, intentando sacar a los chavales de las bandas, con su gorra echada hacia atrás y rapeando con ellos.
 
 
Efectivamente, hay gente así. Y son estas personas las que te hacen creer en la humanidad cuando todo parece una basura. Dice Belafonte que él se levanta cada mañana pensando qué puede hacer para conseguir más justicia en el mundo. Pero no todo es bonito, Algunos de sus hijos, ahora adultos, arrastran el dolor por ese padre ausente que se debatía entre dedicar su tiempo a las causas más justas o a su propia familia. Es una verdadera inspiración para el mundo, un hombre que no se casa con nadie (aunque ha tenido tres mujeres, pero ya me entendéis), un hombre que no se vende, que lucha con uñas y dientes por aquello en lo que cree, y que transmite la misma pasión hoy en día que cuando era un hermoso jovencito de veintitantos. ¿Pero no sería mejor si esa inspiración nos durara más de lo que dura una película? ¿No podríamos salir del cine y plantearnos seriamente lo que nos importa en la vida? ¿Lo que queremos hacer? ¿Lo que debemos hacer? Estas personas tan maravillosas y tan especiales no están ahí sólo para que las aplaudamos, sino para que sigamos su ejemplo. Eso sí, sin tonterías, sin ínfulas, sin ese tono de anuncio de refrescos. Simplemente, haciendo las cosas de corazón. Cuantos más seamos, más fácil será.
 
 

domingo, 21 de octubre de 2012

Un poco de jamón, Daryl Hannah, Betty y el señor alcalde



Yo no sé cómo lo hago, pero siempre la lío parda (como la pobre socorrista tóxica). Ahí estaba yo, en el cocktail de apertura del festival, con mi copa de vino y comiendo aperitivos. Y la gente me preguntaba: "¿Eres directora de cine?", y yo, pues no, yo soy voluntaria, pero hoy no estoy 'de servicio'. Os prometo que, en la reunión que hubo para todo el voluntariado una semana antes de que empezara el festival UNAFF, entendí que estábamos invitados también a las fiestas. Pero era la inauguración y ni rastro de más voluntarios... Y resulta que un fotógrafo la tomó conmigo, y ya me estaba viendo en los titulares de todos los periódicos de la zona al día siguiente: "La orgullosa directora del UNAFF celebra el 15 aniversario de su festival", y yo en la foto, tratando de comerme con estilo y elegancia un rollito de jamón con salsa pesto. Estoy algo asustada. ¿Y si me detienen? "Disculpe señorita, pero a usted no le corresponde comer las tapas, sino servirlas". En fin.
 
 
Al día siguiente llegó mi primer día de trabajo como voluntaria. Me notaba nerviosa, pero todo se me pasó de golpe al llegar, cuando vi que estaba sola. Ninguna de las otras cuatro voluntarias ni la persona encargada de coordinarnos estaban allí. Y empezaba a venir gente. Así que con las manos en la masa desde el primer minuto. La verdad, modestia aparte, es que  lo dí todo... entradas, pases para los invitados, hojas de encuestas, sonrisas. Todo salió bien, ningún incidente. Pero la organización tiene fallos notables. Me acordaba mucho del Jazzaldia y su puntualidad británica, o del Festival de Cine y Derechos Humanos, más joven y 'humilde', pero con una organización impecable. Aquí a veces parece más importante que haya comida gratis en la sala a que la sesión empiece a la hora programada. Eso sí, la gente está encantadísima; especialmente las personas mayores, que este año no pagan entrada y tienen palomitas gratis. Una excusa para salir de casa y compartir un rato en comunidad (eso que tanto les gusta por aquí).
 
 
En medio de mi turno, resulta que el chismorreo era la visita de la actriz Daryl Hannah, productora ejecutiva de un documental sobre la oposición de las empresas petrolíferas a aceptar la existencia del cambio climático. Y estalló el gozo entre los asistentes. Bueno, solo entre los mayores. Algunas chicas que eran voluntarias, más jóvenes que yo, no tenían ni la más remota de quién era esa señora.
 
- ¿1,2,3…Splash? ¿No la habéis visto?
- Pues no...
-¿Kill Bill?¿La del parche?
- Ah, sí, me suena...
 
Me sentí viejuna.
 
La actriz  llegó de forma discreta (nada de photocall), se sentó entre la gente  y salió al escenario al final de la película para responder a las preguntas del público. Entre ellas, la del científico, que es un experto en plantear las cuestiones fundamentales: "¿Qué derecho tenemos nosotros  (los países desarrollados) a pedir a los países no desarrollados que reduzcan su consumo de combustibles fósiles por haber hecho nosotros un uso excesivo de ese recurso?”. Hannah respondió como pudo, haciendo referencia a que los países árabes son como los camellos del petróleo y nosotros los yonkis de la gasolina. Cuando menos original. Después, una vez más con total discreción, peo siempre amable y educada, abandonó el recinto.
 
 
Sin embargo. lo más sorprendente de la noche para mí no fue la presencia de una actriz famosa, sino la de una señora mayor. En las primeras horas de la tarde, antes de que las películas empezaran, la mujer deambulaba por la entrada. Nadie parecía interesado en hacerle caso, pero es conocida mi debilidad por las personas mayores, así que fuí a preguntarle si necesitaba algo. Era una mujer asiática (de nombre Betty), con un inglés no demasiado bueno, que mezclado con el mío resultaba en un mix interesante. Me dijo que había quedado con el alcalde de Palo Alto (el 'señor Yeh', del que os hablaba en el post anterior). Me quedé sorprendida pero le indiqué que se sentara en la sala, que en cuanto el alcalde llegara, le haría saber donde estaba. Antes de acceder a tomar asiento, me enseñó un libro con sus memorias y un artículo sobre ella que se había publicado en el periódico de San José. Tengo que confesar que tuve alguna pequeña duda. Pero viendo las caras de mis compañeras, que la miraban como si se hubiera escapado del frenopático, no dudé en cuidarla de forma especial. ¿Qué más daba si decía la verdad o sólo fantaseaba? El tema del festival es la dignidad humana, y lo primero es predicar con el ejemplo. Porque no cuesta nada.

 
Pues bien, cerca de media hora después de la hora a la que Betty me había dicho que tenía la cita, el alcalde apareció en el cine, apresurado. Se acercó al mostrador, y antes de que pudiera articular palabra, le dije: ¿Busca a Betty, verdad?. Me miró, algo sorprendido, y me respondió afirmativamente. "Sí, ¿la has visto? Llego bastante tarde pero estaba tratando de aparcar cerca". Le indiqué el pasillo y la fila exacta en la que ella estaba, con las perfectas indicaciones que Betty me había hecho aprender. Después de darme las gracias, me preguntó si podía comprar una entrada. ¡Ostras! Balbuceé algo indescifrable y le cambió la cara. "¡Oh! ¿Están agotadas?", no, no, todavía quedan. "¡Ah! Menos mal. ¿Y cuánto cuesta una entrada?", ummmmh...  pues son 10 dólares, pero la entrada es gratuita para estudiantes, jubilados, y creo que también para los alcaldes. Se rió y me ofreció el billete: "No te preocupes, yo tampoco sé si los alcaldes pagan, pero sea así o no, acepta estos 10 dólares como donación para el festival". Y así se fue al encuentró de Betty. Al finalizar la película, la mujer vino a verme para darme las gracias por haberle dado las indicaciones correctas al alcalde. Él también volvió, y me pidió un programa del festival. Le dije que se lo daba porque estaba segura de que los programas eran gratuitos para todos los asistentes. Se rió de nuevo, y antes de marcharse me dio las gracias por estar dedicando parte de mi tiempo al UNAFF de forma altruista.  

 
La vida es curiosa, y yo debo de tener una habilidad especial para toparme con los alcaldes. Recuerdo cuando, hace ya algunos años, trabajando yo en un festival, un alcalde vino a por una camiseta. Después de probársela delante de todos los presentes, me preguntó cuánto costaba, y yo le dije el precio. Atónito, tardó un poco en sacar el dinero de su bolsillo, y cuando iba a dármelo, una muy querida compañera mía le detuvo: "¿Pero cómo vamos a cobrarte? Si eres el alcalde". No sé por qué, pero tengo la impresión de que a aquél representante de la ciudad no le gustó demasiado que le tratara como a uno más. De hecho, un año despues, en un encuentro casual, me dijo que se acordaba de mi cara: "Yo te robé una camiseta hace algún tiempo". En fin, dos alcaldes, dos reacciones. Os dije que sería difícil, pero a este paso Yiaway Yeh se va a hacer un huequecito en mi corazón. Ahora sólo falta que nos baje el alquiler.
 

jueves, 18 de octubre de 2012

Cine, derechos humanos y una nueva aventura



Hoy empieza en Palo Alto la decimoquinta edición del Festival Internacional de Cine Documental UNAFF, que este año tiene como tema la dignidad humana. El festival se celebró por primera vez para celebrar el 50 aniversario de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y aquí sigue tanto tiempo después, con el mismo espíritu.  




De entre los 600 proyectos presentados, el jurado ha seleccionado la friolera de 70 películas que entrarán en competición. También habrá paneles de discusión entre expertos y un espacio habilitado para que el público y los cineastas puedan compartir impresiones. Diez días que prometen ser de lo más intensos, la verdad, porque ya sabemos los que gustamos de este tipo de festivales que las películas proyectadas suelen ser duras, a veces difíciles de digerir. Pero, sin duda, merecerá la pena.
 
 
Aunque por sus siglas pueda parecerlo, el UNAFF no es un festival promovido o financiado por las Naciones Unidas, sino el de una asociación simpatizante con los valores que promueve la institución. Es un matiz relevante, puesto que el objetivo de su directora, Jasmina Bojic -crítica de cine y profesora en la Universidad de Stanford-, es mantenerse al margen de la financiación institucional para poder salvaguardar siempre su independencia a la hora de seleccionar los proyectos. Eso sí, el comité honorario del festival lo conforman personas de la talla de Danny Glover, Alec Baldwin, , Peter Coyote o Susan Sarandon, entre otros.
 
 
La fuente principal de financiación del UNAFF son las entradas para las películas (10 dólares, excepto para estudiantes y jubilados, que pueden entrar gratis), y los numerosos comercios de la zona les regalan productos para las distintas recepciones o presentaciones. El personal de organización es muy reducido, y se valen principalmente de voluntariado. Y ahí es donde intervengo yo, porque voy a ser voluntaria del festival durante varios días. Es una buena manera de ver cómo funciona un evento de este tipo en Estados Unidos, y sólo por aportar algunas horas de mi tiempo puedo acceder a todos los pases. Voy a recibir al público, vender entradas, llevar café, ofrecer información, promocionar... en fin, nada que no haya hecho en otros festivales, pero lo de hacerlo en inglés y en una ciudad en la que soy muy nueva me da un poco de respeto, para qué os voy a engañar.
 
 
Ahora mismo me marcho al acto de inauguración, en el que el alcalde de Palo Alto pronunciará unas palabritas. Por cierto, que nunca os he comentado que nuestro alcalde es muy pero que muy joven (¡nacido en 1978!) y de origen chino (sus padres vinieron de Taiwan). Se llama Yiaway Yeh (que es un apellido muy útil para llamarle de lejos: "Yeh!!"), y tengo ganas de verlo en persona y escuchar lo que tiene que decirnos, Eso sí, por muy JASP que sea Yiaway, y por mucho que fomente los derechos humanos, nunca podrá competir con el recuerdo de los foulares de Odon o la moto de Txapela, los únicos alcaldes que llevo en mi corazón.
    

miércoles, 17 de octubre de 2012

Comida de trabajo



Esta mañana he asistido a una conferencia sobre las redes de tráfico de drogas y de personas, con la intención de traeros información fresca sobre un tema tan apasionante. Pero nada más lejos de mi imaginación, básicamente porque no he entendido ni una palabra. O las pocas palabras que he entendido no me han servido. Empecemos por el principio.
 
Resulta que la ponencia la daba un miembro del cuerpo militar del ejército del aire de la Universidad de Georgetown (sí, como el príncipe Felipe). Me ha costado Dios y ayuda encontrar el sitio, en honor al sistema de indicaciones de Stanford. Una interesante visita turística a las escalera de incendios del edificio. Y cuando por fin he llegado a la sala de conferencias, guiada por el olor a comida, he estado a punto de salir corriendo. Una mesa de reuniones con unas 20 personas alrededor y algunas más en sillas colocadas en las esquinas de la estancia. Todas comiendo en platos de cartón. ¿Y qué pinto yo aquí?, me he dicho yo al principio. Pero tras cerciorarme de que era un acto abierto al público, y con la imagen de las bandejas de comida gratuita frente a mí, he conseguido serenarme, pensármelo mejor y coger un plato. Y podéis llamarme rarita, pero yo sigo sintiéndome extraña comiendo unas verduras asadas frente a un tipo que me está explicando su power point. Y ya ni os cuento si me hubiera decantado por las alitas de pollo.
 
Entre el público, el Sheriff de Stanford que, qué queréis que os diga, me resulta una figura entrañable, por tantas películas y series en las que lo hemos visto. Pero cuando otro de los asistentes se ha levantado a por más comida (sí, repiten y todo), he dado un respingo (esta palabra también me encanta) porque llevaba pistola. He empezado a mirar con más detenimiento, y no era el único. De hecho, armas por doquier. Policías de paisano. Aproximadamente la mitad de las personas que estaban en la sala llevaban un arma. La ley de California no permite llevarlas, pero claro, las 'fuerzas del orden' están exentas. No consigo acostumbrarme, y no puedo estar tranquila. Quizá tenga que pensar que estoy especialmente protegida en este entorno, pero no puedo evitar sentir mucho miedo.
 
Creo que los policías, igual que yo, iban a la conferencia a recabar información sobre las redes de tráfico y cómo combatirlas, pero lo único que hemos sacado en claro ha sido que para vencer a una red tenemos que construir otra red. Pues vale. Lo de la comida está bien pensado porque no hay quien se atreva a marcharse después de haber disfrutado de todos esos manjares gratuitos, pero también se genera un problema, y es que después de ingerir alimentos nuestro estómago se llena y tiene que hacer la digestión, lo que nos lleva a un estado de letargo difícilmente soportable, especialmente en conferencias como la de hoy. Yo he aguantado estoica hasta el turno de preguntas para poder comerme sin remordimientos la cookie de frutos del bosque que había fichado al llegar. Pero cuando he salido a por ella, triunfal por haber aguantado tanto en una sala repleta de armas y con argumentos que ni siquiera comprendía, resulta que se habían comido todo excepto esas galletitas de colores que nadie quiere ni regaladas. Una desilusión. De verdad, cómo son estos intelectuales...

martes, 16 de octubre de 2012

La invasión de las calabazas




El primer día que las vi, a primeros de octubre, pensé que sería la temporada, por esto de que ahora en el mercado me fijo en cómo los productos aparecen y desaparecen en función de la época del año. Ilusa de mí, no caí en que en cuestión de dos días llegaría la invasión naranja. Y es una invasión sobre otra, ya que San Francisco y su bahía están teñidos de forma permanente de este color. El naranja de los Giants (su equipo de beisbol) está presente a diario en gorras y camisetas en cualquiera de las ciudades de la zona. Pero lo de las calabazas es por demás.

 
 
¡Y es que llega Halloween, amigos! Y a pesar de tantas películas y series y ese empeño de vendérselo a todo quisqui, a mí por supuesto se me había olvidado por completo. Y nunca hubiera imaginado semejante despliegue. Bueno, esta mañana me han servido el café con leche y, en lugar del corazón o el trébol que suelen dibujarme con la espuma, me han hecho una calabaza sonriente, no os digo más. Quería haberle hecho una foto para enseñárosla (el camarero es un auténtico artista), pero se me ha olvidado llevar la cámara y en lo que tardo del campus a casa, aunque he venido haciendo equilibrios, la carita de calabaza se ha convertido en algo similar al Cristo de Borja restaurado. Y me lo he tenido que beber.
 
 
Los supermercados están llenos de bolsas de caramelos con formas de murciélagos y arañas, caretas de plástico de caras feas, o con la cara de Obama o de Romney (que también dan bastante miedito). Y en los porches de las casas (porque aquí todas las casas tienen porche), calabazas de adorno de distintos tamaños, listas para vaciar y encender el 31 de octubre. Esta mañana, mientras miraba a la calabacita sonriente, me preguntaba sobre el origen de esta tradición y resulta que, como casi siempre, los norteamericanos la han importado. En este caso, a través de los inmigrantes irlandeses y escoceses.
 
 
Las conocidas como Jack'O Lanterns parecen tener origen en el mito irlandés de Stingy Jack (o Jack el avaro), un hombre que intentó engañar al diablo, y cuando murió, el diablo, molesto por la trampa de Jack, no le dejó entrar en el infierno y lo lanzó a la oscuridad de la noche con sólo un carbón encendido para iluminar su rumbo. Jack puso el carbón en un nabo que había vaciado y dicen que ha estado dando vueltas por la Tierra desde entonces. Los irlandeses comenzaron a referirse a esta figura fantasmagórica como 'Jack of the Lantern' y luego, simplemente, 'Jack O'Lantern'. En Irlanda y Escocia la gente empezó a crear sus propias versiones de las linternas de Jack tallando caras tenebrosas en nabos o patatas que colocaban cerca de ventanas y puertas para ahuyentar a Stingy Jack y a otros espíritus malignos. Los inmigrantes de estos países trajeron a los Estados Unidos la tradición de las linternas, y pronto  descubrieron que las calabazas eran la verdura ideal para ello.
 
 
 
 
Si quiero sentirme de verdad parte de todo esto voy a tener que comprarme una urgentemente y dedicar un tiempo a meter 'las manos en la masa'. Pero eso no es lo que más me preocupa; lo verdaderamente aterrador es lo de los niños y el trick or treat (truco o trato), una tradición que aprendí que puede ser peligrosa gracias a uno de los capítulos de Sensación de Vivir. Ahora no me preguntéis lo que pasaba, pero algo me quedó grabado y me da bastante mal rollo. La cosa es que los chavales vienen disfrazados a tu casa a pedirte caramelos. Un poco lo típico nuestro de cantar en Nochebuena, pero sin cantar ni nada. Y pensaréis que es absurdo que le de importancia a algo tan trivial teniendo a la vuelta de la esquina fechas tan señaladas como las elecciones (las vascas y las americanas) e incluso un acontecimiento sagrado como es mi cumpleaños. Claro, claro, sois todos muy pragmáticos, ¿pero habéis pensado alguna vez en lo que puede significar darles caramelos a los niños y niñas californianos? Habrá que mirar los prospectos de todos los productos, y ver si son orgánicos, si están elaborados con estevia en lugar de con azúcar, asegurarse de que no tienen colorantes artificiales y que para su elaboración se ha tratado con respeto a los leones marinos de las Galápagos. Avisados quedáis. Si el día 1 no escribo nada, es que les regalé las míticas piruletas de corazón.
 
 

lunes, 15 de octubre de 2012

Un día en el mercado



Una de las actividades que más estoy disfrutando de mi día a día en Palo Alto son las visitas al Farmer's Market, o mercado de agricultores, los fines de semana. Tanto sábados como domingos por la mañana, puedes encontrar mercados en las distintas ciudades de la Bahía. Más grandes o más pequeños, todos estos mercados se llenan de personas ávidas de encontrar los mejores productos locales y de temporada.
 
 

Aunque nunca he sido una aficionada a las compras de alimentación, es una verdadera gozada pasear por los diferentes puestos y disfrutar de todas las frutas, verduras, flores... aprender que cada producto tiene su época y que no es natural consumir los mismos alimentos durante todo el año, o que en cada país encontraremos frutas y verduras que a pesar de ser similares tendrán sus propias especificidades por las condiciones en las que hayan crecido. Y algo que me parece maravilloso es que todos los puestos tienen muestras de los alimentos que venden, y los paseantes podemos probar antes de comprar. Así que el paseo matutino se convierte un sano desayuno a base de granadas, fresas, rodajas de melocotón, de manzana... Y si el paseo se alarga y el hambre aprieta, hay caravanas con diferentes opciones de comida étnica a precios razonables.
 
 

 
 
Todos los productos que se venden en los mercados son orgánicos (es decir, que para su producción no se utilizan plaguicidas ni fertilizantes de síntesis química), aunque por el tamaño y el color de algunos alimentos una diría que les han echado de todo. Porque lo de las alcachofas del tamaño de una cabeza o los brócolis enanos no es normal. Y como dice el científico: "El tomate es rojo y punto pelota". Pero no, nada de transgénicos. El 6 de noviembre se votará en California la Proposición 37, también conocida como la iniciativa por el Derecho a Saber, que exige el etiquetado de los alimentos genéticamente modificados (OGM). Se trata de que los consumidores puedan tomar decisiones informadas sobre lo que compran y lo que comen. Si la medida es aprobada, será la primera ley que obligue al etiquetado en Estados Unidos. Y por supuesto, los agricultores que participan en los Farmer's Markets del estado trabajan  por el Sí de la ciudadanía.
 


Y hablando de votaciones, en los mercados, además de los puestos de venta, siempre encontramos dos puestecitos enfrentados (tanto ideológica como físicamente) que animan al público asistente a registrarse para votar en las próximas elecciones. He visto muchas consignas en los dos lados, pero la que más me sorprendió (y me dejó asustada) fue la que portaba un hombre en un cartel adornado con una especie de misil abortivo de cartón en la parte superior, que decía: "Obama asesina a mujeres y niñas". Y ahí estaba ese señor, tan ancho paseando de un lado al otro del mercado semejante atrocidad. Libertad de expresión, le llaman.
 

También hay músicos callejeros, payasos que crean artilugios asombrosos con unos simples globos de colores, y gente de muy diversa procedencia. Dependiendo del mercado al que vayas,el grueso de los visitantes es diferente. En Sunnyvale, por ejemplo, la mayoría eran familias indias, con las mujeres vestidas con sus preciosos saris de colores. En California Avenue, puedes ver a parejas de ancianos al lado de estudiantes de Stanford o parejas JASP de Google o Facebook con sus cochecitos de diseño y el modelo 'casual' de los domingos. Y en el centro de Palo Alto hay montones de gente cool. Hasta los granjeros que venden sus productos son jóvenes, guapos, alternativos, y venden  aguacates con un aire tan bohemio que parecen sacados del mismo Montmartre. Sí, aquí también hay tontería, como en casi todo en los tiempos que corren. Pero si lo olvidas y disfrutas de todos los olores y los colores, y te dejas sorprender con sabores que nunca antes habías conocido, con nuevas texturas... entonces seguro que pasarás una mañana de mercado de lo más agradable. Merece la pena.   
 

 
 
 

domingo, 14 de octubre de 2012

Un brindis



Hoy se me ha hecho tarde. Quiero decir que soy humana. Y trato de tener la entrada escrita de antemano, y cuando la mayoría de vosotros estáis durmiendo, la pubico y me voy a dormir con la satisfacción del trabajo bien hecho (o por lo menos, hecho). Pero hoy la cosa se me ha ido de las manos. Y a las tres de la tarde, cuando me disponía a volver a casa para pasar un domingo tranquilo y relajado en el hogar, me ha llegado una propuesta que no he podido rechazar: "¿Unas cervecitas?". Dicen que se trata de aprovechar el momento, así que he cogido la invitación al vuelo. Y ha pasado lo que suele ocurrir en estas ocasiones, que resulta que es domingo y es el peor día de la semana para salir pero te acabas liando hasta que te cierran el último bar. Así que no esperéis mucho de mí.
 
 
Salir en Palo Alto es difícil. Es una especie de gincana en la que vas buscando todos los bares que tienen happy hour. Supongo que no habrá nadie que no lo sepa, pero por si acaso os digo que es el espacio de tiempo en el que un bar rebaja el precio de sus bebidas (y a veces de sus comidas) para hacernos la vida más fácil. Yo vivo de ese lapso en este país. A partir de las tres en tal, a las seis ya tenemos cual, con nachos incluidos, y a las nueve está el otro que tiene vino decente. Y así, estresada, en un no parar de buscar los sitios con mejores ofertas. Como en el super. En Palo Alto, en la happy hour puedes tomarte una copa de vino por cuatro dólares, pero en otro horario te costaría como mínimo ocho. Y la cerveza puede bajar de 7,50 a 2,95. No es una tontería.
 
 
El problema es que vas a la 'hora feliz', te tomas tres vinitos tan tranquila, charlando animadamente, disfrutando de tu vida social, y cuando te levantas a la mañana siguiente quieres que te corten la cabeza. No quiero ni imaginar lo que sentían los protagonistas de Leaving Las Vegas si estaban bebiendo el mismo vino que bebo yo. Ahora puedo entender por qué Nicholas Cage ha perdido tanto pelo. Vino con toneladas de azúcar que genera malestar, mareos y unos dolores de cabeza atroces. ¡Y por cuatro dólares la copa! En estos momentos, con la mano cubriéndome la sien, es cuando más añoro nuestros bares, nuestros caldos y nuestros precios. Seremos más pobres pero creedme, somos más felices.
 
Por favor, saboread cada trago como si fuera el último, y agradeced que habéis nacido en tierra de buen beber, que eso no tiene precio.
 
¡Salud! 

jueves, 11 de octubre de 2012

Las cosas bonitas



Ya hace dos meses que estoy aquí. Dos meses en los que han pasado tantas cosas que parecen años. En estas Daily Tales he tratado de contaros las que más me han sorprendido, pero siempre pienso que me dejo en el camino el relato de esas pequeñas cosas buenas, que pueden no ser tan llamativas, pero que también las hay. Así que, con vuestro permiso, hoy quiero centrarme en todo lo bueno que la Universidad de Stanford me está dando.




- La Margarita. En realidad su nombre es Marguerite Shuttle, pero me parece más tierno llamar así a este autobús que recorre el campus durante todo el día y de forma gratuita. 17 líneas y 175 paradas distintas a lo largo de Stanford y también en zonas adyacentes. Cada mañana me monto en la Margarita para ir a mis clases, a tomar un café, a un evento o al supermercado. Lo que más me gusta (además de que es gratuito, por supuesto), es que los conductores colocan un cartel con su nombre en la parte delantera del autobús cuando empiezan el servicio. Y la verdad, es muy agradable saber que quien te está llevando es Joe, o Donna, o Chen, y poder decirle: "Hey, Joe! ¡no te cortes y acelera!" o cosas por el estilo. Pero lo mejor, sin duda, es lo de los saludos. Cuando te bajas del autobús, el conductor te saluda agitando la mano por el espejo retrovisor, y te desea un buen día. Tú, igual que el resto de pasajeros, le das las gracias por el viaje. Todo buen rollo. Incluso la propia Margarita te desea que tu día sea genial desde su letrero informativo, para alegrarte la jornada incluso si eres un simple peatón.
 
 
- Las facilidades. Gracias a mi carnet de estudiante 'de cortesía', aunque no soy una estudiante 'real' de la universidad, puedo ir al gimnasio, a mis clases de yoga, de meditación y de alemán, sin pagar un duro. Hay mucha más oferta, y no descarto empezar a aprender chino el próximo semestre, pero como suele decirme un hombre muy sabio: "Quien mucho abarca poco aprieta", así que por ahora me basta y me sobra.
 
 
 


 
 
- BeWell. Habrá quien no me crea, pero os prometo que es verdad. En Stanford tienen mucho interés en que te cuides, así que hay un programa de seguimiento de tu estado físico, en el que te hacen varias pruebas (colesterol, glucosa, tensión, masa corporal,...) y en base a los resultados te plantean un plan y te facilitan medios para llevarlo a cabo, como tablas de ejercicios, cursos de nutrición, bienestar, etc. Y lo alucinante no es que por todo esto no te cobren, sino que te pagan. Sólo por participar. Entre 240 y 480 dólares. Yo ya estoy esperando mi primer sueldo. Y por si tenéis curiosidad, parece que estoy en plena forma (obviamente, hablo de salud física, la mental no la miran).
 
 
- También me encantan los cafés mañaneros con leche de soja, los camareros de las cafeterías -que son todos hipanos y hablan conmigo en una mezcla de inglés y castellano muy divertida-, los banquitos en los que la gente se sienta para leer, comer, escribir... las flores que crecen por doquier y que hoy, después de disfrutar de las primeras gotas de lluvia en dos meses, huelen todavía mejor. Ya me gustan incluso las ardillas, tanto las marrones como las de color negro (ardillas mutantes), a las que echo de menos si no las veo correteando a mi lado o si no me tiran cáscaras de avellana a la cabeza desde lo alto de los árboles.  
 
 
Es un mundo que no conocía, tan diferente a lo que fue para mí la universidad que me ha costado adptarme a ello. Pero una vez he aprendido a moverme por los lugares que me interesan sin perderme (al menos no cada día), a veces me entran ganas de volver a mis 'años mozos' para poder saber por un momento lo que significa la vida de estudiante en Stanford. Como la que llevan esos chavales jovencísimos con los que me cruzo cada día, montados en sus bicis, haciendo deporte, haciendo no-sé-lo-qué en esas hermandades con nombres de letras griegas, y con unas oportunidades académicas con las que yo no he podido soñar en la vida.
 
 
Bien, son unos privilegiados. Pero no nos engañemos. Esta es una universidad privada y exclusiva. Las carreras cuestan unos 50.000 dólares al año, y un MBA puede pasar de los $100.000. No olvidemos que la mayoría de chicas y chicos en Estados Unidos, igual que una servidora, no pueden permitirse estudiar aquí. Por eso es tan importante apoyar a las universidades públicas, que son las de todas y todos (perdón, me he puesto un poco 'Ibarretxe'). Es cierto que lo de la chaqueta del equipo de fútbol americano me da envidia, igual que el grupo de debate. Demasiadas películas de sábado por la tarde. Pero una tiene que ser consecuente con sus ideas. Y si lo miras bien, a pesar de todo lo que nos están machacando, nuestras unis públicas tienen su charme. ¿Cuándo se ha visto una mani por los recortes en Stanford? Pues eso, ellos a lo suyo y nosotros a lo nuestro, a seguir luchando.  
 
 
 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Morriña



He cometido un gran error. Al poner el vídeo con la canción de Serrat en la entrada de ayer. No debí haberlo hecho. Una cosa me llevó a la otra y acabé escuchando su disco de grande éxitos. Craso error. Él siempre me hace llorar, pero escucharlo aquí ha sido dramático. A eso se le ha unido la noticia de que en Donosti han abierto un bar andaluz. Demasiado para mi cuerpo. ¿Qué más me va a pasar? ¿Van a poner puestos de mujeres vendiendo karrakelas en las calles de Palo Alto? Soy bastante fuerte, pero hay que tener en cuenta que una parte de mis genes es de origen gallego.
 
 
Y ya está aquí. Ha tardado un par de meses pero por fin ha llegado. La morriña. Y cuando hablo de morriña no entra en juego la tristeza. Porque no estoy triste. Me siento muy bien, cada día mejor. Pero hay tantas cosas que echo de menos... Es curioso cómo funciona nuestra cabeza. Puedes estar en un lugar y cansarte de él, de la monotonía. Pero cuando te marchas resulta que esas situaciones que te aburrían por repetitivas, ahora son recuerdos entrañables. Incluso vienen a tu mente personas que hace mucho que no ves, y que de repente sientes físicamente muy lejanas. Aunque antes de venir pasaras montones de meses sin tener contacto con ellas.
 
 
Pero creo que echar de menos tiene una parte muy positiva. Porque quiere decir que tienes lugares, situaciones, personas a las que quieres. Lo realmente triste sería llegar a un sitio nuevo y no añorar nada ni a nadie. por aquí no se fomenta la vida social, al menos como nosotros la conocemos. Es sorprendente cómo no ves a personas que parecen amigas entre ellas, sólo compañeras de trabajo, de estudios, de yoga, de la iglesia. El día a día consiste fundamentalmente en trabajar y dedicar el poco tiempo libre que les queda a actividades organizadas. Es como si no quisieran pensar que están solos. Ocupar tu tiempo permite alejar los pensamientos más profundos. Y no creo que sea la dinámica estadounidense, porque las personas de la costa este que he conocido están igual de asustadas que yo. Es vivir en el primer peldaño de la escalera, el de las relaciones superficiales, y no atreverse a subir.
 
 
Esta actitud es la que me hace vivirme mi morriña de forma positiva. Echo de menos salir con mi gente, charlar y reirme hasta las tantas, comer 'bocadillitos de jamón', beber vino sin sentirme culpable por el precio, fumarme un cigarrito en una terraza con el calorcito del sur, bajar de casa y encontrarme (bien) acompañada. Pero sé que lo sigo teniendo. Todo está más lejos y la noche y el día ya no son los mismos. Pero seguís estando ahí. Y es lo único que necesito.
 
 
I miss you all.

martes, 9 de octubre de 2012

Recetas para ser feliz

 
 
Hace varios días asistí a una charla que ofreció Fred Luskin, profesor de psicología positiva e inteligencia emocional en la Universidad de Stanford, sobre la felicidad. ¡Un tema apasionante! Será por eso que la sala estaba hasta los topes. Unas 300 personas esperaban ansiosas, lápiz y papel en mano, a que el Dr. Luskin les diera las claves para ser felices. ¿Pero hay recetas para eso? No lo creo. Y tampoco lo creía el profesor, que dio sólo algunas recomendaciones para poder vivir la vida de forma más positiva, o más bien recordatorios de las cosas más sencillas, las que todos sabemos pero se nos olvidan en la vorágine de nuestro día a día. Nada nuevo bajo el sol.
 
- No es importante poseer cosas. Bien, una reflexión que deberían hacerse muchos de los habitantes de Palo Alto, tan preocupados por conducir el mejor coche y llevar el traje mejor cortado. Si conduces un coche verde, disfrútalo, no desees el azul del vecino porque va a juego con tus ojos.
 
-  Las relaciones son lo más importante. Rodéate de gente que te haga sentir bien, y manda lejos de tu vida a aquellos que la intoxican. Una vez más, una obviedad, pero difícil de hacer cuando nos pueden las presiones sociales, el qué dirán. Yo trato de seguir esta regla a rajatabla hace unos cuantos años, y los resultados son espectaculares. Y al que no le guste, que no mire.   
 
- ¿Cómo hacer que nuestros hijos sean felices? No puede garantizarse, está claro, porque tienen su propia personalidad. Pero lo más importante es transmitirles los valores adecuados. Lo que vean en casa será lo que adptarán a su vida futura. Nuestras actitudes son fundamentales para su desarrollo social y emocional. Aquí se lleva lo de dar las gracias por los mejores momentos del día a la hora de la cena. Pero podemos adaptarlo y simplemente contarnos cómo nos ha ido la jornada y compartir nuestras preocupaciones con ellos, para que vean cuáles son las cosas a las que sus progenitores les dan más valor.
 
- ¿Cómo enfrentarse a los demás? ¿Desde el ellos o desde el nosotros? Por ejemplo, cuando entras en una sala con personas que no conoces, puedes tratar de verte con ellas como un nosotros en lugar de sentirte apartado y percibir una separación entre el yo y el ellos. Fue, a mi juicio, el punto más interesante y requeriría una explicación más extensa, pero será en otro momento, si gustáis.   
 
El doctor Luskin  nos propuso meditar y desearle lo mejor a las personas que más queremos. Yo tenía sueño y con lo de tener que cerrar los ojos me entró la modorra, pero he de admitir que fue fuerte sentir la energía de todo el auditorio transmitiendo buen rollo al mismo tiempo. Después, nos pidió que le contáramos a la persona que tuviéramos al lado lo que íbamos a hacer ese día para que alguien fuera un poco más feliz (os puede sonar a chiste, pero estas 'curiosidades' son habituales en las charlas que se dan por aquí). Mi compañero de asiento, al que no conocía absolutamente de nada, me dijo que iba a prepararle a sus suegra la cena de aquella noche. "Quizá no esté muy buena, pero voy a hacerla con cariño", añadió, un tanto avergonzado. Yo lo tuve que pensar unos segundos y le dije: Voy a sonreir a todas las personas que me encuentre por la calle.  "Me encanta -respondió- , deberían pagarte por ello".
 
He de decir que me parece cuanto menos curioso que alguien se atreva a dar una charla sobre la felicidad y crea que con unos cuantos consejos mil veces repetidos vaya a cambiar en 60 minutos la vida de las personas que le escuchan. Porque no puede ser que batiendo un par de huevos, añadiendo clavo y canela y un poco de miel podamos conseguir una pasta mágica que nos haga felices. Pero hay que intentarlo. Sé que estamos a mitad de semana, que los que trabajáis estáis cansados y los que no, pues quizá todavía más; sé que parece que todo se va a pique, que tenemos una clase política que apesta, que hay sufrimiento por todas partes. Y pensamos: ¿por qué me ha tocado esto a mí? o ¿por qué no puedo conseguir aquello? La vida es muy difícil a veces, y a veces es una auténtica mierda. Pero seguro que tenemos cosas -aunque sean mínimas- que nos hagan sonreir y seguir adelante. Ya lo decía Serrat, y sin tanta parafernalia: "Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así; disfrutarlo o que pase de largo depende en parte de ti".



 
 
Be happy!

 

lunes, 8 de octubre de 2012

La ciudad de los 'locos'


Alguien voló sobre el nido del cuco. ¿Quién no recuerda la película de Milos Forman basada en la novela de Ken Kesey? ¿Y el personaje de la enfermera Ratched, que le valió a Louise Fletcher un Oscar a la mejor actriz en 1975? A finales de los años 50, cuando Kesey estaba estudiando en la universidad, se ofreció voluntario para experimentos con drogas psicotrópicas que el gobierno estadounidense estaba llevando a cabo en Menlo Park (aquí mismito, al lado de mi casa). De esa experiencia nació la novela, que fomentó una nueva conciencia social sobre los derechos civiles de las personas que estaban internadas en hospitales psiquiátricos. En 1969, Ronald Reagan, en ese momento Gobernador de California, se basó en esa preocupación ciudadana para promover el Lanterman-Petris-Short Act, que entre otras cuestiones, prohibía la medicación forzosa y las estancias en estos centros sin una orden judicial. Las personas con problemas mentales sólo podían ser retenidas durante un máximo de 72 horas para estabilizarlas, en caso de que hubieran tenido un episodio de conducta violenta, intento de suicidio o demostrada incapacidad de cuidar de sí mismas.
 
 
 
 
 
 
La norma vació los centros psiquiátricos del Estado, que fueron poco a poco cerrando sus puertas. ¿Y qué pasó con toda esa gente? Quienes eran considerados un peligro para la sociedad ingresaron en prisión, y el resto se vió en la calle de un día para otro, generando una ola de sinhogarismo que continúa hoy en día. Efectivamente, las situaciones que se vivían en ese tipo de centros eran inadmisibles desde el punto de vista de los derechos humanos, pero la falta de recursos asociados a la desinstitucionalización de estas personas chocó con esos buenos propósitos. Según la National Alliance to End Homelessness, cerca de la mitad de las personas sin hogar en Estados Unidos tienen algún tipo de trastorno mental, y aproximadamente el 25% de la población homeless sufre enfermedades mentales graves, como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar. Es obvio que vivir en la calle no hace sino acrecentar sus problemas, por las grandes dificultades que ese entorno genera para poder seguir un tratamiento continuado.
 
 
Cualquiera que haya visitado San Francisco sabe de lo que estoy hablando. Decenas de personas sin hogar en cualquier parte de la ciudad. Como nunca antes había visto en otro lugar, tanto por la cantidad de gente en esta situación como por sus lamentables condiciones físicas y mentales. Esas personas que salieron de los hospitales en los que eran (mal)tratadas se encontraron en un espacio abierto con todos sus demonios y en muchos casos sin la consciencia de que necesitaban ayuda. Es demoledor montarse en un autobús en el que hay como mínimo tres personas hablando consigo mismas, emitiendo toda clase de sonidos extraños, gritos, risas que se tornan en llanto... no soy capaz de describir el desasosiego que produce su mirada perdida, sus pocas pertenencias amontonadas en unas cuantas bolsas de plástico, su absoluta soledad. Cada día.
 
 
En el año 2001, el estado de Nevada aprobó la ley Laura's Law -llamada así por el asesinato de la estudiante Laura Wilcox a manos de un hombre con graves trastornos mentales-, que permite a un juez obligar a una persona con una enfermedad mental grave a entrar en un tratamiento supervisado en el que deberá tomar la medicación que se le prescriba para su trastorno. Es una medida controvertida, pero para algunos parece una salida razonable en un momento en el que los recortes en salud mental son devastadores y el fenómeno del sinhogarismo crónico sigue siendo altísimo en el norte de California. Por el momento, sólo Nevada y Los Ángeles tienen la ley de Laura.
 
 
En el tiempo que llevo aquí nunca me he sentido amenazada por ninguna persona sin hogar. Me provocan sensaciones muy fuertes, creo que las más fuertes que he tenido. Sólo quiero saber quiénes son, qué necesitan, qué añoran. Nunca he sentido miedo por mí, si acaso por ellos. Por eso, si una ley como esta es la única salida por el momento, en ningún caso creo que deba aprobarse con la intención de proteger al resto de la sociedad de estas personas, sino para ofrecerles a ellas alguna esperanza, por muy mínima que sea, de tener una vida digna.   

domingo, 7 de octubre de 2012

Esencia de mujer



Hace unas semanas, el senador republicano Todd Akin afirmó que hay diferentes tipos de violación -la 'auténtica', que muy pocas veces genera un embarazo, y otras sin especificar)-, y que una mujer que haya sido violada tiene mecanismos para evitar un embarazo no deseado. El mismo senador, hace pocos días, dijo que se sentía confiado frente a su adversaria en la carrera por el senado porque había actuado de forma poco 'femenina' en sus últimas intervenciones.
 
En España, el presidente de los españoles en el exterior, Castelao Bragaño, mostró su talento para la poesía al afirmar que "las leyes son como las mujeres, están para violarlas". Cuatro días después, este genio del dicho español presentó su dimisión por motivos personales, que poco tenían que ver con su ocurrencia.
 
El ex presidente del gobierno José María Aznar decía aquello de "a mí me gusta que la mujer sea mujer, mujer", y el actual Ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, asegura que "la libertad de la maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres".
 
Me parece cuanto menos curioso que todos estos comentarios que se permiten hablar de la naturaleza de las mujeres y de sus deseos provengan exclusivamente de varones. Aunque no podemos olvidar otra curiosa intervención, la de la cantante Amaia Montero, afirmando que "a veces cuando las mujeres dicen 'no', solo quieren ver qué serías capaz de hacer por ellas». Es cierto, no podemos considerarla una líder de opinión, pero hay que señalar que tiene casi 290.000 seguidores en Twitter. No es broma.
 
Todos estos 'desafortunados 'comentarios han tenido una limitada respuesta social, al menos a mi juicio. Porque, ¿cómo podemos permitir que sea un hombre el que nos diga qué es lo que nos hace mujeres decentes o indecentes, o simplemente qué nos hace mujeres? ¿Cómo podemos permitir que los partidos políticos nos utilicen para justificar sus posiciones, bien como madres, como esposas, como víctimas o como putas?
 
Esta tarde hablaba con unas amigas que se dedican a la ciencia sobre sus vivencias en un entorno laboral en el que los hombres son la gran mayoría. Ambas me han mostrado su incomodidad por las situaciones que se ven obligadas a vivir en el trabajo, por bromas ofensivas, incómodas, desagradables, o por lo difícil qe resulta para ellas sentirse valoradas igual que el resto de sus compañeros varones.
 
Estamos en el siglo XXI, hartas y hartos de campañas, programas, charlas y talleres para promocionar la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. ¿Y realmente tenemos que vivir estas situaciones sin levantar la voz? ¿Y por qué no podemos enfadarnos? ¿Por qué tenemos que indignarnos cuando cualquier indeseable nos suelta improperios o nos toca el culo por la noche en un bar pero no podemos denunciarlo porque son 'tonterías' sin importancia? ¿Y por qué si lo hacemos sabemos que nos tacharán de histéricas, 'mal folladas', marimachos o amargadas?
 
Con este panorama, hay cosas que creo que hay que seguir remarcando, aun a riesgo de parecer pesada:
 
- Mujer no equivale a madre.
- Las mujeres en puestos de responsabilidad pueden estar en ellos por su valía y no por haberse acostado con alguien o por ser hijas de alguien.
- Mi cuerpo es mío y nadie tiene el poder de decirme lo que tengo que hacer con él en ningún aspecto.
- Nosotras parimos, nosotras decidimos.
- Cuando una mujer dice no, igual que cuando un hombre dice no, siempre significa no.
 
Son puntos obvios y puede parecer algo superfluo recordarlos, pero viendo cómo está el patio, creo que  no está de más.  
 
 
¡Feliz lunes!
 
 
 

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