jueves, 11 de octubre de 2012

Las cosas bonitas



Ya hace dos meses que estoy aquí. Dos meses en los que han pasado tantas cosas que parecen años. En estas Daily Tales he tratado de contaros las que más me han sorprendido, pero siempre pienso que me dejo en el camino el relato de esas pequeñas cosas buenas, que pueden no ser tan llamativas, pero que también las hay. Así que, con vuestro permiso, hoy quiero centrarme en todo lo bueno que la Universidad de Stanford me está dando.




- La Margarita. En realidad su nombre es Marguerite Shuttle, pero me parece más tierno llamar así a este autobús que recorre el campus durante todo el día y de forma gratuita. 17 líneas y 175 paradas distintas a lo largo de Stanford y también en zonas adyacentes. Cada mañana me monto en la Margarita para ir a mis clases, a tomar un café, a un evento o al supermercado. Lo que más me gusta (además de que es gratuito, por supuesto), es que los conductores colocan un cartel con su nombre en la parte delantera del autobús cuando empiezan el servicio. Y la verdad, es muy agradable saber que quien te está llevando es Joe, o Donna, o Chen, y poder decirle: "Hey, Joe! ¡no te cortes y acelera!" o cosas por el estilo. Pero lo mejor, sin duda, es lo de los saludos. Cuando te bajas del autobús, el conductor te saluda agitando la mano por el espejo retrovisor, y te desea un buen día. Tú, igual que el resto de pasajeros, le das las gracias por el viaje. Todo buen rollo. Incluso la propia Margarita te desea que tu día sea genial desde su letrero informativo, para alegrarte la jornada incluso si eres un simple peatón.
 
 
- Las facilidades. Gracias a mi carnet de estudiante 'de cortesía', aunque no soy una estudiante 'real' de la universidad, puedo ir al gimnasio, a mis clases de yoga, de meditación y de alemán, sin pagar un duro. Hay mucha más oferta, y no descarto empezar a aprender chino el próximo semestre, pero como suele decirme un hombre muy sabio: "Quien mucho abarca poco aprieta", así que por ahora me basta y me sobra.
 
 
 


 
 
- BeWell. Habrá quien no me crea, pero os prometo que es verdad. En Stanford tienen mucho interés en que te cuides, así que hay un programa de seguimiento de tu estado físico, en el que te hacen varias pruebas (colesterol, glucosa, tensión, masa corporal,...) y en base a los resultados te plantean un plan y te facilitan medios para llevarlo a cabo, como tablas de ejercicios, cursos de nutrición, bienestar, etc. Y lo alucinante no es que por todo esto no te cobren, sino que te pagan. Sólo por participar. Entre 240 y 480 dólares. Yo ya estoy esperando mi primer sueldo. Y por si tenéis curiosidad, parece que estoy en plena forma (obviamente, hablo de salud física, la mental no la miran).
 
 
- También me encantan los cafés mañaneros con leche de soja, los camareros de las cafeterías -que son todos hipanos y hablan conmigo en una mezcla de inglés y castellano muy divertida-, los banquitos en los que la gente se sienta para leer, comer, escribir... las flores que crecen por doquier y que hoy, después de disfrutar de las primeras gotas de lluvia en dos meses, huelen todavía mejor. Ya me gustan incluso las ardillas, tanto las marrones como las de color negro (ardillas mutantes), a las que echo de menos si no las veo correteando a mi lado o si no me tiran cáscaras de avellana a la cabeza desde lo alto de los árboles.  
 
 
Es un mundo que no conocía, tan diferente a lo que fue para mí la universidad que me ha costado adptarme a ello. Pero una vez he aprendido a moverme por los lugares que me interesan sin perderme (al menos no cada día), a veces me entran ganas de volver a mis 'años mozos' para poder saber por un momento lo que significa la vida de estudiante en Stanford. Como la que llevan esos chavales jovencísimos con los que me cruzo cada día, montados en sus bicis, haciendo deporte, haciendo no-sé-lo-qué en esas hermandades con nombres de letras griegas, y con unas oportunidades académicas con las que yo no he podido soñar en la vida.
 
 
Bien, son unos privilegiados. Pero no nos engañemos. Esta es una universidad privada y exclusiva. Las carreras cuestan unos 50.000 dólares al año, y un MBA puede pasar de los $100.000. No olvidemos que la mayoría de chicas y chicos en Estados Unidos, igual que una servidora, no pueden permitirse estudiar aquí. Por eso es tan importante apoyar a las universidades públicas, que son las de todas y todos (perdón, me he puesto un poco 'Ibarretxe'). Es cierto que lo de la chaqueta del equipo de fútbol americano me da envidia, igual que el grupo de debate. Demasiadas películas de sábado por la tarde. Pero una tiene que ser consecuente con sus ideas. Y si lo miras bien, a pesar de todo lo que nos están machacando, nuestras unis públicas tienen su charme. ¿Cuándo se ha visto una mani por los recortes en Stanford? Pues eso, ellos a lo suyo y nosotros a lo nuestro, a seguir luchando.  
 
 
 

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