Me siento sucia. Han sido meses de fuerte lucha interior, pero al final he sucumbido. Me he comprado un iPhone. Ya soy una más en esta ciudad de fanáticos de la manzana. Ha sido esta mañana, hace ya unas cuantas horas, pero todavía estoy temblando. ¿Y realmente lo necesitaba? Por supuesto que no. Nunca he tenido un teléfono con internet, y he vivido de lo más tranquila. Cuando llegué a California, sin embargo, tenía la idea de que me vendría bien comprarlo para poder hablar con mi gente de forma más cómoda (no nos olvidemos de que tengo nueve horas de diferencia horaria con la familia, y los tiempos para hablar no siempre concuerdan). Pero entonces no tenía casa (y lo que me iba a costar encontrar una...), así que imposible tener un móvil con contrato. Me compré una especie de teléfono de plástico, que por no tener no tenía ni cámara. Perfecto. Lo justo y necesario para estar localizable. Pero resulta que en Estados Unidos las compañías te cobran por hacer llamadas pero también por recibirlas, y lo mismo con los mensajes. Así que ese ridículo aparato se convirtió en una especie de teléfono rojo, que sólo podría utilizar en caso de emergencia.
Y un día lo perdí. Aprendí a vivir como hace unos años, y comprobé que se puede. Creedme. Basta con que te acuerdes de ponerte un reloj cada día para no sentirte completamente fuera del mundo. Incluso llegué a tomármelo como un elemento distintivo en este lugar en el que la gente parece tener el teléfono pegado a la palma de su mano. Y en los trayectos de autobús, disfrutaba del paisaje. Y no me tropezaba cuando caminaba por la calle. Estaba feliz y liberada, aunque sabía que si me ocurría algo tendría que hacer señales de humo o tocar el tam tam.
Fue cuando empecé a trabajar como voluntaria en el festival de cine cuando ví que no todo era perfecto. Nos pidieron nuestros números de teléfono para tenernos localizados en nuestro turno, y claro, yo dejé el espacio en blanco. ¿Y teléfono de contacto, de casa, para cualquier cosa? Pues va a serr que no. Si los voluntarios necesitábamos algo también teníamos que contactar con las responsables vía telefónica (ahí fue cuando pensé en el tam tam). Empecé a plantearme seriamente lo de hacerme con un teléfono, pero uno con el que no tuviera que pagar por las llamadas recibidas. Y ahí estaba él. Esperándome confiado. Sabía que no podría pasar mucho tiempo aquí sin acabar tirándome a sus brazos. He aguantado cerca de tres meses. Pero tengo que admitir que ha podido conmigo.
![]() |
| La imagen de la vergüenza |
Y cuando lo he visto... es tan bonito... Incluso la caja en la que venía, con esos cascos blancos, y el cargador, y el cable USB... Me ha hecho sentir poderosa. De repente, puedo hablar por teléfono, y no sólo eso. También puedo descargar miles de aplicaciones a cada cual más absurda. ¡Pero es todo tan fácil de hacer! Hace unos días leí que una medium decía que Steve Jobs está pasándolo muy mal después de su muerte. Normal, porque le corroe la conciencia. Se ha hecho de oro vendiéndonos un aparato que no sabemos controlar pero que nos parece que somos capaces de dominar sólo con un click. Y puedo tener el Facebook, y puedo bajarme el Spotify, y puedo saber el tiempo que hará mañana en Tegucigalpa... vale, no puedo cambiar la batería, ¿pero qué importa? Estoy en el reino de Apple, y he dado un paso más hacia ellos. Sigo manteniendo con absoluta fidelidad el mp3 de Sony con mi nombre grabado en la parte trasera (maravilloso regalo del hombre sabio), pero nunca se sabe. Sólo os pido una cosa. Sed mis amigos y, si me queréis de verdad, evitadlo, no dejéis que me convierta.

Pues nada Ane, no sé cómo, pero lo intentaremos.
ResponderEliminar