viernes, 30 de noviembre de 2012

Aprender para ser



He llegado corriendo y con la lengua fuera, como de costumbre. Pero en mi caso es lo mejor para este tipo de situaciones, porque así no tengo tiempo de ponerme nerviosa. En la sala de espera, otra chica, que me ha empezado a hablar de inmediato. Es coreana -hay mucha gente de Corea por aquí-, y también es una 'spouse'. Nos hemos reido un rato hablando de nuestra situación y compartiendo las frustraciones que a veces conlleva. Ella, como muchas otras parejas de post-docs, ha decidido quedarse embarazada. Y en ello está, según me ha dicho. Es un buen momento para hacerlo si se tienen unos mínimos ingresos, porque al volver al propio país la mayoría volverá a trabajar al ritmo habitual, así que el parón que ofrece nuestro estatus permite vivir el embarazo y los primeros meses de maternidad con menos presión. Además, los hijos e hijas nacidas en este país conseguirán la nacionalidad estadounidense, y eso nunca viene mal. Mientras lo comentábamos, he estado a punto de decirle que si se compra una casa cara en España también puede ser ciudadana allí. Pero me lo he callado; demasiado absurdo como para que otros lo comprendan.
 
 
Lo curioso ha sido que las dos habíamos pedido la beca para el mismo curso -la verdad es que soy gafe para estas cuestiones-. Pero, en vez de inquietarnos por ello, con el buen rollo que se ha creado entre nosotras, nos hemos deseado sinceramente lo mejor. Y ha llegado mi turno.
 
 
En la sala -un espacio acogedor repleto de estanterías con libros, varias butacas y hasta una chimenea-, cinco mujeres me estaban esperando. Lejos de intimidarme, sus miradas amigables me han hecho sentir cómoda. Al fin y al cabo, ellas pasaron por lo mismo que yo cuando llegaron a Stanford hace años, acompañando a sus parejas en su carrera profesional. Hemos estado charlando durante un buen rato. Estoy convencida de que la ilusión se transmite, y ellas han visto las ganas que tengo de realizarme como persona y como profesional. Les he hablado de mi idea de combinar la escritura con el dibujo, y del curso que quiero hacer para conseguirlo. Les ha encantado.
 
 
Pero su posición es difícil. Tienen un presupuesto limitado y medio centenar de personas (la mayoría mujeres), que les han pedido ayuda para poder llevar a cabo sus proyectos. Por eso, cuando me han planteado si lo que yo quería realmente era estudiar dibujo o estudiar en Stanford, no lo he dudado. Es verdad que sería una ilusión poder hacer un curso en una universidad como ésta, a la que ni en mis mejores sueños podría acceder de otra forma. Pero lo más importante para mí es aprender, y eso puedo hacerlo también en otros lugares con unos precios más razonables. Por eso les he dicho que prefiero que muchas de nosotras consigamos becas de menor cuantía económica a que sólo unas pocas tengamos la oportunidad de estudiar en Stanford. Y sorprendentemente, se han quedado ojipláticas. Porque la solidaridad no es una de las virtudes más presentes en esta sociedad. Las cinco mujeres me han dado las gracias por mis palabras y me han dejado claro que, para ellas, es muy importante escuchar a alguien hablar así.
 
 
¿Y cómo podría ser de otra manera? Quiero decir, que si se tratara de becas de investigación de la que dependieran nuestras carreras, entendería la competitividad, a pesar de que no sea mi estilo. Pero de lo que hablamos aquí es de sentirnos autosuficientes, de mantener nuestra propia identidad fuera de la condición de 'mujer de'. Se trata de ser personas. ¿Cómo dejar de lado mi pensamiento feminista, de sororidad, en una cuestión tan básica? Ocurra lo que ocurra, me siento bien conmigo misma. Tengo la satisfacción del trabajo bien hecho. Sé que he luchado por mis ilusiones sin perder de vista lo que me han enseñado, lo que he aprendido, lo fundamental: mis valores.
 
 

jueves, 29 de noviembre de 2012

La aventura de arriesgar



Me siento feliz. Todavía no hace cuatro meses que estoy aquí, pero parece que ya me he hecho un hueco. Cuando llegué, mirando este 'nuevo mundo' con ojos escépticos, pensé que sería muy difícil. Y nadie dijo que fuera sencillo. Cada día es un nuevo reto. Levantarme temprano y llevar una vida productiva, a pesar de no tener un puesto de trabajo al que ir. Pero me he esforzado mucho, y como bien dice el hombre sabio, si siembras, recogerás.


Ahora estoy viendo los primeros frutos, y la verdad es que todo sabe mucho mejor cuando llega gracias al tesón. Puedo decir que tengo buenas amistades, un entorno amable y acogedor y varias puertas que se abren frente a mí. Cuando veo alguno de los muchos reportajes dedicados a la gente joven que sale de su país para buscar algo mejor, en un momento en el que las cosas están especialmente oscuras, me gustaría gritarles que se puede. Sólo hay que apretarse el cinturón, tener paciencia, no desesperarse y trabajar duro por encontrar un espacio propio. ¡Y claro que se echa todo de menos! Pero cuando me asalta la nostalgia, me obligo a pensar que será todavía mejor el reencuentro con la propia tierra después de tanto tiempo de añoranza.
 
 
No están las cosas como para ponerse 'estupendos'. Esto es lo que hay y así hay que tomarlo. Obviamente, las cosas también pueden salirnos mal. Pero nunca me habría perdonado el no haberlo intentado. Nuestros países, esos que se tambalean, están llenos de gente brillante que sólo necesita una oportunidad. Y si quienes tienen que dárnosla no lo hacen, por qué no intentarlo en otra parte? No les debemos nada. Pero sí nos lo debemos a nosotros mismos. No me resigno a que la desesperanza pueda con nosotros.
 
 
Escribo este post ilusionada por las cosas que están por venir, pero también pensando en personas queridas que están viviendo momentos de incertidumbre. A veces cuesta ver el lado positivo de las decisiones tomadas. Pero todo es aprendizaje, es experiencia. Y estoy convencida de que, con la actitud adecuada, lo bueno llegará.
 
 
Nuestra casa, nuestra gente, nos espera. Y siquiera sólo por el orgullo que sienten por lo que estamos haciendo, todo esto merece la pena. Nuestros abuelos ya lo hicieron, con una pequeña maleta y cuatro duros en el bolsillo. Y sin saber idiomas. Si a veces nos cuesta por nosotros, hagámoslo al menos por ellos. Por honrar su memoria.
 
 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Bertsolari en Stanford



Bertsolari es un documental dirigido por Asier Altuna que trata de acercarnos a esta tradición del País Vasco que consiste -grosso modo- en cantar versos improvisados a partir de un tema propuesto y ante una audiencia. Todo pasa en un momento. No hay casi tiempo para pensar. La inspiración, que suele llegar trabajando, en este caso llega en el mismo instante en el que la obra se muestra ante el público. Es lo complicado y lo bonito de la bertsolaritza: lo perecedero, la magia que no se repetirá.
En el viaje que propone Altuna nos acompañan los mejores bertsolaris de distintas épocas: Andoni Egaña, Maialen Lujanbio, Jon Sarasua,... y también personas expertas en lengua y tradición oral. Curiosamente, el viaje nos lleva desde Euskadi hasta San Francisco, donde podemos ver a Egaña y Lujanbio disertando sobre la participación de las mujeres en la bertsolaritza, delante del Golden Gate. Bonitas coincidencias.
Diría que a la película le sobra algo de tono poético -sobre todo en partes que el director ha querido insertar en forma de metáforas de lo que es esta forma de arte tan 'nuestra'-, pero me parece una forma estupenda de conocer el bertsolarismo y tratar de comprenderlo si se es nuevo en estas lides. Y si, como yo, te has criado en un ambiente en el que los bertsos estaban presentes, en el colegio, en la familia, en la televisión... este documental te toca la fibra. Porque entre estos 'performers' (como ellos mismos se denominan) hay un ambiente inmejorable; una ilusión común porque la tradición oral no se pierda y por experimentar con nuevas fórmulas, compartir con personas de otras partes del mundo que hacen cosas similares, y sobre todo por transmitir su conocimiento. Es una bella muestra de solidaridad de la que no estaría mal tomar ejemplo, especialmente viviendo en Estados Unidos.
Desde que vivo aquí, he tenido más de una discusión sobre la importancia de conseguir que las lenguas minoritarias no se pierdan. Porque hay gente que considera que es ley de vida y que, total, si todos vamos a acabar entendiéndonos en inglés -o en chino-, ¿para qué esforzarse tanto en mantenerla? Si antes lo tenía claro, este documental ha reforzado mis planteamientos. Estas personas, conocedoras de excepción de una lengua que utilizan con maestría, la aman por encima de todo. Por  encima de conflictos políticos o ideológicos. Como afirma Sarasua, el problema con el euskera es un problema  existencial. ¿Quiénes somos? ¿Qué es lo que nos define? Para mí, el euskera es la lengua del cariño, de la cercanía, de la tierra. Es emoción y recuerdos de la niñez, de las personas queridas que ya no están. ¿Cómo podríamos dejar que todo eso se perdiera? Porque no es sólo nuestra lengua. Son nuestras raíces, es nuestra identidad.   

martes, 27 de noviembre de 2012

A vueltas con el pavo




Después de tanta odisea con el pavo, me estaba preguntando de dónde venía esa tradición. Y resulta que hay una gran controversia. Se sabe que es un intercambio entre las costumbres de los peregrinos y los nativos en Estados Unidos, pero los historiadores no se ponen de acuerdo en la fecha de la primera celebración del Día de Acción de Gracias, ni siquiera en el lugar. Lo que parece ser cierto es que los peregrinos, ayudados por los nativos americanos, sustituyeron la carne del asado de sus países de origen (que bien puede ser Inglaterra, España u otro) por el pavo, porque era más fácil de encontrar. Se unieron así las oraciones para dar las gracias ante una mesa llena de alimentos con el agradecimiento de los nativos por la cosecha obtenida.


Pero sé que lo que más os importa en realidad es cómo puede cocinarse un pavo de Acción de Gracias sin ser americano (o canadiense) ni tener a mano un libro de recetas.

Paso 1. Comprar el pavo en el super y transportarlo en coche, porque el bicho pesa tanto que sería imposible llevarlo a la espalda. Como buenos vascos, lo intentamos, pero lo de no ser de Bilbao es un handicap.
 
Paso 2. Descongelar el pavo. Y aquí vienen las gracias de las series de televisión, pero es que resulta que es una auténtica odisea. ¡El dichoso animal no se descongela ni dentro de una sauna! (vale, eso no pudimos probarlo). Lo pones al lado del fuego, le das martillazos, lo abrazas fuertemente contra tu pecho... no hay manera.   

Paso 3. Seguir las instrucciones de la bolsa para separarle las patas, que están unidas entre sí con un alambre. Imposible porque el pavo está todavía muy congelado y no hay quien lo derrita, de verdad. Nuestro último recurso: sumergirlo en agua caliente hasta poder intentar llegar al orificio en el que está la bolsa con sus 'cositas', separándole las patas con la tradicional técnica de la fuerza bruta.

Paso 4. Una vez vaciado el orificio, volver a rellenarlo, esta vez con pan, manzana, bacon y patata. Yo fui la encargada del tema, porque me había quedado con las ganas de meter la cabeza, como ya os he contado infinidad de veces. Hay pruebas gráficas de ese momento.  
 
Paso 5. Transportar, como puedas, el pavo relleno hasta una bandeja y depositarlo en el horno. Es posible que en el trayecto el pavo se te caiga, se escurra, que lo cojas mal de las patas y se de la vuelta, volcando así parte del relleno... lo importante es llegar al horno, sea como sea. Una vez dentro, cerramos la puerta y a esperar.

Pasos 6-10. Esperar. Resulta que el pavo hay que cocinarlo a muy baja temperatura y durante muuuuuuchas horas. Unas cuatro, concretamente. Si tenemos en cuenta que para descongelarlo, abrirlo de patas -perdón por la expresión- y meter el relleno ya puedes tardar la friolera de cuatro horas, el total se queda en ocho (era buena en matemáticas). Y si vienes de haber estado todo el día en la playa, cuando esas ocho horas pasen será ya de madrugada. Si a esto le sumamos que durante la espera -en la que sólo hay que controlar el pavo cada veinte minutos- la paciencia se agota y uno se ve abocado a abrir el vino antes de tiempo, pasa lo que pasa.
 
Paso 11 (a la mañana siguiente). Pavo para desayunar. Después de habernos ido a dormir con el estómago vacío y con unas cuantas cervezas de más (todo debido al interminable tiempo de espera), nos sentamos juntos a la mesa para degustar por fin el manjar que tantos problemas nos ha dado, acompañado, como es tradición, de puré de batata, maíz y tarta de calabaza (otra vez). Eso sí, antes de hincarle el diente, damos las gracias por todo lo bueno que tenemos, por los amigos, la familia... pero sobre todo por haber sido capaces de no quemar el pavo.


domingo, 25 de noviembre de 2012

Happy birthday with Clint



Esto de tener un cumpleaños que dure 33 horas es terrible. Y menos mal que no tengo a gente querida en Australia, porque a estas horas estaría destrozada. Más de lo que lo estoy ahora. Destrozada pero feliz. Las vacaciones de Acción de Gracias me han sentado de maravilla. Lo de pasar finales de noviembre en pantalón corto y chancletas, paseando por la playa, es una auténtica gozada. Y la celebración de mis 31 primaveras ha sido lo más. El sábado por la tarde, después de una mañana de hiking y playita, me esperaban al otro lado del teléfono los mejores amigos que una persona podría pedir, con una coreografía digna de Fama expresamente creada para felicitarme. ¡Y aquí ni siquiera era 25 de noviembre! Desde entonces, no han parado de sucederse los regalos y las felicitaciones. Y con lo emotiva que es una, pues con la lágrima cada dos por tres.



Y hoy, que aquí sigue siendo domingo 25, he tenido una sorpresa ideal. Cuando volvíamos en coche hacia Palo Alto -porque todo lo bueno termina- hemos parado en un lugar maravilloso: Mission Ranch (Carmel). Esta absoluta preciosidad es un complejo con un hotel y un restaurante que pertenecen a Clint Eastwood. En los años 80, cuando el Ayuntamiento de Carmel decidió tirar el rancho y construir una urbanización, el señor Eastwood se compró el terreno para poder conservar el lugar tal y como estaba, aunque con notables mejoras. No me esperaba menos de Clint.


El paisaje es idílico, con montes, una pradera con ovejas (todas blancas excepto una; la clásica oveja negra, ya se sabe), y a lo lejos la playa. Y en el restaurante, músicos 'de verdad' tocando jazz al piano con un gusto exquisito. Una buena botella de vino tinto de la zona en las sillas del jardín y sientes que la vida es maravillosa por estos momentos de felicidad. Pero también estaba nerviosa, no creáis. Porque Mr. Eastwood suele ir de vez en cuando al restaurante a tocar el piano, y tenía la esperanza de que hoy fuera uno de esos días. A pesar de todo el tema de la silla vacía de Obama, es una de las personas que más respeto y admiro, y encontrarme con él sería grande. No soy muy mitómana, pero ya me estaba viendo delante de Harry el Sucio diciendo algo así como "Abb...ba...ba...hum...aaahh... yo...uhmmmmm...aaaahh". Lamentablemente, no he podido comprobar mi fluidez verbal. Pero se sentía su espíritu, su buen gusto, su sencillez (vale, en los precios no tanto). Me basta y me sobra para estar contenta.
 
 
Después de tantos días de celebración y algunos excesos, y antes de meterme de lleno en la Semana Detox (lo que en cristiano vendría a ser SÓLO sopitas de verduras), quería daros de nuevo las gracias (esto es un no parar), esta vez por lo cerca que os he sentido a pesar de estar físicamente tan lejos. En realidad lo de cumplir años lejos de los tuyos tiene su punto, porque emociona mucho más. Vuestros bailes estrambóticos, fotos con velas, la canción de mis niños favoritos... cumplir años así da gusto. Sólo pido que de aquí a que cumpla 32 las cosas sigan igual de bien para mí, y que vayan un poquito mejor para todos. Porque aunque te des un gustazo tomándote una copa de vino mientras ves la puesta de sol, nunca puedes olvidar todo lo que está pasando. Y entre otras cosas, que hoy, además de ser el día en que yo nací, también -y mucho más importante- es el Día Internacional contra la Violencia Machista, y que en lo que va de año, en España, llevamos la terrorífica cifra de 43 mujeres asesinadas.
 
 

Hoy me gustaría despedirme con un pequeño homenaje a alguien que me ha estado acompañando durante estos días en Paso Robles. Se llama Paul y es un gato que nos vio por la calle cuando llegamos, decidió colarse en el jardín de nuestra casa y ha estado con nosotros hasta hoy, cuando hemos tenido que verlo alejarse desde el coche. Y quién lo diría; ya lo echo de menos. Le puse ese nombre por Paul Newman, probablemente el hombre más bello de la historia y cuya marca de vinos, muy ricos y solidarios, hemos podido degustar estos días. No soy una persona 'de gatos', pero Paul me ha ayudado a sobrellevar la morriña, y he podido darle todos los besos y achuchones que os debo y que espero poder daros pronto. 
 
 

jueves, 22 de noviembre de 2012

Thank you!


¡Feliz Día de Acción de Gracias!


Difícil estar mejor, la verdad. California, sol, calorcito, playa, vacaciones, amigos y una casa enorme para nosotros, en la que poder quemar el pavo. En ello estamos ahora. Y yo apartada en la mesa del comedor (que parece la mesa de una familia de Trolls gigantes. Los pies no me llegan al suelo cuando me siento). Me han puesto una cervecita y me han dicho que no hay sitio en la cocina para más de dos personas. Que me avisarán cuando la cena esté lista. Me siento como un hombre. 


Pero así aprovecho para escribir antes de que abramos el vino y la cosa se ponga intensa. Además tenemos que darnos los regalos. ¿Regalos de Acción de Gracias? Es que ninguno de los que estamos aquí somos norteamericanos, así que hemos decidido hacer una mezcla de Thanksgiving con Navidad. Es lo bueno de vivir en un país libre.


Le he comprado al Científico un reno de Papa Noel que defeca caramelos de color marrón. Creo que puede llegar a emocionarse. Sé que estáis ansioso por saber si he metido la cabeza en el pavo. Lamento deciros que, mientras escribo estas líneas, el pavo está todavía en el frigo (lo que no es una buena señal, porque necesita unas cuatro horas para cocinarse, y se nos va a acabar el vino). Pero antes de ir a la playa le he echado un vistazo y creo que mi cabeza, aunque es pequeñita, no va a caber. Es lo que tiene comprar el pavo más barato. Así que creo que me decantaré por el 'fisting'. Espero poder mostraros la instantánea de mi brazo en tierras oscuras en el post del lunes. 


Hasta entonces, no tengo más que daros las gracias por estar siempre al otro lado, por leer mis 'tonterías' y darme ánimos para que siga escribiendo. También estaría bien que os hiciérais seguidores del blog (en el recuadrito de la derecha), pero por qué pedir más. Hoy es un buen día para dar las gracias. Y yo tengo mucho que agradecer. 

Thank you all!!!

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Ni burros ni bueyes, sólo pavo



Venía rumbo a mis soñadas mini vacaciones de Acción de Gracias cuando me he enterado de lo del burro y el buey. Ha sido un shock. De repente la historia cambia. El Belén de nuestro imaginario está equivocado y tenemos que seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Pero pasa. Ahora va a resultar que el único personaje que de verdad estaba en el Nacimiento original era el Caganer. Un problema diplomático si tenemos en cuenta cómo están las cosas entre Cataluña y España en estos momentos. ¿Y qué va a pasar con todas las figuras de animales que las gente que se dedica a esto ya ha tallado? Lo digo absolutamente en serio. No teníamos bastante y un nuevo obstáculo para los pequeños empresarios. Yo propongo hacer Belenes sólo con animales, con los muchos que van a quedarse esperando en las estanterías. Porque la Historia nunca es una, depende siempre de quién la cuente.


Aunque lo que a mí realmente me preocupa es mi abuela. Porque ella ha puesto durante toda vida, con absoluta dignidad, un Belén en el que el Niño era diez veces más grande que los animales del pesebre. Imagino que por darle énfasis a la cuestión. ¿Y qué va a hacer ahora? La estampa ha perdido todo el espíritu vanguardista que tenía. No, no es un tema baladí. 


Pero dejando de lado el texto del prestigioso teólogo con zapatos de Prada, ya estamos en Paso Robles. Hemos venido a pasar este largo fin de semana un poco más al sur, donde tenemos muy buen tiempo, playas, montañas y viñedos. ¿Alguien da más? Ahora mismo os escribo desde el jardin de la casa en la que nos alojamos, viendo las estrellas, que aquí no están sólo en el cielo sino que bajan hasta el frente y dan muestra de que la Tierra es, en efecto, redonda. Una maravilla y a la vez un tema que siempre me ha resultado inquietante. Me refiero a las estrellas. Con sólo mirarlas durante unos segundos te sientes pequeña, una minúscula parte del vasto Universo. 


Eso sí, no creáis que todo es naturaleza y misticismo. Hemos traído un pavo. Y como en las películas, resulta que no tenemos suficiente tiempo para descongelarlo de aquí a mañana, así que ya nos veo con un soldador, y después con un extintor para poder salvar la casa. Y sí, como os dije, es muy probable que acabemos cenando en el Pizza Hut, felices como unas castañuelas. Yo voy a intentar meter la cabeza en el pavo porque me hace mucha gracia (¿y a quién no?), pero no prometo que pueda sacarla. Así que recordad mi cara, por si las moscas. Sé que estáis ansiosos por saber cómo acaba todo, así que don't worry, aunque mañana sea fiesta en 'nuestro' país, os haré una crónica detallada del día en el que la gente de por aquí se junta para agradecer lo que tienen y lo que son.  

Spanish for Holidays



Hoy el día prometía, pero se me ha torcido un poco. Así que no os escribo tan contenta como esperaba (lo digo por si podéis percibir alguna minúscula energía negativa a través de la red). ¿La buena noticia? Que voy a dar clases de español para las 'esposas' durante el invierno. Lo malo ha sido que -casualidades de la vida- la chica que tenía al lado quería hacer lo mismo. Pero ya lo hemos arreglado, más o menos. Ella dará las clases para principiantes y yo me dedicaré a las de nivel intermedio.


Según ella, va a tener que quedarse con todos los orientales -no le veo ningún problema, la verdad- y yo tendré a los europeos. Pero no las tengo todas conmigo. El hecho de empezar mi curso más tarde porque tengo que volver a casa en enero (temas del visado) puede hacer que la mayoría de la gente decida apuntarse al otro curso y me vea sola en mi clase, moqueando con alguna canción de Serrat.


Porque esa es mi idea: enseñarles canciones de artistas de 'la tierra' (no de Shakira, como me han propuesto en la reunión) y facilitarles la inmersión cuando vayan de vacaciones. Nada de gramática. Parto del ejemplo de mis clases de alemán, en las que sólo aprendo si el gato está encima o debajo de la mesa. ¿Y de qué me va a servir eso cuando termine el curso de tres meses? Lo que yo quiero es que sientan comodidad al visitar el país, y que puedan lanzarse a pedir una tortilla de patatas.


Me he sentado a reflexionar (y a tranquilizarme por la casualidad de haberme encontrado con una persona que quiere hacer exactamente lo mismo que yo) y creo que sé por dónde quiero ir. Basicamente es lo mismo, pero puedo enseñarles cosas algo más complejas, como coger un libro de la biblioteca (también les diré que el verbo 'coger' no tiene el mismo significado en España que en algunos países de Latinoamérica).


Estoy ilusionada, a pesar de todo. Creo que puede ser un gran aprendizaje para mí, además de una nueva experiencia y una responsabilidad más (por si no tenía suficientes). Nunca antes he sido profesora, pero tengo confianza en mi capacidad de transmitir. El objetivo número uno es hacer que las clases sean una diversión además de una buena forma de familiarizarse con el idioma y la(s) cultura(s). Y desde luego, pienso llevármelas de bares para practicar cómo pedir la comida o la bebida, y para poder usar el idioma en un  contexto informal y más agradable. Y si hay alguna exposición o algún concierto ad hoc (pena que Bisbal estuvo en San Francisco hace un par de semanas), pues me las lllevaré tambien, si quieren. 


Como todos los retos que me propongo, lo hago con ilusión y con un gran sentido de la responsabilidad. Es verdad, no me pagan. Pero tengo la sensación de que la experiencia va a compensar con creces todo el esfuerzo. 


¡Deseadme suerte! 

lunes, 19 de noviembre de 2012

Los límites de la ciencia



Yo pensaba que los científicos trabajaban duro para conseguir que tuviéramos un mundo mejor; para poder encontrar curas a enfermedades, poner en práctica técnicas que puedan mejorar nuestra calidad de vida y eviten algunos males. Pero resulta que la mayoría de ellos sólo piensan en salvaguardar su carrera y no acabar como representantes de productos de laboratorios o como el protagonista de Breaking Bad, dando clases a alumnos sin ningún interés en la ciencia mientras su premio Nobel se llena de polvo en el salón de casa.


En Palo Alto vivo rodeada de personas que se dedican a la investigación científica; todos ellos están trabajando en Stanford, una universidad de gran prestigio y un referente en la investigación biomédica. Son  gente brillante, los mejores de su promoción, los que más becas y ayudas han conseguido por sus méritos académicos. Pero resulta que no valen más que una firma en un artículo. La carrera científica, tal y como está concebida, sólo puede mantenerse gracias a la presencia de uno en revistas del ramo. A mejor revista más posibilidades de progresar. Cuanto antes aparezca nuestro nombre en la lista de autores de un artículo, más facilidad de no destrozarnos la carrera. ¿Cómo es posible que algo tan importante como el descubrimiento científico se vea condicionado por la urgencia de conseguir una publicación? Pues así es. Si no publicas, no consigues financiación. Y sin financiación, adiós a tu carrera. La precariedad de estas personas es increible. Las ansiedad les acompaña de forma constante, porque si no consiguen resultados en un plazo determinado pueden ver cómo esfuerzos de años se convierten en nada.


A veces los envidio por la posibilidad que tienen de pensar en grande; quiero decir, que pueden llegar a ser personas relevantes en su campo, descubrir algo que pueda ser de ayuda para la Humanidad, viajar por el mundo dando conferencias y conociendo a profesionales de su ámbito... inlcluso soñar con el Premio Nobel no es del todo descabellado. Y eso cuando la mayoría de las personas se conforman con conseguir un trabajo digno que les permita vivir sin aprietos. Pero esa envidia se desvanece cada vez que escucho las historias sobre la competitividad y el individualismo de esta profesión. En un ámbito que debería caracterizarse precisamente por la unidad para conseguir objetivos comunes, la falta de seguridad laboral hace constantes las puñaladas traperas, las zancadillas, la desconfianza y el miedo. Y si eres de los que creen en hacer las cosas bien, si eres honesto y legal, puedes pasar muy malos ratos. Incluso llegar a decepcionarte tanto que te planteas dejar la carrera que tanto te apasiona. Porque nadie les dijo, cuando empezaron a interesarse por la ciencia, que tendrían que entrar en este sistema de competición atroz por conseguir puestos y mantenerse en ellos.


Es muy triste ver a gente a la que admiras a punto de tirar la toalla por lo difícil que se lo ponen para poder seguir haciendo lo que les gusta. A la precariedad laboral se le unen unos sueldos que la mayoría de las veces no se corresponden en absoluto con el tiempo y el esfuerzo que le dedican a su trabajo. Y es normal que en un momento dado te preguntes: ¿Merece la pena? ¿Merece la pena tanto esfuerzo para vivir con esta presión y la angustia de no saber si va a servir de algo el sacrificar mi vida personal por esto? El día en el que realmente entendamos lo importantes que es la investigación -tanto la científica como la social- para mejorar nuestra sociedad y las valoremos como se mercen, habremos dado un paso fundamental para salir de la situación en la que nos encontramos. Mientras tanto, los seguiremos perdiendo, y dando pasos atrás sin remedio. Porque hasta la pasión por el conocimiento tiene un límite.

El hombre de las montañas

He tratado de colocarme estratégicamente para verlo bien, pero resulta que la mejor mesa, la que está a mi lado, está ocupada por una familia francesa. Desde donde estoy, no alcanzo a ver su 'casa'.
Quería tener la oportunidad de observarlo detenidamente, sin temor a ser descubierta, y sin incomodarlo. No sé bien qué especie de fascinación siento por este hombre, sólo sé que necesito conocerlo. Podéis pensar que es algo morboso (quizá lo sea), pero cuando vi su mirada por primera vez, caí fulminada. No es una mirada vacía, como la del resto de los habitantes invisibles, es más bien una mirada de dolor, de cansancio y de pena. Nunca directa, nunca a mis ojos.
Ahí está ahora. Tomando un café en un vaso de plástico. Diría que me ha visto, pero no es posible. Estoy dentro de un bar al otro lado de la calle. Sorbe su café de pie, con la cabeza en esta dirección, como haciéndome saber que me ha descubierto pero no le importa.
Yo le llamo Papá Noel porque la primera vez que lo vi estaba sentado en su banco con las luces de los árboles de University Avenue iluminándole la cara. Parecía Navidad, y su larga barba blanca me lo sugirió al instante. Ahora sigo llamándole así pero la verdad es que parece un hombre de las montañas. Una mezcla entre el abuelo de Heidi y el mago bueno del Señor de los Anillos.
Hoy está lloviendo y me preocupa cómo pasará la noche. No creo que duerma ahí, porque no lleva nada con él. Ni carrito, ni bolsas ni mantas. Y alguna vez le he visto llevar ropa distinta. Supongo que pasa las noches en algún lugar más resguardado y durante la jornada ese banco es su 'cuartel general'. Pero tiene el pelo y la barba empapados y no lleva más que una chaqueta ligera sobre su camisa, nada de abrigo.
Me quedo mirándolo unos minutos. Saca una y otra vez de su bolsillo los pocos dólares que tiene. Luego una especie de palo rojo... es un bolígrafo, y parece que escribe algo en unos papeles. Lo de estar un poco cegata no me acompaña demasiado en mi labor de 'espía'. Ahora se ha encendido un cigarrillo y se lo fuma también mirando hacia aquí. Pero no me está mirando a mí, simplemente ve los coches pasar entre nosotros. Sigue lloviendo y la gente busca cobijo, pero a él parece no importarle.
Recuerdo que una vez le ofrecí un cigarro, pero no lo quiso, sólo un gesto negativo con la cabeza. ¡Es tan difícil acercarse a él! Ultimamente he decidido sonreirle de forma exagerada cuando paso por su lado -lo cual sucede varias veces al día-. Puede ser sólo una sensación, pero creo que estoy haciendo tímidos avances. A veces no agacha la cabeza frente a mí. Sigue sin mirarme a los ojos, pero creo que me reconoce. Recuerdo que un día nos encontramos solos en una calle, ambos mirando un plano en el que se indican los servicios de la ciudad. Se colocó a menos de un metro de mí. Quería hablarle, pero me quedé paralizada. ¿Y si me manda a la mierda? ¿Y si se siente ofendido por algo?
Mientras, sigo fantaseando. Me enternece verlo recogiendo papeles, colillas o lo que haya delante de su banco y tirándolos a la papelera. Cuida su espacio. Es un hombre que me habría llamado la atención en cualquier circunstancia: con su altura, su porte, ese rostro duro pero con un gesto de nostalgia, de ternura. Podría ser mi padre. Puede ser el padre de alguien. Y no dejo de preguntarme qué le habrá llevado a esa situación.
Ahora lo veo andar lentamente hacia el semáforo. Se va a dar su paseo de las tardes. Dentro de un rato volveré a verlo caminando por aquí. Y sé que esta noche, al volver a casa, lo encontraré de nuevo sentado en su banco, al único abrigo de las luces navideñas que siempre iluminan Palo Alto.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Perdida en la ciudad



Desde luego, si pretendíais que este blog os sirviera para cuando visitárais San Francisco, lo tenéis crudo. Porque, cada vez que vengo, es una odisea. Hoy me he perdido. Y el caso es que sabía que no estaba yendo al sitio que había planeado, pero me ha dado pereza levantarme y salir pitando del Muni (una especie de 'topo' que tienen aquí) antes de alejarme demasiado. ¡Me estaba llevando por unas zonas tan bonitas! Por un momento me ha parecido estar subiendo al Parque del Monte Igueldo en el funicular -el de toda la vida. Una verdadera gozada lo de las colinas en esta ciudad.







Pues resulta que, aunque os había adelantado que iría a conocer el barrio hippie de San Francisco, nada de nada, sigo con eso pendiente. Al bajarme del Muni -cuando he visto que estaba subiendo tanto que aquello parecía Autopista hacia el Cielo-, no tenía ni la más remota idea de dónde estaba. Pero así me gusta a mí visitar las ciudades: perdiéndome. No tenía demasiada prisa y el tiempo estaba estupendo, así que hala, a patear. Casitas de colores pastel, cafeterías que hacían esquina, fruterías (¡¡¡fruterías!!!), galerías de arte, lalalalaaa, todo maravilloso, como dibujado. Y resulta que el barrio era Noe Valley, y resulta, cómo no, que ahora me ha gustado este sitio para vivir. Pero así soy yo: culo veo, culo quiero (sólo en lo referente a lugares en los que vivir). Ya me he visto con la cesta de mimbre, la cantimplora y la yoga mat (eso siempre, obligatorio) entrando a mi casita con miradores y flores en las escaleras de la entrada. Sí, peliculera se le llama a eso.   



No hace falta pasar mucho rato para ver que este es un barrio de treintañeros guapos y con estilo. ¿Que eso puede resultar aburrido? vale, pero la clave es que está al ladito de Castro y Mission, donde puedes ir si buscas más vidilla. Y cuando quieres descansar, pues tu casita preciosa en Noe Valley, donde, asdemás, gracias a que el barrio de Twin Peaks está más alto  y lo protege, la temida niebla no suele llegar. ¿Compramos?
 

Desde allí he caminado feliz (porque es en bajada) hasta la calle Valencia en el barrio de Mission, y he llegado a una zona que no me ha gustado demasiado. No era el tramo de Valencia que estoy acostumbrada a recorrer. Cuando un tipo joven se ha puesto a vomitar a mi lado y a mirarme con mala cara, he decidido que seguir allí no era la major idea, así que me he encaminado hacia un restaurante que me habían recomendado fervientemente. el Yamo. Aunque lo de restaurante es posible que sea algo exagerado, podemos dejarlo en pequeño espacio de comidas. Es un lugar espectacular, donde creo que lo mejor es ir a comer sola para poder disfrutar tranquila de las relación que las mujeres del local tienen entre ellas. La verdad es que es un poco como Arzak, que comes en la cocina, pero esta vez sin tener que ser 'amigo'. Y esa posibilidad de ver cómo funciona la cocina del local -porque estás comiendo justo delante de los morros de la cocinera- no tiene precio. La comida, excelente y auténtica, que a veces se echa de menos. Casera, sencilla, como ellas, como el local. Y encima barato, y por cierto, con la cocina limpia. ¿Alguien da más?
 
 
La última parada de mi periplo ha sido en el Revolution Cafe, donde había quedado con unos amigos. Este es un lugar que me atrae y me espanta a partes iguales. A primera vista es todo lo que me gusta: decoración decadente, muebles viejos, piano viejo y con polvo, música rock de fondo... no me lo pensé dos veces la primera vez que lo vi, y entré a tomar una cerveza. siempre me he sentado dentro, porque la parte de fuera (una especie de porche) siempre está hasta los topes. Y lo está porque se puede fumar. O mejor dicho, no se puede, ñpero hacen la vista gorda. Y la gente se pone ciega de marihuana. Es esa asombrosa mezcla la que me inquieta: dentro, personas solas tecleando en sus ordenadores MacBook gracias al wifi del local, y fuera todos los 'revolucionarios'. Es como volver a finales de los 60. La primera vez me pareció ver a Jim morrison sentado en una de las butacas, os lo prometo, fumándose un peta al solete, al lado de la puerta. Hay montones de hombres de pelo largo y lacio, rubios, con collares de cuentas, foulares, faldas... Rastafaris de verdad, pintores, chavales con guitarras que no parecen en condiciones de tocar, hombres negros imponentes con el torso descubierto, la gente descalza... no sé bien cómo definirlo, son anacrónicos. Es como si se hubieran quedado en el Summer of Love pero en realidad la mayoría ni siquiera había nacido. En fin, definitivamente es una gran lugar para sentarse a observar a los habitantes de este barrio con tanta vida, y comprender cómo se relacionan.
 
 
De ahí a otro barecito, pero la noche va cayendo sobre San Francisco y yo soy como Cenicienta, que si no pillo el Caltrain a tiempo se me convierte en calabaza (y sabéis que estoy de las dichosas calabazas hasta el mismísimo). Así que tras varios transbordos y esperas en estaciones, por fin me monto en el tren de vuelta a casa. Y pienso en lo diferente que es la vida en lugares que están tan próximos. Y sí, no niego que me da mucha envidia poder disfrutar de todo lo que ofrece la capital sin límite de hora, pero creoq ue mi cabeza loca también agradece de vez en cuando la tranquilidad (vale, aburrimiento) de Palo Alto. Y lo bueno es combinar, no?

 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

No Internet today



I am so sorry! Cruzo los dedos por poder tener una perfecta conexión a Internet mañana y dedicaros un post a vuestra altura.

Hasta entonces... have a great day!!!!


(Y a seguir luchando)


Paseos por SF



Me encanta pasear por San Francisco. Cada vez me gusta más. Y me estoy enamorando especialmente de la zona de North Beach, con la brisa del mar, Little Italy, la tranquilidad del día contrastando con todos los carteles luminosos de Lombard Street al caer la noche, los clubs de 'estriptís' en Broadway... También me gusta Mission, por supuesto, y Castro tiene algo especial, aunque siento que se me queda corto.
 
 
Por todo lo que he pateado hasta ahora (y tened en cuenta que vivo en la Bahía, pero no en la ciudad, así que no soy una experta en San Francisco en absoluto), en mi fantasía de venir a vivir a la capital, este sería el barrio en el que me gustaría instalarme. Con sus cabarets, sus clubs de jazz, sus galerías de arte y heladerías italianas.  
 
 
 
Lo malo de estos lugares es que siempre hay algún local que te da al ojo pero no es lo que pensabas. Suelo ser especialmente hábil para encontrar los sitios más auténticos, pero San Francisco tiene algo que me engaña: hay locales de toda la vida regentados ahora por tipos estupendos que te perdonan la vida cuando entras. Ese bohemio soñador que te cobra siete dólares por un vinacho en un vaso de hostería (y que conste que adoro las buenas hosterías). Siempre digo que hay que desconfiar de la naturalidad de los camareos con sombrero, con ese aire retro que por aquí tanto gusta. Porque cuando en Little Italy, por ejemplo, aquellos señores tan fantásticos llevaban su sombrero a todas partes, se lo quitaban al entrar en los establecimientos. Y más si iban a trabajar. Que no me digan que es cómodo. Tienes que estar temblando cada vez que te agachas por si se te cae encima del plato de lasagna.
 
 
Sé que lo digo muchas veces, pero por favor, qué poco soporto la tontería. Conmigo, desde luego, lo tienen claro. Vendré, porque los locales siguen teniendo mucho encanto y la música que ponen me hace feliz (ahora mismo Ella & Louis Again). Pero no tips, my friends. No, al menos, hasta que me pongan el Sangiovese en la copa que se merece.
 
 
Mañana me voy a Hight Ashbury, zona principal del movimiento Beatnik y más tarde conocida por el Summer of Love de los hippies, con Grateful Dead o Janis Joplin a la cabeza. Estoy MUY ilusionada. Pero eso os lo contaré mañana...  
 
 
(Nota: siento la brevedad del post, pero sigo con problemas de conexión y escribir algo más extenso se hace realmente difícil. Es martes y 13; cruzad los dedos por que mañana se haya arreglado y pueda escribir tal y como os merecéis.)
 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Tibet para yuppies



Estos últimos días he tenido la oportunidad de vivir una experiencia muy interesante. Seis monjes budistas han venido desde el Tibet a Palo Alto para crear un mandala de arena y compartir su proceso de elaboración con cualquiera que quisiera verlo. Y ahí he estado yo todos los días, cómo no.


El día de la inauguración, cuando llegué al estudio, la cosa todavía estaba todavía en preparación, así que me acerqué a la tienda de ropa de deporte de la calle contígua, para hacer tiempo. Mientras me escandalizaba por los precios de las prendas (camiseta de tiras: $75, cinta para el pelo de las de usar para desmaquillarse por las noches: $35), se me acercó una de las sonrientes dependientas, que parecía directamente salida de una clase de Zumba. "¿Y tú dónde sudas?" ¿Perdona? "Que dónde sudas". Estuve a punto de responderle algo absolutamente grosero y fuera de lugar, pero me había prometido a mí misma que ese iba a ser un día de espíritu budista, así que le conté que hacía yoga e iba al gimnasio, "¡Super genial!! El estudio que a mí más me gusta es blablabla. Hacemos Bikram Yoga, nosequé yoga y blablabla. ¡Tienes que venir y probarlo! ¿Es super fun!!". Poco a poco me fui alejando de ella, por eso de que la tontería se pega. Y ya estaba. Ya había vuelto al mundo real de Palo Alto en menos de cinco minutos.
 

Cuando por fin llegué a la ceremonia, me hicieron quitarme los zapatos, como al resto de asistentes. Perfecto. Pero no pude evitar esbozar una sonrisa cuando vi a los monjes con sus botas de monte puestas, tan contentos. Y empezó un ritual mágico. Mandala significa en sánscrito 'cosmograma' o 'mundo en armonía'. El Budismo dice que cualquiera que vea un mandala experimentará paz profunda y una gran alegría. El colorido y la armonía de las millones de partículas de arena transmiten el mensaje de que todos podemos vivir en paz si cada uno de nosotros deja un poco de espacio para los demás en su corazón. En la ceremonia de apertura del mandala, los monjes lo consagran con cantos, música y recitación de mantras, y después dibujan el diseño con tiza blanca, reglas y un compás de madera, en un proceso que puede durar más de tres horas. Durante la creación del mandala de arena, que se alarga durante días (incluso una semana entera), los monjes vierten millones de granos de arena de distintos colores sobre la plataforma del diseño (en este caso, una mesa de Ikea, no pude evitar fijarme) mediante una herramienta de metal llamada 'Chakpur'. En la antigüedad, en lugar de arena se utilizaban piedras preciosas para el dibujo.


Así que los monjes tibetanos estuvieron aquí varios días, y durante el resto de la semana, cuando salía de casa, me acercaba a verlos. Ahí estaban siempre, trabajando en silencio, solos, con uno de ellos que recitaba mantras constantemente. Ellos sí que saben estar en el presente. Era emocionante presenciar la elaboración de esa obra de arte con la aparente sencillez y naturalidad que ellos le aportaban al asunto. No darse importancia.


Y el domingo llegó la clausura, el momento en el que los monjes, después de cantar y bendecir el mandala, iban a borrar la figura en la que habían trabajado intensamente durante días. Esta ceremonia pretende ser un aprendizaje sobre lo perecedero de todos los fenómenos; una enseñanza sobre que todo lo que existe tiene un principio y un final. Pero se corrió el rumor de que iban a repartir los granos de arena entre los presentes, y como los niños a por el caramelo de los Reyes Magos, aquello de pronto estaba repleto de familias estupendas, de las de anuncio de cereales, que habían conducido sus coches de alta gama hasta aquí para disfrutar de la experiencia. Nada más alejado de la realidad. Diría que el 90% de las personas que estaban allí en ningún momento apartaron la vista de su iPhone durante la ceremonia, bien para hacer fotos, grabarla en vídeo o quedar para jugar al frisbee al día siguiente con los amigos. Vergonzoso.
 

Si no hubiese sido por la tranquilidad que transmitían esos hombres sonrientes, presentes, hubieran empezado a rodar cabezas, al menos por mi parte. ¿Se puede saber para qué quieres grabar ese momento en vídeo? ¿Eres consciente de que así nunca vas a poder disfrutarlo? Y además, es una falta de respeto. La gente se sacaba fotos con los monjes (a los que nunca antes habían ido a ver en toda la semana), como si fueran las bailarinas hawaianas de Port Aventura. Y ellos, resignados, seguían sonriendo. Todo sea por conseguir dinero en la hucha de las donaciones para el Tibet (se recaudó mucho, todo hay que decirlo). Mi nivel de horror llegó a su límite cuando vi que les habían colocado en la pechera de su traje tradicional un pin de la bandera norteamericana.
 
 
Lo mejor era pensar en el mensaje que ellos intentaban transmitir, y ver a toda esa gente asintiendo sin saber siquiera de qué les estaban hablando. ¿No tener apego a las cosas? ¡Por favor! Si el apego por lo material lo inventaron ellos. Y aun más, como apuntó certeramente el Científico, ¿qué sentido tiene grabar con el teléfono (o con una cámara) una ceremonia que representa que hay que vivir el momento y dejar las cosas pasar?


Lo monjes nos dieron al final de la -a pesar de todo- preciosa cremonia, un poco de arena del mandala en una bolsita. La guardo con cariño y probablemente la esparciremos por el jardin para que nos proteja, como ellos nos dijeron. También nos enseñaron fotos de su pueblo natal, ilusionados. Pero sobre todo me quedo con ellos. Voy a echarlos de menos, quién lo diría, después de tan sólo una semana. Pero me sentí bien teniéndolos cerca. Sin tonterías, sin superficialidades. Con humildad. Enseñándome a estar.  


domingo, 11 de noviembre de 2012

Noches alegres...



...mañanas tristes, que se suele decir.


Para la mayoría de vosotros es lunes (ya, lo siento mucho) pero yo sigo en domingo, y claro, por esa regla de tres, ayer fue sábado. Segunda fiesta de Halloween del año, alegría, alborozo, incluso un baile a lo Dirty Dancing con un drag queen de 1,90, y hoy me cuesta hasta teclear. Tendríais que verme (o mejor no): me quedo paralizada cada dos palabras, se me cierran los ojillos y me pesa la cabeza... Si es que ya no tenemos edad.
 
 
En el modo standby en el que se encuentra mi cerebro no puedo hacer muchas cosas a la vez, ni creo que sea capaz de hilar perfectamente los contenidos del post de hoy, pero por otro lado noto que tengo una mente preclara. ¿No os ha pasado nunca? Es como si hoy pudiera ver cosas que normalmente me pasan desapercibidas. "¡Oh! El bolígrafo tiene la punta cuadrada, no redonda y con agujero como los Bic de siempre. ¿Y entonces, si te lo tragas, cómo hacer para no ahogarte? Vaya, vaya... ¡Ala! Una mota de polvo a contraluz...". También los sueños que he tenido han sido especialmente extraños (y he de reconocer que soy una soñadora espectacular incluso en días comunes). En realidad, sentía que no estaba dormida. Simplemente he cerrado los ojos y ha aparecido ante mí una máquina de hacer agua de colores. Así, sin más. Una auténtica pieza de ingeniería de última generación, sin haber estudiado nada de eso en mi vida. E incluso iba girando para que pudiera verla por delante y por detrás, y captar los detalles de la construcción. Siento que alguien quiere comunicarme algo. ¿Quizá sea yo la elegida? Ahora entiendo mejor a Marc Anthony cuando insistía en que la difunta Rocio Jurado le había dado la letra para su próxima canción en un sueño. Entonces, algo escéptica, pensé que venir del más allá para decirle algo a Marc Anthony podía ser una pérdida de tiempo importante. Pero ahora que a mí también me ha ocurrido, debo decir: Te creo, Marc.
 
 
En este estado que imagino similar al de un viaje con Peyote -nunca se sabe si le pusieron algo a la crema de calabaza- me percato de que POR FIN Halloween ha terminado. Ha sido un poco más largo de lo que había imaginado, la verdad. Ahora toca tirar las calabazas con caritas. Y os aseguro que hay que hacerlo, porque en la mía, que no quise tirar porque le cogí mucho cariño, creció una enorme cosa blanca que asomaba por la zona de los ojos y que se iba haciendo más y más grande por segundos. Creí que llegaría a envolverme por completo con sus tubitos esponjosos y dejarme aprisionada, paralizada, lejos del Iphone. Tuve miedo.  Así que niños y niñas, ya sabéis: aunque tengan cara, se pudren igual.
 
 
Pero decía que esta fiesta nos deja libres hasta el año que viene, pero ya llegan otras; todas las tiendas han cambiado ya su pasillo naranja por el de decoración navideña. Y antes, tenemos el Día de Acción de Gracias, ese en el que, por lo que parece en películas y series, los invitados beben y acaban discutiendo, lo que lleva inexorablemente a que el pavo se queme y terminen el día comiendo en el Pizza Hut, pero muy contentos y agradecidos. Quedan exactamente diez días. Sólo espero estar recuperada para entonces.  
 
 
Cheers!!

  

jueves, 8 de noviembre de 2012

'Americanizándome'



Pero sólo en la capa superficial, así que tranquilo todo el mundo.


Por mucho que al principio quieras negarlo, en cada lugar las cosas cotidianas funcionan de una manera concreta y particular para adaptarse al contexto de la mejor manera posible. Esta mañana, cuando caminaba alegremente por el centro de la ciudad, me he topado con una imagen en el reflejo del escaparate de Apple. Una chica jovencita, con pantalones de algodón ancho, sudadera con capucha, zapatillas de deporte, gorra gris, esterilla de yoga atada a la espalda y café en mano. Una californiana más... ¡Ay, no! ¡Pero si soy yo! (Sí, efectivamente, he escrito "chica jovencita").


Os prometo que no me reconoceríais. Y no es que haya perdido completamente la razón y vaya siempre así vestida, pero por las mañanas parezco sacada de un anuncio de los supermercados Whole Foods, la verdad. Mi último descubrimiento, y el más americanizador, ha sido la gorra, que resulta que tiene infinidad de utilidades: esconde las raíces, ayuda en los días de 'mal pelo', sirve para esconder los pelillos de pollito mojado que se te quedan después de sudar en el ginmnasio (recordad que no hay duchas) y además de todo eso, protege del sol. Fue comprarme la primera y empezar buscar como loca clases de hip-hop por la zona. Es la gorra motivadora, Jou!
 
 
 
Pero mis cambios no han sido solamente estilísticos. Resulta que ahora vivo muy tranquila con la puerta de casa abierta. Antes cerrando con llave, pestillo, alarmas, vallas electrificadas... y ahora estoy tan 'pichi', esperando a que entre el aire y haga corriente. Porque no va a entrar nada más que eso. En un barrio en el que una caja enorme y pesada de Amazon puede estar en el porche de una casa durante casi una semana sin que nadie se la lleve, digo yo que no hay que preocuparse por los ladrones.
 
 
Y lo de tener la puerta abierta también es muy útil para otra de mis nuevas costumbres: usar la lavadora comunitaria. Sabéis que antes de llegar estaba atemorizada con ese tema, porque todos sabemos que es en la sala de las lavadoras de los edificios americanos donde siempre aparece el asesino cuando la chica baja a hacer la colada a las tantas y de repente se le apaga luz. Pues bien, he tenido suerte y en casa tenemos los aparatos en una habitación del pasillo, al ladito de la puerta, así que, a no ser que el señor malo te meta en el armario (que entonces él no cabría), no hay peligro. Cada semana salgo con mi cestita de Ikea cargada  hasta los topes y... no, lavadora ocupada. A los diez minutos salgo otra vez... sigue ocupada. Esta vez ya dejo la cesta en el pasillo de fuera y sigo esperando. Y así muchas veces hasta que se libra y es toda mía. Imaginaos todas estas entradas y salidas para hacer la colada si cada vez tuviera que abrir y cerrar la puerta con llave. Va a resultar que son listos. Y después de lavar la ropa, toca secarla. ¿En el tendedero? ¿Qué es eso, por favor! Aquí se utiliza la secadora de siempre, la que te encoge la ropa y la agujerea por todas partes. Estoy en proceso de asimilación.
 
 
¿Necesitáis más indicios de mi progresiva americanización? Pues recojo los periódicos de las míticas cajas de metal que hay en las calles, siempre pido el café con leche de soja, no como pan (porque no hay), veo los partidos de los Giants en las decenas de teles del bar de turno, no me ducho al salir del gimnasio, ando todo el día de aquí para allá con las dichosas flip-flops (las sandalias de dedo de toda la vida) y llevo cascos blancos (no hace falta enseñar más para que la gente sepa que tienes un Iphone). Alucina.
 
 
Lo que más me está costando es lo de dejar propinas por obligación. ¿Y entonces -me planteo- cuando los camareros me tratan especialmente bien, qué se supone que tengo que hacer? ¿Darles un morreo? Pero poco a poco voy abriendo ese puño que traje cerrado con tanta fuerza y ya dejo monedas de cuarto, e incluso alguna vez un dólar que otro. Será cuestión de americanizarme todavía más o hacer como siempre: beber para olvidar todo lo que me he gastado.
 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Torre de Babel



Antes de nada, un par de apuntes sobre el tema estrella en este país. No es la misión de este blog informar sobre las elecciones, porque hay muchas compañeras y compañeros que se dedican a ello y que son quienes conocen el tema en profundidad. Pero sí quería decir que siento alivio. No alegría, como alguno apuntaba, porque no creo que la situación de Obama vaya a mejorar mucho con respecto a la anterior legislatura teniendo en cuenta que el Congreso sigue siendo mayoritariamente republicano.
 
Pero sí me siento aliviada porque tener ese Congreso con un presidente como Romney hubiera sido muy peligroso. Aun así, no podemos olvidar que el voto de derechas está muy presente: son 52 millones de estadounidenses. Pero hay datos esperanzadores, como el aumento del voto latino y su importancia para la victoria demócrata. Los inmigrantes serían uno de los grupos de población que peor parado hubiera salido de tener a Mitt Romney como presidente. No en vano, Obama ha tenido el voto masivo de las minorías (estaba pensando que la frase puede parecer contradictoria, pero no lo es; las minorías son mayoría por aquí).
 
 
¿Una alegría? La legalización del matrimonio homosexual en Maryland y Maine. Y la decepción del No la eliminación de la pena de muerte en California, algo que no acabo de entender teniendo en cuenta que somos un estado 'azul'. Pero no todo es tan sencillo como parece. Era una proposición polémica desde un principio, pero lo realmente sorprendente -para mí, por lo menos- es que el argumento para eliminar la pena capital era meramente económico. Tener a esos presos esperando en el corredor durante años cuesta dinero. Leía hoy en el New York Times la opinión de una mujer que había votado sí a la eliminación de la pena de muerte, que decía algo así como que si dicen que van a matar al reo y lo hacen al día siguiente está bien; si no, el proceso se hace muy largo y sale caro. Pues vale.
 
 
Y después de estas breves notas, vamos a nuestro asunto: a las daily tales. 
 
 
Los que habéis pasado un tiempo viviendo en el extranjero sabéis lo que es crear un gupo de amistades de diferentes nacionalidades, casi todos relacionándose en un idioma que no es el suyo. Es un caos divertido. Comparto mis clases de alemán con gente de Corea, India, Polonia, Holanda, Japón,... todos aprendiendo alemán en inglés. Lo que podría denominarse doble vuelta de tuerca. En yoga, casi todos los alumnos son asiáticos y, como os comenté, ni siquiera la profesora se encuentra demasiado cómoda explicando las asanas en un idioma que no es el suyo. Y en el grupo de gente con la que más me muevo, sobre todo alemanes, pero también norteamericanos, de origen latino, canadienses, australianos,... en fin, la Torre de Babel. Y cuanto más te conoces, cuando la confianza va creciendo, más expresiones te salen en tu propia lengua, porque es lo natural. Con los alemanes hago tímidos intentos de poner en práctica lo aprendido en el curso, pero mis conocimientos son tan básicos que sólo llego a decir cosas como "el gato está en mesa y un reloj veintitrés por favor muchas gracias". No da mucho juego para una conversación, la verdad, pero seguiré intentándolo.
 
 
Mientras, nuestras mejores amigas han aprendido la expresión castellana 'Madre de Dios', que al Científico tanto le  gusta y que ellas se empeñan en repetir a pesar de mis advertencias de que sólo los señores mayores con boina y cachaba la siguen utilizando en el siglo XXI. Y yo me empeño en usar slang (jerga coloquial), así que saludo a la gente cercana con un 'Hey Yo' mientras muevo los brazos como un personaje de The Wire. Pero este fin de semana, hablando con un amigo que se ha criado en una zona de bandas, donde latinos, negros y vietnamitas tienen su propio slang, he vuelto a la realidad: lo de 'Jo' no se usa. Sí en la costa este, pero no aquí. En California funciona más lo de 'Bro' (por 'brother'). Pero otro mazazo: en Palo Alto nadie utiliza este tipo de expresiones, y tampoco les gusta escucharlas. Sí, lo sé, debí haberlo imaginado. Pero yo sigo en mis trece y ahora he adaptado el saludo a: 'Hey, Hey, Sis' (por 'sister'), aunque sigo igual con lo de los brazos. No lo puedo evitar.  
 
 
Lo de los acentos también es curioso. A mí normalmente me confunden con una francesa (no con una en concreto, listillos, sino con las francesas en general). ¿Por qué? No idea. Es el juego de los acentos, y por aquí les encanta. Pero por ahora nadie ha acertado conmigo. Lo de mi nombre también parece una batalla perdida. Me llamo Ane. "¿Ana?" "¿Anya?" "¿Ani?" Sí, perfecto. ¡qué más me da! Simplemente llámame 'sister' y te contestaré con un 'Hey Yo' de los míos.
 
 
Nosotros también vamos adoptando expresiones de por aquí. Yo uso mucho lo de '¡Oh, my God!', y al Científico le encanta '¡What the f...!', que ya de por sí es poco elegante, pero con el acento vasco y su físico imponente parece uno de los gritos del bárbaro de Gladiator con una cabeza de romano agarrada de los pelos.
 
 
En fin, que me da pena escuchar a algunas personas decir que sería mejor tener un idioma en el que todos nos entendiéramos. La idea me horroriza, primero porque seguro que el idioma elegido sería el inglés y todos los demás nos iríamos a la mierda -empezando por los más pequeñitos y valiosos-, pero sobre todo porque se perdería toda la riqueza de la Torre de Babel, que tantas risas y alegrías nos da.     
 
 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Jornada de reflexión


Se supone que es hoy. Pero yo no veo a nadie reflexionando. Y claro, yo tampoco lo hago porque no puedo votar.


En realidad entiendo que estén exhaustos después de tantos meses de convenciones, debates y sondeos. Y en los estados en los que todo el pescado está vendido, parece que no hay mucho que pensar. Es una actitud peligrosa, pero muchos creen que su voto no cambiará nada, y es normal creerlo si llevan una eternidad diciéndote cuál será el resultado en tu zona antes de que nadie haya depositado su voto.


Sinceramente, tengo ganas de que todo esto termine, aunque es posible -poco probable, pero posible- que las cosas cambien a peor después de las elecciones. No en California, estado tradicionalmente demócrata, pero sí en el país. Y aunque no podemos votar, las políticas nos afectan de forma directa. Especialmente en la cuestión de los impuestos, pero también en otros temas de carácter ético-moral, de absoluta importancia. Da miedo pensarlo.
 
 
Pero siendo optimista, por fin dejaré de ver esos carteles que los vecinos colocan en la entrada de sus casas gritando al mundo entero quién les gusta más: Obama y Biden o Romney y Ryan. Supongo que, cuando todo pase, volverán a colocar el típico cartel de 'Cuidado con el perro'.
 
 
Y hay que decir que en un lugar tan gigantesco se pierde la emoción del momento. Porque la diferencia horaria dentro del país también se nota en la jornada electoral, que empieza y termina Dios sabe cuándo (toda mi solidaridad con los compañeros periodistas que tienen que cubrir los resultados. Les puede salir barba esperando. Sí, a las mujeres también.). Lo normal es que los resultados definitivos salgan en unos cuantos días, y parece que este año, con lo ajustado de las encuestas, puede ocurrir algo similar a lo del estado de Florida en 2000. Así que tocará esperar para saber si 'seguimos pudiendo' o si Romney tendrá el poder de plantear un Decreto Ley para que en todos los hogares de Estados Unidos se celebren obligatoriamente las 'Olimpiadas familiares' que él impuso en su casa y de las que se siente tan orgulloso. Os digo desde ahora que puede ser un motivo de peso para que una servidora decida abandonar el país.
 
 
La suerte está echada.
 

De bares

 
 
Nada más llegar a Palo Alto una de mis primeras misiones fue la de encontrar bares en los que sentirme como en casa. El bar como punto de encuentro, como espacio familiar en el que poder desconectar de las vicisitudes cotidianas. Una vez más, una tarea complicada.
 
 
University Avenue, la arteria principal de la ciudad, no tiene más que bares, restaurantes y comercios. De hecho, por lo que yon sé, practicamente nadie vive en estos edificios. Un paraiso hecho realidad para una 'donostiarra de pro', acostumbrada a alternar como la que más. Pero resulta que el tufillo 'Googleliano' se deja sentir en casi todos los locales de la ciudad. Precios obscenos, estética fría y arrogante y un ambiente idem de idem. No es mi estilo.
 
 
Preguntando a la gente que iba conociendo, me centré en los bares que permitían fumar, por eso del encanto del vicio tradicional, y funcionó bastante bien. Y una vez localizados, empecé con la búsqueda de la happy hour. Tema fundamental en esta ciudad. Porque aunque leais que siempre estoy en algún local de ocio, aquí no puedo beber más de dos vinos o cervezas como mucho. El fin de semana quizá tres con la happy hour. Pero hay un problema de la hora feliz: que los horarios en Estados Unidos son distintos. Si cenan a las 6 de la tarde, el poteo tiene que ser antes, así que la mayoría de descuentos funcionan entre las 3 y las 6.
 
 
Por eso fue tan maravilloso encontrar el Madame Tam. Un lugar en el que nunca en mi vida hubiera entrado si estuviese en otra ciudad, pero que en Palo Alto me ofrecía hora feliz desde las tres hasta el cierre. La gloria. Y ahí estamos practicamente siempre. No es el bar de mi vida, no se puede comparar a nada de lo mejor que haya probado y el vino deja mucho que desear (sobre todo a la mañana siguiente). Pero es lo más barato, puedo fumar en la entrada y las camareras son las personas más amables del universo. Hasta hace un par de semanas tenía metido en la cabeza que las dos que mejor me caen eran una sola persona y estaba agobiadísima por lo mucho que trabajaba la pobre mujer, hasta que le dije que neceitaba tomarse algún día de vacaciones y me dijo que sólo trabajaba tres días a la semana. Efectivamente, me había equivocado. Eran dos, y además no se parecen en nada, pero las dos hacen mi vida un poco mejor. Me ponen el vino en la copa que me gusta, me dejan papel y boli cuando me olvido el cuaderno para escribir los posts, y siempre que paso delante del local (varias veces al día) me saludan con la mano, encantadoras.
 
 
¿Y qué mas necesita una en la ciudad en la que vive? Se trata siempre de hacer comunidad, sea en la iglesia, en el gimnasio en los bares. En mi caso está claro, soy vasca. Y aunque, obviamente, nada aquí vaya a asemejarse a mis tardes-noches en el Sport, encontrar lugares en los que poder pasar un rato escribiendo o charlando, tomando un vinito o una cerveza, es fundamental para hacer de este lugar una especie de hogar temporal, con gente que te conoce, que te aprecia y que te echará de menos cuando ya no estés.  

viernes, 2 de noviembre de 2012

Abrazados a la tristeza



Estaba sentada en la terraza de un bar de University Avenue, escribiendo cosas para el blog, cuando se me ha acercado un hombre. Primero se ha fijado en mis botas y parece que le han dado buena espina. A partir de ahí, me he convertido en su confesora. Podría haber escogido a cualquier persona, pero he sido la afortunada. O al menos eso pienso yo, porque a tenor de las miradas de horror y de incomodidad de la gente que teníamos en las mesas más cercanas, gustarle ha sido mi mayor desgracia. Ellos veían a un hombre destrozado, sucio, con muy pocos dientes en la boca, y hablando con vehemencia y nerviosismo. Pero no sabían la verdad: que era un espía. Un espía en una misión muy peligrosa. Me ha hablado de todo lo que está ocurriendo en el país sin que la población se esté enterando de la misa a la media. Incluso el FBI y la CIA estaban en el ajo (como siempre). Intrigada por sus historias, le he ofrecido un cigarrillo y eso le ha hecho abrirse todavía más. Me hablaba a veces a gritos, a veces susurrando, y mirando hacia los lados por si alguno de los 'malos' nos descubría.
 
 
Me ha hablado de unos camiones que van moviéndose por Estados Unidos repletos de provisiones, por si estalla una guerra o el mundo se termina. Mi misión era sencilla: buscar esos camiones, comer y beber todo lo que tienen dentro, y después olvidarlo todo... o al menos no contárselo a nadie. Al principio le ha costado, pero cuando se ha cerciorado de que era una mujer de fiar, me ha dado su tarjeta secreta, en la que podría encontrar su contacto en el caso de que corriese peligro, porque conocer toda esa información era realmente peligroso. Cuando se ha marchado, después de más de media hora de confidencias, y tras varias apariciones esteleares para cerciorarse de que había comprendido la peligrosidad de todo el asunto, he mirado la tarjeta, que había guardado en mi mano sin mirar, como el espía me había dicho, y me he percatado de que era un ticket de parking. Aunque no descarto que contenga algun mensaje en clave que todavía no he conseguido descifrar, así que la tengo en la mesa de estudio, por si acaso, bien escondidita.
 
 
Y todos nos miraban. ¿Qué hace esta chica con ese hombre? Pero nadie ha venido a interceder, a ver si realmente él me estaba molestando. Y no lo estaba haciendo, la verdad. Ha sido maravilloso poder entrar en su mundo por un rato y ayudarle a sentirse comprendido. He guardado muchos de sus secretos -que no revelaré, porque nuestra integridad física puede correr peligro- y me ha regalado el bolígrafo con el que he escrito las primeras palabras de este post como muestra de su confianza en mí. El boli se ha quedado en seguida sin tinta, pero el detalle me vale igual.
 
 
Esta y otras muchas situaciones que vivo en California me despiertan emociones a veces tan intensas que no soy capaz de describirlas con palabras. Pero hay una canción que me acompaña desde hace muchos años y que nunca antes había tenido tanto sentido para mí. Cuando escucho los versos desgarradores de Manolillo Chinato siento que podría estar escuchando a cualquiera de las personas que vagan por las calles de estas ciudades. Y como Fito y Robe, a veces yo también creo que todo son mentiras.
 
Sé que estamos a miles de kilómetros de distancia, pero espero que os llegue, al menos un poquito. 
 
 
 
 
Soledad de amores, triste y pura...
 
... soledad de amores y locura.