Yo no sé cómo lo hago, pero siempre la lío parda (como la pobre socorrista tóxica). Ahí estaba yo, en el cocktail de apertura del festival, con mi copa de vino y comiendo aperitivos. Y la gente me preguntaba: "¿Eres directora de cine?", y yo, pues no, yo soy voluntaria, pero hoy no estoy 'de servicio'. Os prometo que, en la reunión que hubo para todo el voluntariado una semana antes de que empezara el festival UNAFF, entendí que estábamos invitados también a las fiestas. Pero era la inauguración y ni rastro de más voluntarios... Y resulta que un fotógrafo la tomó conmigo, y ya me estaba viendo en los titulares de todos los periódicos de la zona al día siguiente: "La orgullosa directora del UNAFF celebra el 15 aniversario de su festival", y yo en la foto, tratando de comerme con estilo y elegancia un rollito de jamón con salsa pesto. Estoy algo asustada. ¿Y si me detienen? "Disculpe señorita, pero a usted no le corresponde comer las tapas, sino servirlas". En fin.
Al día siguiente llegó mi primer día de trabajo como voluntaria.
Me notaba nerviosa, pero todo se me pasó de golpe al llegar, cuando vi que estaba sola.
Ninguna de las otras cuatro voluntarias ni la persona encargada de coordinarnos
estaban allí. Y empezaba a venir gente. Así que con las manos en la masa desde
el primer minuto. La verdad, modestia aparte, es que lo dí todo... entradas, pases para los
invitados, hojas de encuestas, sonrisas. Todo salió bien, ningún incidente. Pero la
organización tiene fallos notables. Me acordaba mucho del Jazzaldia y su
puntualidad británica, o del Festival de Cine y Derechos Humanos, más joven y
'humilde', pero con una organización impecable. Aquí a veces parece más
importante que haya comida gratis en la sala a que la sesión empiece
a la hora programada. Eso sí, la gente está encantadísima; especialmente las
personas mayores, que este año no pagan entrada y tienen palomitas gratis.
Una excusa para
salir de casa y compartir un rato en comunidad (eso que tanto les gusta por
aquí).
En medio de mi
turno, resulta que el chismorreo era la visita de la actriz Daryl Hannah,
productora ejecutiva de un documental sobre la oposición de las empresas
petrolíferas a aceptar la existencia del cambio climático. Y estalló el gozo
entre los asistentes. Bueno, solo entre los mayores. Algunas chicas que eran
voluntarias, más jóvenes que yo, no tenían ni la más remota de quién era esa
señora.
- ¿1,2,3…Splash? ¿No la habéis visto?
- Pues no...
-¿Kill Bill?¿La del parche?
- Ah, sí, me suena...
Me sentí viejuna.
La actriz llegó de forma discreta (nada de photocall), se sentó entre la gente y salió al escenario al final de la película
para responder a las preguntas del público. Entre ellas, la del científico, que
es un experto en plantear las cuestiones fundamentales: "¿Qué derecho tenemos
nosotros (los países desarrollados) a
pedir a los países no desarrollados que reduzcan su consumo de combustibles
fósiles por haber hecho nosotros un uso excesivo de ese recurso?”. Hannah respondió
como pudo, haciendo referencia a que los países árabes son como los camellos del petróleo y nosotros los yonkis de la gasolina. Cuando menos original. Después, una vez más con total discreción, peo siempre amable y educada,
abandonó el recinto.
Sin embargo. lo más sorprendente de la noche para mí no fue la presencia de una actriz famosa, sino la de una señora mayor. En las primeras
horas de la tarde, antes de que las películas empezaran, la mujer
deambulaba por la entrada. Nadie parecía interesado en hacerle caso, pero es conocida mi debilidad
por las personas mayores, así que fuí a preguntarle si necesitaba algo. Era una
mujer asiática (de nombre Betty), con un inglés no demasiado bueno, que mezclado con el mío
resultaba en un mix interesante. Me dijo que había quedado con el alcalde de Palo Alto (el 'señor Yeh',
del que os hablaba en el post anterior). Me quedé sorprendida pero le indiqué que se sentara en la sala, que en cuanto el alcalde llegara, le haría saber donde estaba. Antes de acceder a tomar asiento, me enseñó un libro con sus memorias y un artículo sobre ella que se había publicado en el periódico de San José. Tengo que confesar que tuve alguna pequeña duda. Pero viendo las caras de mis compañeras, que la miraban como si se hubiera escapado del frenopático, no dudé en cuidarla de forma especial. ¿Qué más daba si decía la verdad o sólo fantaseaba? El tema del festival es la dignidad humana, y lo primero es predicar con el ejemplo. Porque no cuesta nada.
Pues bien, cerca de media hora después de la hora a la que Betty me había dicho que tenía la cita, el alcalde apareció en el cine, apresurado. Se acercó al mostrador, y antes de que pudiera articular palabra, le dije: ¿Busca a Betty, verdad?. Me miró, algo sorprendido, y me respondió afirmativamente. "Sí, ¿la has visto? Llego bastante tarde pero estaba tratando de aparcar cerca". Le indiqué el pasillo y la fila exacta en la que ella estaba, con las perfectas indicaciones que Betty me había hecho aprender. Después de darme las gracias, me preguntó si podía comprar una entrada. ¡Ostras! Balbuceé algo indescifrable y le cambió la cara. "¡Oh! ¿Están agotadas?", no, no, todavía quedan. "¡Ah! Menos mal. ¿Y cuánto cuesta una entrada?", ummmmh... pues son 10 dólares, pero la entrada es gratuita para estudiantes, jubilados, y creo que también para los alcaldes. Se rió y me ofreció el billete: "No te preocupes, yo tampoco sé si los alcaldes pagan, pero sea así o no, acepta estos 10 dólares como donación para el festival". Y así se fue al encuentró de Betty. Al finalizar la película, la mujer vino a verme para darme las gracias por haberle dado las indicaciones correctas al alcalde. Él también volvió, y me pidió un programa del festival. Le dije que se lo daba porque estaba segura de que los programas eran gratuitos para todos los asistentes. Se rió de nuevo, y antes de marcharse me dio las gracias por estar dedicando parte de mi tiempo al UNAFF de forma altruista.
La vida es curiosa, y yo debo de tener una habilidad especial para toparme con los alcaldes. Recuerdo cuando, hace ya algunos años, trabajando yo en un festival, un alcalde vino a por una camiseta. Después de probársela delante de todos los presentes, me preguntó cuánto costaba, y yo le dije el precio. Atónito, tardó un poco en sacar el dinero de su bolsillo, y cuando iba a dármelo, una muy querida compañera mía le detuvo: "¿Pero cómo vamos a cobrarte? Si eres el alcalde". No sé por qué, pero tengo la impresión de que a aquél representante de la ciudad no le gustó demasiado que le tratara como a uno más. De hecho, un año despues, en un encuentro casual, me dijo que se acordaba de mi cara: "Yo te robé una camiseta hace algún tiempo". En fin, dos alcaldes, dos reacciones. Os dije que sería difícil, pero a este paso Yiaway Yeh se va a hacer un huequecito en mi corazón. Ahora sólo falta que nos baje el alquiler.
me gusta auqnue no tengais camisetas que ofrecer!
ResponderEliminarPero yo ya tengo la mía... ;)
EliminarHarrituta!!!!
ResponderEliminarAyer entre en tu Blog, por complicidad de tu madre, y la verdad que los artículos que he leído me han engachado. Vaya Prima o Sobrina que nos ha salido. Ya tienes otro follower. No sé muy bien porque has ido pero me parece una experiencia genial, aunque no para mí. Me da que has salido a tu madre, porque a los Flórez...
Por cierto, ya he pasado tu Blog a mis hermanos.
Un abrazo fuerte.
Luma
Milesker!!!! Pues sí, por aquí ando, haciendo las Américas, a ver si 'me encuentro'. Y mientras, dedicándole mucho tiempo al blog, que es la mejor manera de teneros a todos más cerca.
EliminarBesarkada bat!!!
Ane