lunes, 8 de octubre de 2012

La ciudad de los 'locos'


Alguien voló sobre el nido del cuco. ¿Quién no recuerda la película de Milos Forman basada en la novela de Ken Kesey? ¿Y el personaje de la enfermera Ratched, que le valió a Louise Fletcher un Oscar a la mejor actriz en 1975? A finales de los años 50, cuando Kesey estaba estudiando en la universidad, se ofreció voluntario para experimentos con drogas psicotrópicas que el gobierno estadounidense estaba llevando a cabo en Menlo Park (aquí mismito, al lado de mi casa). De esa experiencia nació la novela, que fomentó una nueva conciencia social sobre los derechos civiles de las personas que estaban internadas en hospitales psiquiátricos. En 1969, Ronald Reagan, en ese momento Gobernador de California, se basó en esa preocupación ciudadana para promover el Lanterman-Petris-Short Act, que entre otras cuestiones, prohibía la medicación forzosa y las estancias en estos centros sin una orden judicial. Las personas con problemas mentales sólo podían ser retenidas durante un máximo de 72 horas para estabilizarlas, en caso de que hubieran tenido un episodio de conducta violenta, intento de suicidio o demostrada incapacidad de cuidar de sí mismas.
 
 
 
 
 
 
La norma vació los centros psiquiátricos del Estado, que fueron poco a poco cerrando sus puertas. ¿Y qué pasó con toda esa gente? Quienes eran considerados un peligro para la sociedad ingresaron en prisión, y el resto se vió en la calle de un día para otro, generando una ola de sinhogarismo que continúa hoy en día. Efectivamente, las situaciones que se vivían en ese tipo de centros eran inadmisibles desde el punto de vista de los derechos humanos, pero la falta de recursos asociados a la desinstitucionalización de estas personas chocó con esos buenos propósitos. Según la National Alliance to End Homelessness, cerca de la mitad de las personas sin hogar en Estados Unidos tienen algún tipo de trastorno mental, y aproximadamente el 25% de la población homeless sufre enfermedades mentales graves, como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar. Es obvio que vivir en la calle no hace sino acrecentar sus problemas, por las grandes dificultades que ese entorno genera para poder seguir un tratamiento continuado.
 
 
Cualquiera que haya visitado San Francisco sabe de lo que estoy hablando. Decenas de personas sin hogar en cualquier parte de la ciudad. Como nunca antes había visto en otro lugar, tanto por la cantidad de gente en esta situación como por sus lamentables condiciones físicas y mentales. Esas personas que salieron de los hospitales en los que eran (mal)tratadas se encontraron en un espacio abierto con todos sus demonios y en muchos casos sin la consciencia de que necesitaban ayuda. Es demoledor montarse en un autobús en el que hay como mínimo tres personas hablando consigo mismas, emitiendo toda clase de sonidos extraños, gritos, risas que se tornan en llanto... no soy capaz de describir el desasosiego que produce su mirada perdida, sus pocas pertenencias amontonadas en unas cuantas bolsas de plástico, su absoluta soledad. Cada día.
 
 
En el año 2001, el estado de Nevada aprobó la ley Laura's Law -llamada así por el asesinato de la estudiante Laura Wilcox a manos de un hombre con graves trastornos mentales-, que permite a un juez obligar a una persona con una enfermedad mental grave a entrar en un tratamiento supervisado en el que deberá tomar la medicación que se le prescriba para su trastorno. Es una medida controvertida, pero para algunos parece una salida razonable en un momento en el que los recortes en salud mental son devastadores y el fenómeno del sinhogarismo crónico sigue siendo altísimo en el norte de California. Por el momento, sólo Nevada y Los Ángeles tienen la ley de Laura.
 
 
En el tiempo que llevo aquí nunca me he sentido amenazada por ninguna persona sin hogar. Me provocan sensaciones muy fuertes, creo que las más fuertes que he tenido. Sólo quiero saber quiénes son, qué necesitan, qué añoran. Nunca he sentido miedo por mí, si acaso por ellos. Por eso, si una ley como esta es la única salida por el momento, en ningún caso creo que deba aprobarse con la intención de proteger al resto de la sociedad de estas personas, sino para ofrecerles a ellas alguna esperanza, por muy mínima que sea, de tener una vida digna.   

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