Si puedes.
Soy lo que se suele llamar una 'fumadora social'. No soporto fumar a la vez que camino, y un cigarro antes de media mañana me provoca náuseas. También cuando tengo el estómago vacío. Me gusta encenderme un pitillo para acompañar a un vinito o una cerveza fresquita. Disfrutarlo lentamente mientras leo, escribo, pienso en mil cosas o, sobre todo, charlo con mi gente. Creo que fumar puede ser un placer si se hace con moderación, como casi todo en la vida.
El tema del tabaco era una de mis mayores intrigas al llegar aquí después de muchos años sin pisar los Estados Unidos. El fundamentalismo y la demonización de los fumadores me preocupaban, sobre todo por lo que implican de recortes de las libertades individuales. 45,8 millones de personas consumen tabaco en Estados Unidos, lo que equivale a un 19,35 de la población total. En California son menos, el 12,1%. No en vano, fue este estado el que inició la guerra contra la nicotina. Sabía que me lo pondrían difícil, y así ha sido.
Lo primero fue el piso. Cuando empecé a buscar apartamentos por internet vía Craigslist, me quedé estupefacta con la cantidad de anuncios que pedían inquilinos no fumadores. Al principio no me resignaba y descartaba directamente los apartamentos non smoking, pero cuando asumí que casi no me quedaban opciones tuve que rendirme y aceptar que, en el tiempo que esté en esta ciudad, nunca podré fumar dentro de casa. Pero tampoco puedo hacerlo en las terrazas de bares y restaurantes, en las colas para el cine o el teatro, o en la parada del autobús.
¿Y cómo se lleva esto? Pues la mayoría de veces, fumadores y no fumadores pueden convivir, aunque en espacios separados. Es especialmente difícil en Stanford, donde las zonas habilitadas para fumar son escasísimas y a menudo hay que aguantar caras de desprecio aunque te enciendas tu pitillo en el lugar permitido. Son muy pocos los y las jóvenes que fuman por aquí. En la calle, la gente tiende a apartarse cuando pasan por tu lado si tienes un cigarro encendido, y eres tú misma la que lo esconde si hay cerca niños o personas mayores.
Uno de mis mayores logros en estos casi dos meses ha sido descubrir los lugares donde el tabaco puede ser una parte más dentro del tiempo de ocio, o lo que es lo mismo, bares en los que se puede fumar. Por supuesto, no dentro del bar, pero sí en patios o terrazas interiores que, aunque no siempre cumplan con la normativa, permiten nuestro 'vicio' sin perjuicio de quien no lo tolera. Y puede ser producto de mi romanticismo, pero resulta que son los lugares más divertidos, acogedores, con amistades y conversaciones que superan las barreras de clase y color. Porque en estos bares no sólo están los que 'ganan dinero' (de hecho, casi no están), también hay gente trabajadora, estudiantes, jubilados... un ramillete interesante de personalidades, que cada día te cuentan alguna historia nueva o se interesan por tus aventuras en la ciudad.
Un fenómeno que me ha resultado interesante con respecto al tema del tabaco es el de pagar por un cigarro. Hay que decir que California tiene una de las tasas impositivas más bajas para el tabaco, por lo que el precio de un paquete es similar al que tiene en España. Aquí no se estila el gorroneo, o se estila pero con más 'clase'. Sí, también hay gente que te pide un cigarro por la calle, pero siempre te lo quiere pagar. Te enseñan el dinero, que varía bastante desde quien te ofrece 25 centavos al que muestra dos billetes de dólar. Por supuesto, hasta ahora siempre he regalado el cigarro, porque se me hace extraño lo de aceptar dinero de desconocidos. Teniendo en cuenta toda la gente que me pedía tabaco en Donosti, si les hubiera cobrado ahora tendría un patrimonio nada desdeñable. A eso se le llama por aquí falta de visión capitalista, sí señor.
Y al final, tanta prohibición no ha conseguido que fume menos de lo que lo hacía por mi tierra. Si acaso, que fume con menos gusto, más incómoda. Pero así no lo van a conseguir conmigo. Las agresivas campañas de los americanos contra determinadas cosas me sugieren tan solo hipocresía. Ayer era el tabaco, hoy los refrescos de tamaño gigante y mañana será el agua del grifo. Lo único que me consuela es que tuve la suerte de alquilar una de las pocas casas de la ciudad con un banquito en la entrada. En él me siento con una cervecita y me enciendo un cigarro de esos que se disfrutan como pocas cosas. Eso sí, la cerveza escondida en la cantimplora, no vaya a ser que me detengan por beber en la vía pública.
El tema del tabaco era una de mis mayores intrigas al llegar aquí después de muchos años sin pisar los Estados Unidos. El fundamentalismo y la demonización de los fumadores me preocupaban, sobre todo por lo que implican de recortes de las libertades individuales. 45,8 millones de personas consumen tabaco en Estados Unidos, lo que equivale a un 19,35 de la población total. En California son menos, el 12,1%. No en vano, fue este estado el que inició la guerra contra la nicotina. Sabía que me lo pondrían difícil, y así ha sido.
Lo primero fue el piso. Cuando empecé a buscar apartamentos por internet vía Craigslist, me quedé estupefacta con la cantidad de anuncios que pedían inquilinos no fumadores. Al principio no me resignaba y descartaba directamente los apartamentos non smoking, pero cuando asumí que casi no me quedaban opciones tuve que rendirme y aceptar que, en el tiempo que esté en esta ciudad, nunca podré fumar dentro de casa. Pero tampoco puedo hacerlo en las terrazas de bares y restaurantes, en las colas para el cine o el teatro, o en la parada del autobús.
¿Y cómo se lleva esto? Pues la mayoría de veces, fumadores y no fumadores pueden convivir, aunque en espacios separados. Es especialmente difícil en Stanford, donde las zonas habilitadas para fumar son escasísimas y a menudo hay que aguantar caras de desprecio aunque te enciendas tu pitillo en el lugar permitido. Son muy pocos los y las jóvenes que fuman por aquí. En la calle, la gente tiende a apartarse cuando pasan por tu lado si tienes un cigarro encendido, y eres tú misma la que lo esconde si hay cerca niños o personas mayores.
Uno de mis mayores logros en estos casi dos meses ha sido descubrir los lugares donde el tabaco puede ser una parte más dentro del tiempo de ocio, o lo que es lo mismo, bares en los que se puede fumar. Por supuesto, no dentro del bar, pero sí en patios o terrazas interiores que, aunque no siempre cumplan con la normativa, permiten nuestro 'vicio' sin perjuicio de quien no lo tolera. Y puede ser producto de mi romanticismo, pero resulta que son los lugares más divertidos, acogedores, con amistades y conversaciones que superan las barreras de clase y color. Porque en estos bares no sólo están los que 'ganan dinero' (de hecho, casi no están), también hay gente trabajadora, estudiantes, jubilados... un ramillete interesante de personalidades, que cada día te cuentan alguna historia nueva o se interesan por tus aventuras en la ciudad.
Un fenómeno que me ha resultado interesante con respecto al tema del tabaco es el de pagar por un cigarro. Hay que decir que California tiene una de las tasas impositivas más bajas para el tabaco, por lo que el precio de un paquete es similar al que tiene en España. Aquí no se estila el gorroneo, o se estila pero con más 'clase'. Sí, también hay gente que te pide un cigarro por la calle, pero siempre te lo quiere pagar. Te enseñan el dinero, que varía bastante desde quien te ofrece 25 centavos al que muestra dos billetes de dólar. Por supuesto, hasta ahora siempre he regalado el cigarro, porque se me hace extraño lo de aceptar dinero de desconocidos. Teniendo en cuenta toda la gente que me pedía tabaco en Donosti, si les hubiera cobrado ahora tendría un patrimonio nada desdeñable. A eso se le llama por aquí falta de visión capitalista, sí señor.
Y al final, tanta prohibición no ha conseguido que fume menos de lo que lo hacía por mi tierra. Si acaso, que fume con menos gusto, más incómoda. Pero así no lo van a conseguir conmigo. Las agresivas campañas de los americanos contra determinadas cosas me sugieren tan solo hipocresía. Ayer era el tabaco, hoy los refrescos de tamaño gigante y mañana será el agua del grifo. Lo único que me consuela es que tuve la suerte de alquilar una de las pocas casas de la ciudad con un banquito en la entrada. En él me siento con una cervecita y me enciendo un cigarro de esos que se disfrutan como pocas cosas. Eso sí, la cerveza escondida en la cantimplora, no vaya a ser que me detengan por beber en la vía pública.
Ese banquito será tu "lugar sagrado". Acabarás incorporándolo a tus recuerdos para el futuro.
ResponderEliminarFuma, fuma, que la vida es breve y hay que disfrutarla. Porque al final, todos dejamos de fumar.
Un abrazo desde Donosti!!!
Cecilia
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/
Mi artículo de hoy viene al pelo.